Un importante comerciante de telas finas viajó desde Inglaterra a Nueva York para encontrarse con el Rebe de Lubavitch. Como parte activa de la comunidad de Jabad, conocía bien el impacto que los consejos y bendiciones del Rebe habían tenido en la vida de muchísimas personas.
En el transcurso de la conversación, el empresario lanzó una idea audaz: ¿y si se asociaban en un negocio?
El Rebe lo miró con seriedad y le dijo:
—Está bien. Pero recordá que en una sociedad, ninguno de los socios puede tomar decisiones sin el consentimiento del otro. ¿Aceptás?
El hombre, aunque algo escéptico sobre el conocimiento del Rebe en su rubro, aceptó encantado. ¡No todos los días uno se asocia con un tzadik!
Una inversión inesperada
El Rebe le sugirió comprar una tela muy específica, un tipo de material que ni siquiera figuraba en el radar del empresario. Aun así, confió y compró una buena cantidad. Cuando regresó a Nueva York, el Rebe le dijo que había comprado muy poco. Que debía invertir mucho más.
¿Mucho más? El hombre volvió a Inglaterra y, tal como le indicaron, invirtió toda su fortuna en ese material. Fue una apuesta arriesgadísima.
Todo empieza a caer...
Pero la cosa se puso fea. Apenas finalizó la compra, el precio del material comenzó a desplomarse. Desesperado, pensó en vender una parte antes de perderlo todo. Sin embargo, como habían acordado, primero consultó al Rebe.
—No vendas —respondió el Rebe.
Los días pasaban. El valor seguía cayendo y el ánimo del empresario también. Las pérdidas eran abrumadoras. Empezó a dudar de todo: del negocio, de su conexión con Jabad, incluso de su relación con el Rebe. Pero cada vez que pedía permiso para vender, recibía la misma respuesta:
"No vendas."
Meses después, cuando ya casi había perdido la esperanza, algo cambió. Un diseñador de moda de renombre lanzó una colección que usaba, justamente, ese material. El mercado enloqueció. ¿Y quién tenía todo el inventario? Él.
El hombre volvió a hablar con el Rebe, y esta vez escuchó:
—Ahora sí. Vendé.
La tela se vendió como pan caliente. Las ganancias fueron millonarias.
Entusiasmado, el empresario voló a Nueva York para entregarle al Rebe su “parte” de la ganancia. El Rebe, sin dudar, la rechazó.
—Donalo a caridad —le dijo.
El hombre, emocionado, preguntó si podían embarcarse juntos en otro negocio.
El Rebe sonrió y le respondió con humor:
—Lo siento... sos un shvajer shutaf, un socio débil.
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