La Torá registra sólo la cantidad total de hombres, y no el número de familias de cada tribu. Sin embargo, D-os hizo que se cuenten las familias, para subrayar la centralidad de la familia en el judaísmo.
Ciertamente nuestros objetivos individuales y nacionales son importantes, pero la Torá también nos exige el altruismo necesario para forjar una unidad familiar. Un esposo y una esposa son dos personas separadas, con sus propias naturalezas, deseos y misiones en la vida; pero cada uno debe trabajar por y con el otro, completando y complementándose uno al otro y fusionándose en una unidad armoniosa con amor.
La disensión y la falta de comunicación que sufre el mundo surge del egoísmo. En cambio, la Torá nos ordena amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El primer lugar en el que se cumple este mandamiento es en nuestra familia. En la medida que amar a nuestro prójimo es una expresión de nuestro amor por D-os, amar a nuestro prójimo mejora nuestro amor por D-os. A su vez, el amor a D-os nos lleva a amar la Torá y a estudiarla - no sólo por nuestra obligación de hacerlo, sino por amor. Este amor triple a nuestro prójimo judío, a D-os y a la Torá repercute hacia afuera desde el seno familiar y afecta a todo el mundo para bien.1
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