El libro de Shemot y el de Bamidbar tienen algunas similitudes sorprendentes.

Los dos tratan sobre viajes. Los dos retratan a los Israelitas como buscapleitos y desagradecidos.

Ambos contienen historias sobre el pueblo quejándose de la comida y del agua. En ambos, comenten pecados mayúsculos: en Shemot, el becerro de oro, en Bamidbar, el episodio con los espías.

En los dos, Di-s amenaza con destruirlos completamente e iniciar una nueva nación a partir de Moshé.

En ambas ocasiones Moshé los defiende apasionadamente y persuade a Di-s de perdonar al pueblo.

Es fácil experimentar una sensación de déjà vu cuando leemos Bamidbar. Sentimos que ya estuvimos aquí.

Pero, hay una diferencia. Shemot trata sobre el viaje desde. Bamidbar es el viaje hacia.

Shemot es la historia del escape de la esclavitud.

Éxodo, el nombre en español para el libro, significa justamente eso: partida, retirada, destierro.

En contraste, en Bamidbar, la gente ya dejó Egipto detrás. Residieron un tiempo prolongado en el desierto de Sinaí.

Ya recibieron la Torá y construyeron un Santuario. Ya están listos para seguir adelante. Esta vez miran hacia adelante, no hacia atrás.

No están pensando en el peligro de la huida, sino en los desafíos del nuevo destino al cual se dirigen, la tierra prometida.

Si no hubiéramos leído la Torá previamente, pensaríamos que la segunda mitad sería más relajada, la gente más optimista, el ánimo más esperanzador.

Después de todo, los grandes peligros ya habían pasado. Luego de una prolongada negativa el Faraón autorizo la salida del pueblo. Milagrosamente fueron salvados en el Mar Rojo. Pelearon y derrotaron a los Amalekitas.

¿De que otra cosa deberían preocuparse ahora? Ya sabían que mientras Di-s esté con ellos, ninguna fuerza podría prevalecer sobre ellos.

De hecho, en cambio, lo opuesto sucede. El tono en Bamidbar es palpablemente más oscuro que en Shemot. Las rebeliones son más serias. El liderazgo de Moshé es más equívoco. Lo vemos ceder, a veces, al enojo y a la desesperación. La Torá, con gran realismo, nos dice algo contrario a la intuición y de gran importancia.

El viaje desde es siempre más sencillo que el viaje hacia.

Así sucede en la política. Es necesaria una revolución para derrocar a un tirano, pero es más sencillo hacer eso, que crear a una sociedad genuinamente libre, con el mando de la ley y el respeto por los derechos humanos.

La primavera Árabe, con sus grandes esperanzas, dejó un legado de caída del estado, guerra civil y terror, es una ejemplo adecuado. Así es la historia post-Tito en Yugoslavia o la Rusia de tiempo presente.

Idénticamente sucede en la vida de los individuos. Hay interminables historias en el mundo moderno, de judíos, que determinados a romper con el “gueto” y lo que ellos veían como judaísmo vetusto y medieval.

Se convirtieron en grandiosos éxitos en diversos campos, solo para terminar encontrándose a sí mismos –como los marranos en el siglo XV en España- profundamente conflictuados y doblemente alienados, perdiendo su hogar en el viejo mundo y fracasando en encontrar plena aceptación en el nuevo.

Hay una razón biológica para ello. Tenemos una predisposición genética a reaccionar vigorosamente frente al peligro. Se despiertan nuestros instintos más profundos. Entramos en el modo lucha o huida, con nuestros sentidos alerta, nuestra atención enfocada, nuestra adrenalina en niveles altos. Cuando entramos en el modo huir-de, nos encontramos con fortalezas que ni sabíamos de su existencia.

Pero, huir-hacia, es otra historia completamente. Se trata de construir un hogar en un lugar donde, literal o metafóricamente, nunca hemos estado. No convertimos en “Extraños en una tierra extraña”.

Debemos aprender nuevas aptitudes, asumir nuevas responsabilidades, obtener nuevas fortalezas. Que requieren imaginación y fuerza de voluntad.

Implica la habilidad más destacada de los humanos: visualizar un futuro que todavía no llego y actuar en consecuencia para hacerlo realidad. Huir-hacia es un viaje a lo desconocido.

Esa era la diferencia entre Abraham y su padre Teraj. La Tora nos dice que: “Teraj tomó a su hijo Abram…. y fueron juntos de Ur de los Caldeos para entrar a la tierra de Canaan, pero cuando llegaron a Jarán, se establecieron allí.

Teraj tenía la suficiente fuerza de voluntad para hacer el viaje desde (Ur Kasdim) pero no para el viaje hacia (Canaan).

