La Ley de Atracción es una idea muy popular que sostiene que las personas atraen situaciones semejantes a las actitudes que tienen. Es decir, el pesimismo trae como consecuencia desgracias, mientras que el optimismo atrae la buena fortuna.

El poder que poseen las actitudes para cambiar el curso de la vida de una persona es una presunción tácita que se encuentra en gran parte de la literatura de la Torá. Particularmente, esto se ve reflejado en la fuente más influyente de sabiduría común, los Salmos. “¡Aquel que confía en Di-s, se verá rodeado de bondad!”1 , “¡Afortunado es el hombre que confía en Di-s!”2 .

Del mismo modo, los sabios del Talmud parecen dar por sentado esta norma. Por ejemplo, a fin de descartar una superstición sin sentido de un augurio popular para determinar si un viaje sería exitoso o desafortunado, los sabios aconsejaban “No hacerlo”. ¿Por qué? “Porque quizá, si el augurio resultaba negativo, la persona se preocuparía, y eso determinaría su destino”3 .

El Zohar describe este efecto optimista en términos cósmicos4 :

El Mundo Inferior siempre está dispuesto a recibir, y es llamado una piedra preciosa. El Mundo Superior solo provee de acuerdo con su estado. Si su estado es el de un rostro brillante que se observa desde abajo, del mismo modo se ve desde arriba. Pero si es triste, del mismo modo será juzgado. Así también está escrito “¡Sirvan al Señor con alegría!” porque la alegría del hombre atrae la alegría celestial. Por lo tanto, del mismo modo en que es coronado el Mundo Inferior, así será lo que atraiga de arriba.

Sin embargo, al leer esas palabras, podemos notar una distinción crítica entre esta actitud ancestral y la Ley de Atracción. Esta última coloca al hombre en el centro del universo manejando todos los hilos. Cada uno forja su propia realidad. El optimismo judío, en contraposición, se basa en la fe de una Realidad Superior esencialmente benefactora.

El optimismo judío no crea o atrae algo nuevo, simplemente abre paso a que la luz del día entre y nos ilumine. Di-s es bueno y es único y, por lo tanto, todo lo que acontece es esencialmente bueno. Nuestra fe permite que esto sea visible.

Aquí hay una metáfora que puede resultar útil: Piensen en un video que se está descargando por una banda ancha muy lenta, llena de obstáculos molestos y con un sonido muy distorsionado. Del mismo modo, la maldad y los acontecimientos negativos distorsionan la energía vital que viene desde arriba. El optimismo reduce las limitaciones, aumenta la banda ancha y permite que el video fluya en alta resolución con mínimas dificultades y sin pérdida de información. La película fue siempre buena, pero ahora también se ve bien.

Lo cierto es que, a veces, la confianza en Di-s también puede cambiar la realidad que subyace. En relación con el primer versículo del Salmo que citamos anteriormente, Rabi Iosef Albo (c. 1380-1444) escribe:

Esto significa que aún si no lo hiciera por mérito propio, sin embargo, así es como funciona la fe en Di-s, atrayendo la bondad gratuitamente sobre aquellos que eligen confiar en él5

Del mismo modo, Rabeni Bajye ibn Pakuda (d. 1340) expresa:

Aquel que confía en Di-s será recompensado sobreponiéndose a las aflicciones, incluso cuando esté estipulado que dicha aflicción recaiga sobre él6

Esto es más que aceptar una clara señal, es un efecto recíproco. Piensen en un niño que está caminando en medio de una tormenta aferrado a la mano de su padre. No importa cuán exasperado se haya sentido el padre a causa del comportamiento de su hijo, ese apretón de mano le recuerda que debe ser fuerte y valiente, que lo debe proteger y cuidar –tal como dijo Wordsworth, “El niño es el padre del hombre”. Cualquier vestigio de enojo desaparece y se ve reemplazado por pura compasión. Del mismo modo, nuestra confianza en Di-s puede hacer milagros en los momentos en que todo lo demás nos ha fallado.

Cuando el hijo del Rab Mijel Blinner de Nevel corría peligro de muerte, este le pidió a Rabi Menajem Mendel de Lubavitch, el “Tzemaj Tzedek”, que le concediera una bendición. El Tzemaj Tzedek le respondió “Despierta el poder de confianza en Di-s con la simple fe de que Él, bendito sea, salvará a tu hijo. Los pensamientos también ayudan. Ten pensamientos positivos y todo saldrá bien”.

Y así fue como el hijo del Rab Mijel se salvó7 .

Sin embargo, nada de esto nos hace autores de nuestra realidad. Por el contrario, es la total entrega a una verdad infinitamente mayor a nosotros mismos –es decir, a Di-s– lo que causa el verdadero cambio en nuestra realidad.

La Ley de Atracción puede resultar llamativa para la razón humana, y para nuestro ego. Sin embargo, el tipo de optimismo que ha mantenido al pueblo judío vivo durante todos estos milenios no se basa en nada de eso. Su sustento está dado por una convicción más allá de la razón que ha probado ser más poderosa que cualquier otra idea en la historia de la humanidad: La vida es buena porque su Creador es bueno, y nuestra misión en la vida es demostrarlo.