Pregunta:
Hoy en día parece haber una tendencia a evitar describir el sufrimiento de los individuos y de los pueblos como un castigo divino por sus pecados. Veo esto, en particular, en la bibliografía sobre la shoá: prácticamente todos los artículos sobre el tema hablan acerca de cómo “Di-s obra de maneras misteriosas” y nosotros, criaturas mortales, con el uso de la herramienta limitada que es nuestro intelecto, no podemos pretender entender sus “razones”. A lo sumo, uno ve referencias a alguna tikún (“corrección”) cósmica que se alcanzó luego de sufrimiento y de tragedia, cuyos objetivos específicos están más allá de nuestra comprensión.
Me pregunto: ¿han cambiado los rabinos y pensadores judíos de hoy su percepción de Di-s para adecuarla a lo políticamente correcto?
Según lo entiendo yo, a lo largo de las tragedias judías de la historia, nuestras respuestas han sido bastante diferentes. Los sabios dicen que el Segundo Templo fue destruido porque nos apartamos de Di-s, que los discípulos de Rabí Akiva murieron porque eran malvados los unos con los otros... Y la lista sigue. ¿Por qué podemos decir que las tragedias bíblicas fueron castigos pero que las contemporáneas son “las maneras misteriosas de Di-s”?
Pd.: Espero que no parezca que pienso que 6.000.000 judíos merecían la muerte; sólo pienso que este es un tema que debe ser explicado.
Respuesta:
Tienes razón, es una pregunta importante, porque nos enfrenta cara a cara con el profundo realismo de la Torá y nuestro concepto de un Di-s compasivo.
Empecemos con el arquetipo de la tragedia judía, el trasfondo del acontecimiento más trascendental de nuestra historia, el éxodo. ¿Qué pecado cometió el pueblo judío para merecer la esclavitud en Egipto? Incluso Moshé le pregunta a Di-s: “¿Por qué le has hecho mal a este pueblo?”.
El Midrash describe el reclamo de Moshé en términos conmovedores:
“Tomé el libro de Bereshit. Lo leí. Vi las escrituras de la generación del Deluge, y cómo fueron juzgados. Eso era justicia. Vi la generación que construyó la torre de Babel, y a los sodomitas, y cómo fueron juzgados. Eso era justicia. Pero este pueblo, ¿qué ha hecho para ser oprimido más que cualquier otra generación precedente?”.
Cuando Moshé entró en escena en Egipto, ¿le dijo al pueblo “están siendo castigados por sus pecados. ¡Arrepiéntanse y serán redimidos!”?. No. Primero arriesgó su propia vida para redimirlos al confrontar al faraón, y se arriesgó aún más al desafiar a Di-s; toleró todas las quejas durante cuarenta años y sólo después, en sus últimos días, finalmente los regañó. Pero nunca lo vemos justificar a Di-s por la esclavitud padecida.
En nuestras plegarias de Iom Kipur describimos a los diez sabios que fueron torturados hasta la muerte por los romanos hace cerca de 2000 años. El Talmud muestra una figura de Di-s que revela a Moshé cada una de las generaciones y sus maestros. Moshé ve la grandeza de Rabí Akiva y sus colegas. Luego ve cómo Rabí Akiva exclama “Shemá Israel” mientras los romanos lo despellejan vivo con cepillos de metal. Moshé protesta: “¿esta es la Torá y esta es su recompensa?”.
¿La respuesta de Di-s? “¡Silencio! Esto es lo que he decidido”.
Obviamente, si hubiera pecados que pudieran explicar el castigo, Di-s no le hubiera ocultado la explicación a Moshé. La verdad es que Di-s tiene razones para todo lo que hace. Pero no necesariamente son razones que puedan ser comprendidas o aceptadas.
Es cierto que en nuestras plegarias decimos: “Por nuestros pecados fuimos exiliados de nuestra tierra”. También es cierto que la Torá y los profetas incluyen calamidades que llegan (o se amenaza con que llegan) como retribución Divina, y que el Rambam nos exhorta, cuando la tragedia golpea, a revisar nuestras acciones y arrepentirnos de nuestras faltas.
Pero varios siglos antes de la corrección política, los sabios de Israel insistían en que estaba teniendo lugar algo mucho más profundo que el castigo. Una y otra vez, reiteraban que no todo puede explicarse a través del limitado lente de la recompensa y la retribución.
Miremos más de cerca los ejemplos que citamos:
“Los discípulos de Rabí Akiva murieron porque eran malvados los unos con los otros”.
Las palabras exactas que el Talmud usa son: lo nahagu kavod ze laze, que significan: “no se concedieron entre ellos el debido honor”. Sí, se podría interpretar como una declaración de que había algo malo en su comportamiento. Pero, ¿podríamos realmente imaginar que 24.000 hombres jóvenes que el Talmud menciona como discípulos de Rabí Akiva se merecieran la muerte a tal punto porque “no se concedieron entre ellos el debido honor”? Una lectura mucho menos problemática es que la falta de respeto por sus compañeros relativizó el poder que sus estudios de Torá les habían concedido y que, de lo contrario, los hubieran salvado de la plaga.
