Basado en una conversación del Gran Rabí de Bluzhov, Rabí Israel Spira, con Aaron Frankel y Baruj Singer, el 22 de junio de 1975. Lo escuché en la casa del Rabí.
En Bergen Belsen, en vísperas de Janucá, tuvo lugar una selección1 . Temprano por la mañana, tres comandantes alemanes, prolijamente enfundados en sus uniformes negros festivos y con visibles altos espíritus, entraron a las barracas de los hombres. Ordenaron a los hombres que se pararan al E pie de sus literas de tres pisos.
La selección comenzó. No se requirieron pasaportes, no se verificaron documentos, no se pasó lista ni hubo ningún recuento. Uno de los tres comandantes simplemente levantó el dedo índice enfundado en su blanco guante y señaló en dirección a una cara pálida, mientras su boca pronunciaba la sentencia de muerte con una única palabra: "¡Ven!"
Como una andanada de fuego de ametralladora llegaban las órdenes alemanas: "Komme, komme, komme, komme, komme". Los hombres seleccionados fueron hechos marchar hacia afuera. Allí los esperaban hombres de las S.S. con cachiporras de goma y picos de hierro. Ellos patearon, golpearon, y torturaron a las víctimas inocentes. Cuando el cuerpo torturado ya no respondió más, se usó el revólver...
La selección aleatoria continuó dentro de las barracas y la brutal masacre prosiguió fuera de éstas hasta la puesta del sol. Cuando los negros ángeles de muerte nazi partieron, dejaron tras de sí pilas de centenares de cuerpos torturados y retorcidos.
Entonces llegó Janucá a Bergen Belsen. Era hora de encender las luces de Janucá. No se encontró una tinaja de aceite, no había ninguna vela a la vista, y la janukiá pertenecía al pasado distante. En cambio, un zueco de madera, el zapato de uno de los prisioneros, se convirtió en una janukiá; hebras retiradas de un uniforme de Campo de Concentración — una mecha; y la negra crema para lustrar zapatos del Campo, aceite puro.
No lejos de las pilas de cuerpos, los esqueletos vivientes se reunieron para participar del encendido de las luces de Janucá.
El Rabí de Bluzhov encendió la primera luz y entonó las primeras dos bendiciones en su agradable voz, y la melodía festiva se llenó de pena y dolor. Cuando estaba a punto de recitar la tercera bendición, se detuvo, volvió su cabeza, y miró a su alrededor como si buscaba algo.
Pero inmediatamente volvió a girar su rostro a las temblorosas pequeñas luces y en una voz fuerte, tranquilizante, consoladora, entonó la tercera bendición: "Bendito eres Tú, D-os nuestro Señor, Rey del universo, quien nos ha mantenido vivos, nos ha preservado, y nos permitió llegar hasta este tiempo".
Entre los presentes en el encendido de las luces estaba un tal Zamietchkowski, uno de los líderes del Bund2 de Varsovia3 . Era una persona inteligente y sincera, que sentía pasión por debatir cuestiones de religión, fe y verdad. Incluso aquí, en el Campo en Bergen Belsen, su pasión por la polémica no había disminuido. Nunca desaprovechó una oportunidad para entablar semejante conversación.
Tan pronto como el Rabí de Bluzhov terminó la ceremonia del encendido de las luces, Zamietchkowski se abrió camino con los codos en dirección al Rabí y dijo: "Spira, tú eres una persona inteligente y honesta. Puedo comprender tu necesidad de encender las luces de Janucá en estos tiempos desdichados. Hasta puedo comprender la nota histórica de la segunda bendición, 'Bendito... Quien hizo milagros para nuestros padres en aquellos días de antaño, en esta época'. Pero el hecho de que hayas recitado la tercera bendición está más allá de mí. ¿Cómo puedes agradecer a D-os y decir 'Bendito eres Tú, D-os nuestro Señor, Rey del universo, Quien nos ha mantenido vivos, nos ha preservado, y nos permitió llegar hasta esta época'? ¿Cómo puedes decirlo cuando centenares de cadáveres judíos yacen literalmente bajo las sombras de las luces de Janucá, cuando miles de esqueletos judíos vivientes caminan por el Campo, y millones más están siendo asesinados? ¿De esto estás agradecido a D-os? ¿Por esto alabas al Se-ñor? ¿Esto es lo que llamas 'nos ha mantenido vivos'?"
"Zamietchkowski, tienes un ciento por ciento razón", respondió el Rabí. "Cuando llegué a la tercera bendición, también yo dudé y me pregunté: ¿qué debía hacer con esta bendición? Giré mi cabeza a fin de preguntar al Rabí de Zaner y a los demás distinguidos Rabinos que están parados cerca de mí, si de hecho podía recitarla. Pero justo cuando giraba mi cabeza, percibí que detrás de mí había una muchedumbre parada, una gran muchedumbre de judíos vivos, sus rostros expresando fe, devoción y concentración mientras prestaban atención al rito del encendido de las luces de Janucá.
Me dije: si D-os, bendito sea, tiene semejante nación que en tiempos como estos, cuando durante el encendido de las luces de Janucá ven frente a sí las pilas de cuerpos de sus amados padres, hermanos e hijos, y la muerte acecha desde cada rincón, si a pesar de todo esto, se paran en muchedumbre y con devoción prestando atención a la bendición de Janucá, 'Quien hizo milagros para nuestros padres en aquellos días de antaño, en esta época', si, de hecho, fui bendecido para ver semejante gente con tanta fe y fervor, entonces tengo una obligación especial de recitar la tercera bendición"4 .
Algunos años después de su liberación, el Rabí de Bluzhov, radicando ahora en Brooklyn, Nueva York, recibió saludos del señor Zamietchkowski. Zamietchkowski pidió al hijo del Skabíner Rebe que dijera a Israel Spira, el Rabí de Bluzhov, que la respuesta que le dio en aquella oscura noche de Janucá en Bergen Belsen había permanecido con él siempre, y fue una constante fuente de inspiración durante épocas difíciles y perturbadoras.
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