¿Cuál es la respuesta matemática al problema del título?

No la hay. Al no saber el valor de cada letra, no se puede saber un valor y total numérico.

¿Cómo, entonces, se hace para realizar un censo? ¿Cómo podemos contar seres humanos siendo que el valor de cada uno es incuantificable?

Si contáramos ingenieros, médicos, abogados, astronautas, rabinos o presidentes, se podría entender. Estaríamos contando funciones y capacitaciones determinadas. Pero, ¿personas? Sería como si dijera tengo una casa, una carpa, un camello, una vaca, un avión, una bicicleta, un par de medias, una oveja, un par de pantalones, decime ¿cuántos son? La respuesta sería: ¿Cuántos qué son? ¿Animales? ¿Medios de transporte? ¿Albergues? ¿Posesiones?

Al no definir los criterios de la pregunta, no hay respuesta que valga.

Bienvenido a la lectura bíblica de esta semana, Bamidbar1 con la cual se da inicio al cuarto de los cinco libros del Pentateuco, que lleva el mismo nombre, Bamidbar o “Números”.

Comienza con el mandato Divino a Moisés de contar a los integrantes del pueblo de Israel.

¿Acaso es posible contar seres humanos siendo cada uno único y diferente a todos los demás? ¿Cómo es posible igualar y cuantificarlos?

Hay dos respuestas:

1) Si bien el contenido de cada ser humano es único e induplicable, ocupa nada más que un cuerpo que es muy parecido al de los demás. Las diferencias entre un cuerpo y otro no son muy significativos, como lo expresa el Talmud2 : tanto el rico como el pobre ocupan nada más que dos metros de tumba. Podemos decir, entonces, que nadie ocupa más de un cuerpo y lo que podemos contabilizar son los cuerpos.

2) Si bien el desarrollo intelectual, emocional, etc. de cada individuo es diferente, en esencia somos todos iguales. O sea, lo que distingue a uno es el nivel de desarrollo de su potencial, pero en cuanto a la esencia, somos todos iguales. Nadie tiene menos de un alma que es una “chispa” Divina incuantificable.

En otras palabras: podemos decir que nadie es más que uno o que nadie es menos que uno.

Con esto podemos contestar otra pregunta:

¿Por qué hacía falta que Moisés mismo realizara el censo? ¿No podía haberlo delegado a alguien que no estuviera tan ocupado?

La respuesta es que cualquiera puede ver que nadie es más que uno, que nadie ocupa más de un cuerpo. Hace falta alguien de la talla de Moisés para ver y hacer ver que nadie vale menos que uno, que todos y cada uno de nosotros poseemos la misma esencia y tenemos el mismo valor esencial.

Esa, de hecho, es una de las enseñanzas principales que el Rebe de Lubavitch, que su mérito nos proteja, nos inculcó: Ama al prójimo como a ti mismo, porque es esencialmente igual a ti. Las diferencias son secundarias y se complementan entre sí.

“Eso de la fe”

Recibí una pregunta con respecto a lo que escribí la semana pasada sobre el tema de la fe.

Había escrito: Todos tenemos fe en algo. Algunos tenemos fe en que el Uruguay haga otro Maracanazo en el próximo Mundial. Algunos no la tenemos. Algunos tenemos fe en que nos entiendan cuando hablamos. Otros no la tenemos. Algunos tenemos fe en la bondad de la gente. Algunos no la tenemos. Algunos tenemos fe en que la Torá es la palabra de D-os; otros no la tenemos. ¿A qué se debe la diferencia entre la gente? ¿Por qué es que algunos creemos en determinadas cosas y otros, no?

La pregunta que recibí es la siguiente: ¿Cómo se puede comparar los diferentes tipos de fe? ¿Acaso se puede comparar la fe en que el Uruguay salga campeón mundial con la fe en la existencia de D-os o en que la Torá es la palabra Divina? Una cosa es la esperanza en que algo suceda y otra es la certeza en que algo existe o sucedió…

Coincido con la distinción que hace y es por eso que había escrito como introducción al tema: Hay varias dimensiones del tema. Veamos hoy una de ellas.

Explico:

Hay dos causantes de la fe, uno es lo que pasa alrededor de uno y el otro es lo que sale naturalmente del alma. A veces coinciden las dos cosas y a veces, no. Puede ser que uno haya sido inculcado con un valor que exprese su sentimiento natural y puede ser que haya sido inculcado de un valor que contradice su sentimiento natural.

Un buen ejemplo es Csanád Szegedi, político húngaro quien integraba al partido ultranacionalista Jobbik y predicaba acusaciones antisemitas desde el Parlamento, hasta que… descubrió que era judío.3 Volvió a sus raíces y hoy cumple Shabat.

Yo me referí la semana pasada a la dimensión simple y externa de la fe. Cuando coincide con la fe latente sirve para exponerla y cuando no coincide con la fe latente, sirve para sofocarla hasta que irrumpa la fe latente, proveniente de su propia esencia.

La distinción de ambos tipos de fe, la cultivada y la latente, y sus respectivas características e implicancias están ampliamente tratados en el libro fundacional de Jabad, el Tania4 .

La memoria racial y cultural

La idea de una fe innata tiene una larga tradición en el pensamiento judaico5 . Descubrí no hace mucho algo que podría ser una fundamentación científica para este fenómeno: la memoria racial vs. la memoria cultural.

Según Wikipedia6:

“En psicología, la memoria genética es una memoria presente desde el nacimiento que existe en ausencia de experiencia sensorial, y que es incorporada al genoma a lo largo de largos periodos de tiempo. Está basado en la idea de que experiencias comunes de una especie acaban incorporadas en su código genético, no por un proceso lamarquiano que codifica memorias específicas sino como una más vaga tendencia a codificar una predisposición a responder de cierto modo a ciertos estímulos. Esta teoría es invocada para explicar la memoria racial postulada por Carl Jung, y diferenciada de la memoria cultural, que consiste en la retención de hábitos, costumbres, mitos y artefactos por los grupos sociales.”

En otras palabras: Nuestra fe en D-os y en la veracidad de la Torá es algo que heredamos. Nuestra educación y comportamiento puede servir para activar y desarrollarla como puede ayudar a apagarla (hasta que irrumpa como un volcán a pesar de la formación recibida).

No, la fe en D-os no es comparable con la fe en un nuevo Maracanazo. Pero su activación y expresión dependen generalmente de algo parecido: un ambiente que la cultive.