En mi casa, tengo un llamativo cuadro del Rebe de Lubavitch con marco de vara de hierro oscuro encima de la chimenea.

“¿Acaso ese rabino es familiar tuyo?”, me preguntó mi amiga Rachel cuando vino de visita.

“No, él es el Rebe, mi maestro y mi guía espiritual”.

“¿Y cuelgas retratos de él en tu casa?”, preguntó ella en tono burlón.

“Por supuesto que sí, él es como el cedro de mi santuario personal”, respondí yo con una sonrisa.

La visión que tuvo Di-s para su hogar está trazada con minucioso detalle en las partes finales del Libro Éxodo. El tabernáculo se construyó para que funcionara como un lugar de residencia portátil para la Shejiná, la Presencia Divina. Estuvo en pie cerca de 500 años y, más tarde, fue reemplazado por el Sagrado Templo de Jerusalén. A pesar de que su vida fue relativamente breve (480 de los 3300 y más años desde que se entregó la Torá), Di-s habla extensamente acerca del tabernáculo.

Con el tabernáculo, hicimos un espacio para Di-s en la tierra. Era una obra de arte en la que se unían la madera, el metal y los recursos humanos a fin de crear un todo mucho más grande que la suma de las partes: un espacio que atraía a la Shejiná. Por eso, si bien el tabernáculo duró relativamente poco tiempo, su código de construcción es eterno y contiene la fórmula para crear un espacio físico que sea atractivo para Di-s. Cada detalle del diseño del tabernáculo tiene instrucciones para el uso efectivo de nuestros recursos personales, así como también nuestro espacio en el hogar, en el trabajo y nuestro espacio recreativo: un espacio que puede trascender los parámetros materiales.

De hecho, en el comienzo mismo de la construcción del tabernáculo, Di-s dice: “Me harán un santuario para que habite entre ellos” (Éxodo 25: 8). Fíjense que Di-s concluye su directiva con la palabra “ellos”, refiriéndose a los muchos santuarios microcósmicos que los individuos crean para Él.

Hasta la madera de cedro que se usó en el tabernáculo contenía un código para crear un minisantuario.

El Midrash explica cómo es que obtuvimos cedros en medio del desierto del Sinaí: Nuestro patriarca Jacob previó, proféticamente, que los israelitas estaban destinados a construir un tabernáculo en el desierto y, por eso, llevó cedros a Egipto y allí los plantó. Y les ordenó a sus hijos que se los llevaran consigo cuando se fueran de Egipto.

Evidentemente, Jacob era un experto en prever el futuro con más de dos siglos de anticipación. Él había replantado los cedros de la Tierra Santa mucho antes de que se construyera el tabernáculo.

La construcción del tabernáculo fue un reto enorme, no (solo) por la labor manual y el esfuerzo financiero, sino porque el desierto no era en realidad el lugar óptimo para construir el hogar de los sueños de Di-s. Por ser un lugar seco y sin vida, arenoso y yermo, el desierto parecía ser el lugar menos indicado para iniciar un oasis espiritual. Jacob sabía que sus hijos iban a necesitar un poderoso salto de inicio espiritual para empezar su “misión imposible”. Es por eso que plantó esos cedros.

La madera que iban a usar para construir su estructura sería desde afuera del desierto y afuera de Egipto: sería de la tierra más atesorada por Di-s, un medio intensamente sagrado. Estos árboles no estarían hastiados por el abuso egipcio ni por la desolación del desierto del Sinaí. Estos árboles iban a erigirse prístinos, energizados con idealismo. El pulso dentro de su madera era capaz de estimular hasta el más inánime de los ambientes, así como un motor puede dar vida a un marco de metal con electricidad. Con los cedros en el núcleo del tabernáculo, hasta el desierto sin vida iba a llenarse de la vitalidad necesaria para construir un hogar para Di-s.

¿Alguna vez le pediste a un amigo sabio que te brindara una forma diferente de enfrentar un duro desafío? ¿Quizás fuiste a consultar a un terapeuta o a un mentor espiritual para que te ayudara a darle sentido a una época oscura? Por más inteligente que puedas ser, siempre es reconfortante poder recibir ayuda de alguien que no está involucrado en el problema. Al igual que los cedros de Jacob, que trascendían el desierto, la perspectiva de estas personas puede ser una base para el crecimiento y la transformación.

En efecto, los cedros son análogos a los tzadikim, a los justos. El rey David escribe (Salmos 92: 13): “Los justos florecerán como una palmera, crecerán altos como un cedro en el Líbano”. Así como los cedros son de una gran altura, los santos tzadikim se paran por encima de nuestra nación y establecen un estándar de excelencia y de sensibilidad. El tzadik no está atrapado por las atracciones materiales de la vida y puede fácilmente llevar a Di-s a su espacio y luego dar apoyo y perspectiva al judío de la calle, a quien le resulta difícil transformar una vida mundana en un santuario para Di-s.

La presencia del tzadik entre nosotros es un regalo que sirve para motivar la transformación de una vida común y corriente en una vida extraordinaria. El aura del tzadik trae espiritualidad a este mundo material. Al igual que los cedros del tabernáculo, el tzadik no fue hastiado por el exilio, sino que permanece por encima de todo irradiando una energía prístina, que es la que provee el combustible de arranque para la transformación 1.

Las fotos de mi cedro adornan mi hogar, mi espacio.

Al igual que los cedros que Jacob transportó desde Israel, el Rebe me eleva y me inspira para transformar mi espacio en un espacio para Di-s.