Al viajar, años atrás, al Congreso Sionista vía Nueva York, mi señora y yo nos sentimos muy felices cuando Eliezer (el rabino Shemtov) nos ofreció visitar al Rebe en Brooklyn. En ese momento no teníamos en claro la experiencia que nos tocaría vivir. Claro que aceptamos gustosos y agradecidos ese honor.
En Nueva York nos llamó por teléfono el padre de Eliezer, a quien habíamos conocido en Jabad en una de sus visitas a Montevideo. Con aquel llamado, reforzó la invitación de su hijo para que fuéramos a visitar al Rebe.
Fuimos a Brooklyn un domingo de tarde y nos impactó la cantidad de gente en la calle alrededor del shil, era realmente impresionante: todos esperando ver y escuchar de alguna manera al Rebe.
Nosotros fuimos agasajados por el señor suegro de Eliezer en su hogar, con su familia, a quienes contamos de Montevideo, del valioso trabajo que en Uruguay realiza Jabad con Eliezer al frente. Él, a su vez, nos contó muchas anécdotas del Rebe, algunas que tienen que ver con su propia vivencia.
Nos acompañaron a ver al Rebe el padre y el suegro de Eliezer. Hasta hoy, cuando estoy escribiendo y recordando esta vivencia, me resulta difícil controlar mis emociones. El Rebe, de pie detrás de una mesa rústica, rodeado de jóvenes ayudantes y una cola interminable de gente que venía a estrechar sus manos y recibir sus bendiciones. Una expresión de fe nunca antes vista.
Cuando nos acercamos Perla y yo, acompañados por nuestros anfitriones, el Rebe me tomó la mano y me dijo –recuerdo como hoy sus palabras en idish–: “Usted viaja a Israel a una reunión importante. Por favor, dígales a mis hermanos que no hay un minuto de mi vida en que deje de pensar en ellos”. Me emocioné, porque él no me soltaba la mano, buscando retenerme. Nos bendijo a los dos y había lágrimas en sus ojos.
Así fue nuestro inolvidable encuentro con el Rebe.
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