Pregunta:

Mi padre era un hipócrita. Aparentaba llevar una vida religiosa, pero era todo mentira. Nunca pasaba tiempo con sus hijos y al parecer no le importábamos mucho, por eso, nos rebelamos y nos alejamos de todo el mundo judaico.

El problema es que ahora que estoy en la universidad, tengo algunos amigos observantes y, sinceramente, me atrae mucho el judaísmo y su estilo de vida. Pero me cuesta acercarme e involucrarme por lo que ocurrió con mi padre. ¿Qué debo hacer?

Respuesta:

Debes hacer lo que tengas ganas de hacer. Para eso, es preciso que repases tu historia.

Probablemente, cuando eras un niño, hayas leído un libro llamado Harold y su crayón violeta, de Crockett Johnson. Trata acerca de un niño en pijamas que comienza a dibujar sobre la pared con su crayón y crea un viaje fantástico con caminos, árboles, ciudades y trenes; y luego, se siente asustado y perdido porque las criaturas que había dibujado con su crayón eran mucho más grandes que él.

Inventar historias a raíz de eventos pasados de nuestra vida es el pasatiempo preferido de todo ser humano. Creemos que dichas historias no son más que un relato fiel de lo que nos pasó. Sin embargo, no existe el relato de la vida hasta que no lo contamos. Obviamente, esto excede una simple pared y un crayón –es un conjunto de acontecimientos, uno atrás del otro, compartidos con personas con vidas distintas a la nuestra, en un cierto lugar, en un determinado momento, etcétera–. Somos nosotros los que unimos esa serie con significado y dirección para crear una narrativa.

Nada tiene mayor impacto en nuestra vida que esos relatos. Puede que las criaturas del relato sean reales, pero queda en nosotros decidir la trama y el guion. ¿Somos víctimas o héroes? ¿Somos simples espectadores o quienes forjan el cambio? Frente a una historia que puede dejarnos encerrados entre cuatro paredes, podemos elegir si colocamos un techo de hierro y un piso de arenas movedizas o si nos sentamos en la cabina del piloto de un cohete con rumbo a nuestro destino. Nosotros somos los autores y, sin importar cuán grandes sean los personajes del relato, siempre tendremos el crayón en nuestra mano.

Hasta ahora, has decidido escribir un relato que te deja acorralado contra una pared de ladrillos. Es preciso volver para atrás y reescribir la historia para que, finalmente, puedas salir del asiento del acompañante en el auto de tu padre y tengas el mando del volante de tu propio auto.

En pocas palabras, tu padre intentó hacer teshuvá y regresar a sus raíces judías. Quiso ser un buen judío, pero falló. Pero tú sabes en qué se equivocó y sabes cómo hacer lo correcto. Ahora que te estás acercando a la salida de tu propia autopista, tienes la posibilidad de ir en la dirección opuesta o retomar donde tu padre abandonó. Puedes crear tu futuro y enmendar el pasado de ambos.

Los personajes del relato son prisioneros del tiempo. Sin embargo, el autor es su dueño. Según como elija reescribir el pasado, así será el futuro.