Vivimos en un mundo muy convulsionado y desafiante. Las estructuras tradicionales que aportaban estabilidad e identidad tanto nacional como personal, en su gran mayoría han caído.

El hombre de hoy tiene más libertades personales que nunca. Puede hacer lo que quiere sin que nadie le dicte su camino. El gran desafío que esto implica es cómo definir qué es lo que uno quiere y cómo definir el propósito de su vida.

El primer elemento necesario para poder abordar dichas inquietudes es el contexto. Para poder realmente valorar algo hace falta tener contexto. ¿Cuánto vale una botella de agua, por ejemplo? Depende. Si estás en plena ciudad valdrá unos pesos; si estás en el Sahara sin haber tomado agua dos días…

Lo mismo se repite en cualquier situación. Eres uno entre 7.000.000.000 de seres humanos que habitan la tierra. ¿Esto te da más valor o menos? Si te ves a ti mismo como el resultado de un accidente cósmico o biológico, 1/7.000.000.000 no vale mucho. Pero, si te ves como una creación Divina, el hecho que D-os te haya creado aun después de tener ya más de 7.000.000.000 de personas, algunas muy parecidas a ti, quiere decir que tienes algo único y especial que ninguno de los otros 7.000.000.000 tiene. Si no fuera así, ¿para qué te creó?

Traigo esto como un ejemplo sencillo para ilustrar cómo un mismo hecho puede tener implicancias diametralmente opuestas, según el cristal por medio del cual se mire.

El Rebe nos dio herramientas para ver al mundo y entender el valor y el propósito de la vida de forma más elevada, más profunda y principalmente más “verdadera”.

En un mundo que venera el pluralismo y el relativismo y todas las opiniones valen igual, suena anacrónico decir que hay una visión cuya claridad trasciende y es superior a las demás. A mi entender, ese relativismo moral es solo un nuevo desafío que el judaísmo tradicional y milenario debe afrontar.

Es simplemente incorrecto decir que no existe ninguna verdad absoluta. Fíjate la contradicción en esta misma afirmación: si es absolutamente verdad que no hay una verdad absoluta, ¿No implica esto que esta afirmación no es necesariamente verdad y sí puede existir una verdad absoluta? Desde el descubrimiento de nuestro Patriarca Avraham, el judaísmo ha mantenido que sí hay una verdad absoluta y que debemos buscarla. Desde que recibimos la Torá en el Sinaí creemos que tenemos la verdad absoluta y nuestro desafío es en entenderla y aplicarla.

Desde que el Rebe de Lubavitch ha asumido su rol público de líder y maestro, ya no es necesario creer con fe ciega que la Torá es la verdad absoluta, ahora lo podemos entender. La grandeza del Rebe no radica en lo que él pudo ver y entender, sino en que pudo darnos las herramientas para que nosotros también podamos ver y entender. No solo nos “dio pescado”, sino que nos “enseñó a pescar”.

Nos dio herramientas para entender más cabalmente lo que quieren decir términos tan complicados y complejos como “D-os”, “Torá”, “Judío”, “Israel” y “Mashíaj”. Sacó todos estos tesoros del monopolio de los intelectuales religiosos y los puso al alcance de cada judío, independientemente de su “etiqueta” autoimpuesta o impuesta por otros.

Tengo la plena convicción que conocer la perspectiva del Rebe sobre cualquier tema de importancia – y el Rebe nos enseñó que no hay nada ni nadie que no sea importante – servirá para enriquecer la experiencia de la vida en general y la vida judía en particular, tanto personal como colectiva.

Todos tienen el derecho a pensar como quieren sobre cualquier tema. Pero también todos tienen el derecho de conocer esta visión enriquecedora.

Hay muchas maneras de acceder a la sabiduría del Rebe. Hay libros con sus enseñanzas en todos los idiomas, muchos de ellos disponibles en la red, y hay familias de Jabad en todas partes del mundo que están dispuestas a transmitir el enfoque y la visión del Rebe.

Aprovéchalo.