Ayer de noche tuve un encuentro con mi Rabino.

La conversación transitó por variados horizontes, muchos de ellos hasta entonces desconocidos para mí. Pero sería largo y tedioso fatigar al lector con tan áridas disquisiciones.

Rescato la preocupación de mi Rabino: en pocos días se aprestaba a dictar una conferencia sobre Pésaj, pero aun no había encontrado el estímulo, la provocación que le permitiera tratar el tema con el enfoque que tanto ansiaba; le faltaba esa vivencia interior, catártica, esa pasión que hace de cada idea un torbellino irrefrenable, la explosión única e irrepetible que nos impide caer en los lugares comunes de siempre.

Es posible que los lectores encuentren el relato algo banal y prosaico. Quizás lo sea. A fin de cuentas, todos enfrentamos, día tras día, el dilema de la rutina y la incertidumbre del mañana.

Sin embargo, para mí fue un episodio revelador.

Porque hay en él una profunda lección de humildad: nada menos que un exegeta talmúdico reconocía su impotencia. Un nuevo Pésaj se avecinaba, sin una idea que hiciera la diferencia. El Rabino sentía -y confesaba- la finitud del entendimiento humano, su propia limitación.

También hay aquí una lección de honestidad intelectual. ¿Es que acaso el Rabino no podría haber desempolvado un viejo discurso, un antiguo shiur anquilosado en los añejos estantes? ¿Quién si no él habría podido percatarse de su propia re-edición?

Por fin, el episodio encierra una arista no menos valiosa.

Nunca sabemos de qué manera nuestros actos habrán de impactar en nuestro entorno: desconocemos de qué manera lo que hacemos o decimos (aun circunstancialmente) acaso pueda incidir decisivamente respecto de quienes nos rodean.

Para bien o para mal, la provocación que el Rabino afanosamente buscaba, se convirtió en mi propia provocación. Y ahora me enfrento al papel tratando de hilvanar estos desordenados pensamientos.

Recordé entonces las palabras del Rebe, ante aquel acalorado joven que tímidamente le participaba del inicio de una relación inapropiada. “Lo envidio,” dijo el Rebe. “Nunca me enfrenté a un desafío como el que Ud. encuentra. D-os le ha dado una oportunidad (…) Esta prueba que enfrenta es el desafío que lo elevará hasta las más grandes alturas”.

Y es ahí, en ese desafío, donde Pésaj se introduce en nuestras vidas, hoy, ahora y siempre.

El más pequeño de los integrantes del Séder pregunta: “¿En que se distingue esta noche de las otras noches?” Hago mía la pegunta y juego con ella: ¿“Qué hay en este Pésaj que lo hace distinto a todos los otros?

Me apresuro a responder con las enseñanzas del talmudista. La búsqueda incesante de la verdad: con el Rabino aprendí que la verdad es atemporal e indestructible. También aprendí dónde ella está. Pero falta lo más importante, su búsqueda. Ese es el desafío que da nombre a estas cavilaciones.

Me recuerda la historia del estudiante que encuentra a su Rabino en un estado de ánimo triste y le pregunta: “Maestro: ¿Por qué estás tan triste? ¿No has alcanzado el máximo conocimiento y las mayores virtudes?” El maestro respondió: “No, no estoy triste por eso. Estoy triste porque no he llegado a ser totalmente yo mismo”.

Los designios de la Providencia son insondables.

Acaso la angustiante provocación que el Rabino buscaba me den las fuerzas para identificar mis propios desafíos, romper las cadenas de mi prisión invisible, y encontrar el camino para ser quien debo ser: un buen judío.