Le quedó a Abraham la tarea de llegar a destino.

Ser judío, significa saber, de alguna manera, que la vida es un viaje. Así lo fue para Abraham. Así lo fue para Moshé. Así lo es para nosotros, colectiva e individualmente. De ahí la importancia de saber desde el principio a dónde viajamos y nunca olvidar, nunca rendirse.

Partir es fácil, llegar es difícil.

Es por eso que, cuando estudiantes jóvenes me preguntan por un consejo sobre qué carrera tomar, les digo que lo más importante es soñar. Soñar sobre que les gustaría hacer, ser y lograr.

Soñar sobre el capítulo que les gustaría escribir en la historia de nuestro pueblo. Soñar sobre la diferencia que les gustaría dejar en este mundo.

“En los sueños” decía W.B Yeats “empiezan las responsabilidades”. No estoy seguro a que se refería, pero esto sí lo sé: en los sueños empiezan los destinos.

Están ahí cuando comenzamos a planificar sobre el futuro. Son la señal, la dirección de nuestro viaje.

Me sorprende ver, cómo la gente, nunca realmente sueña sobre el futuro para ellos mismos. Pueden pasar meses planeando unas vacaciones, pero ni siquiera un día planeando la vida.

La toman como viene.

Esperan, como el personaje de Charles Dickens el Sr. Micawber decía: “Algo aparecerá”.

No es la mejor receta para afrontar la vida. “En cualquier ocasión que citan la palabra Vaiejí “Y sucedió” dicen los sabios, “siempre es un preludio para el dolor”.

Dejar que las cosas sucedan es pasivo, no activo. Significa dejar que factores externos determinen el curso de tu vida.

Por supuesto, siempre lo afectarán.

Sin embargo, si estamos seguros de lo que queremos conseguir. Siempre estamos sujetos a ocurrencias inesperadas, malas decisiones, pasos en falso, fracasos y contratiempos. Pero si sabemos hacia dónde vamos y donde queremos estar, eventualmente volveremos a encarrilarnos.

Timothy Ferris, compilador del libro Una tribu de mentores, me hizo una pregunta muy interesante: Cuando te sientes abrumado o desenfocado ¿qué haces?

Le conteste que justo antes de convertirme en Rabino Principal de Gran Bretaña, en 1991, me di cuenta que la pura presión de los acontecimientos inesperados, especialmente cuando estás en un cargo público, puede desviar a cualquiera fuera de curso.

Cuando alguien le pregunto al Primer ministro Británico Harold Mcmillan a que le temía más, él contestó, “Eventos, querido, eventos.”

Entonces me quedó claro, que debería plantearme de antemano los objetivos, de modo tal que pueda asegurarme nunca distraerme de ellos.

En 1991 todavía no teníamos teléfonos celulares o anotadores computarizados. Yo usaba un cuadernillo de bolsillo llamado Filofax.

En la primera hoja del Filofax, escribí mis objetivos de vida. Esto quiere decir, para que yo los viera cada vez que abría mi diario. Y los recordaba varias veces por día.

Todavía los conservo y no han cambiado en el curso de los años intermedios.

Cuan exitoso he sido, no lo sé. Pero esto sí lo sé: nunca olvidé hacia donde me dirigía. Nunca perdí de vista el destino.

Viajar desde es sencillo.

Sabía que tenía que sobreponerme a mi ignorancia, judía y secular. Sabía que tenía hábitos que curar –todavía estoy trabajando en ellos.

Pero el desafío real es saber adónde quiere Di-s que nos dirijamos.

¿Qué tarea nos toca en este mundo, en este tiempo y lugar, con estos dones?

La respuesta a eso constituye el destino que introducimos en nuestro sistema de navegación para el viaje llamado vida.

Los israelitas, en su viaje, cometieron una serie de errores. Se enfocaron demasiado en el presente (la comida, el agua) y muy poco del futuro. Cuando enfrentaron dificultades, teníamos demasiado miedo y demasiada poca Fe.

Seguían mirando atrás, al cómo fueron las cosas, en vez de mirar hacia el futuro y como deberían ser. El resultado, es que casi una generación completa, sufrió el destino del padre de Abraham. Ellos sabían cómo irse, pero no cómo llegar. Experimentaron el éxodo, pero no la entrada.

Entonces, en respuesta a la pregunta de Tim Ferris “¿Qué hacer cuando nos sentimos abrumados y desenfocados?” Respondí con esta idea que te cambia la vida: recuerda tu destino.

Esto te ayudará a hacer la distinción más importante en la vida, que consiste en distinguir, entre una oportunidad para ser aprovechada y una tentación para resistirte.