La Torá nos cuenta que Moisés fue el hombre más humilde que vivió jamás. Llama la atención que un líder de la talla de Moisés sea “humilde”.

Llama la atención que el líder más importante en la historia de nuestro pueblo y tal vez de la humanidad, Moisés, según la Torá fue1 el “hombre más humilde que vivió jamás”. ¿Cómo se explica esto? ¿Acaso él ignoraba tener cualidades sobresalientes?2

Comencemos por definir el significado de humildad y autoestima. En el diccionario de la Real Academia Española encontramos las siguientes acepciones:

humildad. (Del lat. humilĭtas, -ātis).

1. f. Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.

2. f. Bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie.

3. f. Sumisión, rendimiento.

autoestima.

1. f. Valoración generalmente positiva de sí mismo.

A primera vista, parecería que se trata de dos características incompatibles, ya que el que tiene humildad no se atribuye mucha importancia, mientras que el que tiene autoestima, sí lo hace. También, el que tiene humildad no confía en sí mismo, contrariamente a lo que siente la persona con autoestima.

Según el enfoque jasídico, la humildad, lejos de ser un rasgo que denota cierto complejo de inferioridad, resulta de tener una fuerza interior superior a aquel que carece de ella.

La llave para entender el concepto está en el nombre de esta parashá: Behar (‘En la montaña’).

La lectura abre con el versículo: “Y D-os le habló a Moisés en el Monte Sinaí…” y prosigue enumerando las leyes del Año Sabático. El comentarista bíblico Rashi parafrasea la famosa pregunta del Talmud: ma inian shemitá éitzel har sinai? (‘¿qué tiene que ver el tema del Año Sabático [en particular] con el Monte Sinaí?’) A continuación, provee esta respuesta: esto nos viene a enseñar que, al igual que el precepto del Año Sabático, cuyos detalles fueron explícitamente entregados en el Sinaí, los demás preceptos también fueron entregados allí con sus especificaciones.

Con todo, aún cabe preguntarse: ¿por qué fueron entregados la Torá y los preceptos precisamente en el Monte Sinaí y no en otro lugar?

Nuestros sabios relatan que cuando D-os quiso dar la Torá y buscó un lugar adecuado se presentaron todas las montañas para ofrecer sus servicios, destacando cada una sus virtudes. El Monte Sinaí, de baja altura, no osó presentarse.

Dijo D-os: “siendo que para recibir la Torá hace falta tener la cualidad de la humildad, daré la Torá sobre el Monte Sinaí, ya que se destaca por poseer esta cualidad”.

La pregunta obvia que surge es: si D-os quiso entregar la Torá sobre un lugar que representara la humildad, ¿por qué no entregarla en un valle o en un llano? ¡Una montaña bajita no representa ni una cosa ni la otra!

Una de las explicaciones es que hacen falta las dos cualidades representadas por la altura y la llanura. Hace falta tener la cualidad de la humildad para recibir y aprender, y orgullo para defender y transmitir lo aprendido. En otras palabras, hace falta poseer tanto la cualidad de la humildad como la de la autoestima.

El tema es más profundo aún: la verdadera autoestima proviene de la humildad, y la verdadera humildad, de la autoestima sana. A continuación veremos por qué.

Guevurá y nétzaj shebehod

La parashá Behar se lee siempre durante el período de siete las semanas entre Pésaj y Shavuot, conocido como Sefirat haómer. Según las enseñanzas místicas, durante ese período debemos y podemos refinar nuestras siete emociones en preparación a Shavuot, momento en que volvemos a recibir la Torá, ya en condiciones personales óptimas.3 Cada una de las siete emociones se compone a su vez de las mismas siete; cada semana es dedicada a una emoción en particular y sus combinaciones con las demás emociones. O sea, cada día de los cuarenta y nueve días del Omer trabajamos una de dichas combinaciones.

Veamos aquí dos de estas combinaciones: guevurá shebehod, (‘fuerza dentro de la humildad’) y nétzaj shebehod, (‘perseverancia en la humildad’), correspondientes al 310 y 320 días del período, respectivamente.

Generalmente vemos la humildad, o la acción de ceder, como una debilidad. Hay, no obstante, una manifestación de humildad que es el resultado y, a la vez, el motor de una poderosa fuerza: cuando cedemos nuestra preferencia y comodidad personales ante un principio y luchamos por defenderlo. No es lo mismo pelear como expresión del ego que como resultado de la abnegación de este. No es lo mismo pelear para demostrar la fuerza, que hacerlo a pesar de no considerarnos especialmente fuertes o carecer de interés en demostrarlo. (A la inversa, muchas veces sucede que uno opta por no pelear, no por ser humilde y pacífico, sino porque no quiere complicarse la vida; esta es una expresión de egoísmo.)

La lucha que emana de la humildad y la autoabnegación es la lucha más pura, la que finalmente triunfará.

La Torá fue recibida en el Sinaí; todos los preceptos provienen de allí. El fundamento de la milenaria lucha judía no es el ego (yo puedo), sino la humildad: yo debo. Quizás no sea moneda corriente en el mundo actual del “todo bien”, pero ese es uno de los secretos de nuestra supervivencia milenaria hasta ahora; la victoria, solo podremos cantarla al final de la historia.

Un “pueblo aparte”

En cierta oportunidad, el primer ministro israelí Itzjak Rabin (z”l) compartió un comentario acerca de su encuentro con el Rebe de Lubavitch, que su mérito nos proteja. Dijo Rabin: “Hablamos sobre la soledad del pueblo judío, si era por gusto o por fuerza mayor. La conclusión fue que es debido a ambas cosas”.4

¿Qué queremos decir con “un pueblo aparte”? El pueblo judío es un pueblo que, a diferencia de otros que se dedican a sus objetivos particulares, se destaca por su abnegación ante la voluntad Divina. Es esta abnegación la que nos ha dado hasta hoy la fuerza que nos mantiene vivos a pesar de las persecuciones a las que nos sometieron los grandes imperios a lo largo de la historia, motivados todos ellos por sus propios objetivos e intereses.

Cada pueblo encuentra motivo de inspiración y celebración en los momentos destacados de su historia. Para los judíos, entre los momentos y mensajes más inspiradores se halla la expresión de humildad (el Monte Sinaí), que dio lugar al nacimiento de la fuerza más indestructible de la historia: la que proviene de la abnegación personal ante la verdad.