Esta semana leemos sobre el becerro de oro, quizás el pecado colectivo más conocido del pueblo de Israel, y que según la tradición judía seguimos pagando generaciones más tarde, con el exilio.

Muchos de nosotros nos sorprendemos al pensar que gente racional y que hayan visto la revelación divina puedan caer en la idolatría, pero hay que entender que los orígenes de la idolatría son muy complejos en la psicología humana.

El hombre (y toda criatura viva) por naturaleza adora a aquello que le da vida y nutrición, las culturas antiguas adoraban los ríos, el sol, la tierra, que eran la fuente de su alimentación. Después que Abraham descubrió a Hashem, los hijos de Israel entendimos que a pesar que el sol nos da calor y energía la fuente de todo es muy superior, y es el Creador que está por encima de todo.

De todos modos a pesar que a simple vista ya se erradico la idolatría en su estado más burdo, la realidad es que todos podemos fácilmente caer en ella sin darnos cuenta. Cuando idolatramos el dinero como pensando que nuestro futuro solo depende de ello, o cuando nos obsesionamos con nuestro trabajo o negocio, cuando pensamos que todo depende solo de nosotros, nuestra inteligencia, nuestra capacidad física, cuando nos enojamos porque las cosas no salen como nosotros queremos, en realidad estamos cometiendo el error de la idolatría, pensando que hay algo que se escapa de la divinidad.

La esencia de la Torá es eliminar la idolatría, eliminar el ego, la soberbia, la ira, la ansiedad, todos esos sentimientos que surgen de nuestra falta de confianza en Hashem. Es muy fácil caer en ella por eso siempre debemos estar atentos para evitarlo.

¡Shabat Shalom!

Rabino Eli Levy