Ocurre algo similar con la afirmación “El Segundo Templo fue destruido porque nos apartamos de Di-s”. Respecto del Primer Templo, durante más de cien años hubo profetas encargados de alertar. En el caso del Segundo Templo, se puede sentir a los rabinos buscando con desesperación algún tipo de explicación cuando preguntan: “El Segundo Templo, cuando los judíos mantenían las mitzvot y aprendían Torá, ¿por qué fue destruido?”. ¿Y qué se les ocurrió? Sin’at jinam: odio injustificado.
¿Qué clase de horrible e injustificado odio puede haber causado semejante cosa? Si bien pasaban muchas cosas feas en ese momento, el verdadero ejemplo que cita el Talmud parece bastante benigno. El Talmud cuenta una historia de un grupo en el cual un individuo (que resultó ser un vengativo bandido malicioso) no fue admitido, ante lo que los sabios no protestaron. ¡Si tan solo fueran esos incidentes los pecados más graves de hoy en día!
Se entiende de inmediato que aquí tiene lugar algo mucho más profundo que el castigo. Pensemos un poco: ¿el castigo corresponde al crimen? ¿Qué medida de rehabilitación se esconde en esparcir a un pueblo por el mundo durante casi 2000 años? ¿Ha ayudado eso a reformarnos? El castigo, nos dicen los sabios del Talmud, empieza de manera más rigurosa y luego, a medida que surte efecto, se suaviza y el tiempo pasa. En cualquier caso, nuestro exilio se ha vuelto más riguroso y más intenso con el tiempo. Especialmente el exilio del alma: es difícil imaginar una generación más confundida y frustrada de espíritu que la nuestra.
A esto apuntaba el gran cabalista Rabí Isaac Luria (el “Sagrado Ari”, que vivó hace quinientos años) al enseñar que la destrucción del Segundo Templo no era un castigo, sino un tikún. Y tiempo antes, era Rabí Akiva quien enseñaba que el mismo Di-s lloró por la destrucción de su Templo y el sufrimiento de su gente. Más interesante es la afirmación del Talmud: “El pueblo judío fue esparcido entre las naciones sólo para aumentar el número de conversos”; lo que Rabí Dovber de Lubavitch (1773-1827) interpretó en sentido luriánico: para reunir los destellos de santidad de todas las partes del mundo, para que todo el mundo se convierta en un lugar divino.
Ciertamente, hay justicia en el mundo: un Poder Superior que recompensa el bien y castiga lo malvado (de hecho, este es uno de los trece principios fundamentales del judaísmo). Y hay muchas instancias a lo largo de la era de los jueces y los reyes en las que los profetas les dijeron de manera clara a los judíos: “A causa de todos sus pecados, ¡les ocurrirán estas cosas!”. Y, en efecto, arrepentirse es una buena idea cuando te suceden cosas malas.
Pero ponerse de pie y pronunciar un juicio sobre alguien más (en especial decir que conozco la voluntad y la mente de Di-s, y que sé que esto pasó por esta razón, o que si tu gente continúa de esta manera, esto y aquello –Di-s no lo quiera– te ocurrirá), eso es algo que sólo un profeta puede hacer. E incluso en ese caso, sólo como parte de una misión explícita de Arriba.
De hecho, nos dicen los sabios, incluso Ieshaiau fue castigado cuando le dijo a Di-s: “Vivo entre gente de labios impuros”. Aquí los sabios describen la respuesta de Di-s:
“Ieshaiau, se te permite decir ‘soy un hombre de labios impuros’. Pero cuando dices: ‘Vivo entre gente de labios impuros’; ¡eso no voy a tolerarlo!”.
Y entonces, un ángel llegó de inmediato con una brasa y quemó sus labios. Di-s dijo: “¡Quema los labios de la persona que acusa a mis hijos!”
Respecto de la shoá, sé que aquí también hay quienes leerían esto como –Di-s no lo quiera– un castigo. Pero el Rebe consideró esto un insulto intolerable, no sólo hacía el pueblo judío, sino también a su Di-s. Como dijo el Rebe una vez: “Es imposible que la shoá fuera un castigo por pecados. Incluso el Ángel Acusador mismo podría jamás encontrar suficientes pecados en esa generación como para justifica el exterminio, tan inexplicablemente cruel, de seis millones de mártires sagrados”.
(Incluso me pregunto quién tiene más fe: el hereje que no puede aceptar la existencia de Di-s luego de la shoá, o el creyente que atribuye tales horrores al hambre de castigo por parte de Di-s. El “hereje” cree que si hay un Di-s, debe ser compasivo (y esto no cuadra con la idea de la shoá); el “creyente”, por otra parte, ha perdido su fe en la compasión... La alternativa puede ser herejía o no serlo, pero abordar la cuestión entendiéndola como “retribución por pecados” es una ofensa intolerable al sagrado pueblo judío y a su Di-s).de, basado en o inspirado por la charla del Rebe en momdos. Incluso el fundamentales del judas del Talmud, inos esto, en partic
En nuestras vidas como individuos y en nuestra visión de la historia, tenemos una opción, según cómo deseemos relacionarnos con Di-s. Lo podemos ver cómo ese Gran Ser Cruel del Cielo, e interpretarlo en consecuencia. O podemos percibir una relación más profunda entre el Hombre y Di-s; algo que no siempre puede comprenderse, pero sí creerse con inalterable fe.
La Torá te otorga esa libertad. ¿En qué mundo eliges vivir?
Fuentes
Gran parte de lo escrito arriba está tomado de la charla de shabat del Rebe a propósito de la parashá Vaiejí, 5751, basado en ella o inspirado por ella.
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