¿El matrimonio es bueno para ti?
Últimamente el matrimonio ha adquirido una mala reputación por completo injustificada. Décadas de estudios sobre el bienestar de los seres humanos llegan de manera consistente las mismas conclusiones: bajo cualquier criterio, el matrimonio es mejor que permanecer soltero o vivir con otro sin llevar a cabo ninguna ceremonia.
Las personas que se casan viven más, son más sanas de cuerpo y de mente, son más amables entre sí y presentan menos probabilidades de abusar la una de la otra. Experimentan menos dolor físico, se sienten más seguras, ganan más dinero, se retiran con más comodidades y tienen mayor tendencia a decir que son felices con sus vidas que sus colegas que han permanecido por fuera del matrimonio formal o aquellos que se han divorciado.
Asimismo, los hijos de matrimonios son más sanos, más felices, más inteligentes, están más seguros y contribuyen en mayor medida al resto de la sociedad.1
Te puede parecer extraño, pero vivir con otra persona sin haber hecho una ceremonia no provee casi ninguna de esas ventajas. Somos homo ritualis, criaturas formadas por el rito.2

© Yoram Raanan
¿Es riesgoso el matrimonio?
Sí, hay riesgos. Sí, hay compromisos. Sí, hay peleas, lágrimas y tormentas de emociones. Sí, hay sacrificios.
Pero no hay diferencia entre estos sacrificios y los que hacemos hoy para obtener una educación de buena calidad, encontrar un trabajo bien pago, hacer una inversión financiera a largo plazo y prepararnos para un retiro cómodo. No hay diferencia, salvo que la recompensa es mucho mayor.
Con respecto a los riesgos: tal como sucede con una casa o con un auto, con el mantenimiento apropiado y con mucho esfuerzo se pueden reducir en gran medida.
Sí, eso implica trabajo duro, como todo lo bueno. La diversión buena y sana también es trabajo duro. Eso es lo que lo hace bueno: es algo que consigues mediante tu trabajo duro, perseverante, que no se detiene nunca, ni durante un segundo.
Entonces, ¿qué le hemos hecho al matrimonio? ¿Qué tenía de malo, que lo tiramos por la borda tan fácilmente? ¿Por qué tanta gente que en otros aspectos es tan inteligente ha atacado y destrozado de manera deliberada una institución tan preciosa?
A decir verdad, sólo se me ocurre una razón. La sociedad actúa como un organismo. Cuando siente que ha perdido su viabilidad, desencadena su propia muerte. El declive del matrimonio es la desalmada e impotente no cultura de la secularidad, que apaga sus mecanismos de reproducción y se atomiza hasta formar individuos desconectados que preparan el lecho de su propia extinción. Sin un sentido de lo que es trascendental, no queda oxígeno para que la vida respire.
Como lo explica rabino Jonathan Sacks: “Tener hijos y criarlos requiere de un enorme sacrificio… la gente religiosa entiende el concepto de sacrificio… (pero) a lo largo de la historia, a la gente que se encuentra inmersa en una cultura secular, consumista, individualista, le resulta mucho más difícil hacer sacrificios”.3
Casarse es tener fe en la vida. Es creer que la especie humana tiene un propósito y que tu propia existencia tiene un sentido en la eternidad.4

© Yoram Raanan
El matrimonio en un plano superior
La verdad es que el matrimonio es mucho más que un compromiso de por vida con otra persona. Es una decisión de vivir la vida en un plano más elevado.
Mira el mundo a tu alrededor: una plétora de cosas y seres vivientes, cada uno en su propio camino, en su propia dirección, cada uno en la lucha por su propia supervivencia, en la búsqueda de su propio placer y su propia realización, como si el universo entero no fuera nada más que esta pequeña criatura.
De no saber que no es así, podría esperarse una batalla universal entre innumerables fuerzas, un atasco de tránsito cósmico, una cacofonía que durara un brevísimo instante previo a que todo se destruyera en el caos.
Pero sabes que no es así. Has estado allí cada vez que el sol vira más hacia el sur todas las mañanas, los árboles se calzan sus atuendos de verano, las ardillas se obsesionan con sus reservas de frutos secos y semillas: claro, cada vez que el mundo se convierte en una armonía majestuosa. Y cuando los vientos del otoño traen consigo el sueño del invierno, el invierno despierta la gloriosa erupción de la primavera, y las criaturas de la primavera se ponen todas de acuerdo de algún modo para deslizarse poco a poco hacia el calor del verano.
Alrededor de ti el ciclo de la vida comienza una y otra vez: los elementos del planeta Tierra, en milagrosa sintonía con las órbitas del sol y de la luna, mientras los organismos que crecen, se apresuran, nadan y vuelan sobre esta tierra danzan con elegancia al compás de esta melodía.5
¿Qué hace que este milagro sea posible? Algo casi inexplicable. Incrustado en un mundo definido por la diversidad y el cambio como constantes universales, que no cambian a lo largo del tiempo y del espacio. Y a su ritmo, toda la vida palpita en armonía.
Eso sí que es extraordinario. Lo eterno respira dentro de lo temporal; lo que no cambia, dentro del cambio constante; lo infinito dentro de lo finito. ¿Cómo funciona esto?
Sólo podría suceder con un poder que trascendiera todos estos términos y definiciones, que no fuese un ser ni un no-ser, sino el Creador de todo lo pasajero y de todo lo constante, finito e infinito, de todo lo dicho. En esta danza de la vida, el cielo y la tierra se unen para tocar a Di-s.6

© Yoram Raanan
La elección del matrimonio
Entonces, nuestro mundo cuenta su historia en la intersección de dos escenarios, y tú eliges dónde te gustaría vivir.
Por un lado, puedes hacer lo que cualquier otro organismo que pelea para sobrevivir, para ganar en una batalla de la que participan muchas otras pequeñas vidas, para evitar el dolor y alcanzar el placer, para tomar aliento y luego comenzar el viaje hacia la decadencia, como otra chispa que emerge para brillar durante un momento fugaz, sólo para oscurecerse, caer y perecer en el polvo.
O bien, por otro lado, puedes elegir sumergirte en la maravilla de la eternidad, para unirte a otro que no eres tú y danzar dentro de ese círculo del sol y la tierra, el día y la noche, el amor y el miedo, el verano, el otoño, el invierno y de nuevo la primavera. Para traer aún más vida a este mundo con el asombroso poder del Infinito, cuando una personita nueva surge de la nada para unirse a tu danza circular, y luego otra, y una más, y de ellas otras que engendrarán aun otras, y así elevarte a lo eterno, “por todo el tiempo que los cielos permanezcan sobre la tierra”.7
En la celebración de un casamiento, según dicen los cabalistas, una luz infinita desciende al mundo en una explosión de alegría ilimitada. De esa luz proviene el poder de crear vida sin fin.8
Es por eso que el matrimonio debe ser santificado, porque sólo a través de esa santificación puede elevarse esta unión más allá de los deseos y las pasiones de criaturas finitas para entrar en la eternidad cósmica.

© Yoram Raanan
El matrimonio en el centro del ser
El misterio del matrimonio es aún más profundo; radica en un plano aún más elevado: no sólo en el círculo, sino también en el punto alrededor del cual gira ese círculo, y en el dínamo que lo hace girar.
El matrimonio de un hombre y una mujer es un reflejo del matrimonio cósmico. Así como un círculo gira por la dinámica de polos opuestos unidos por una fuerza superior, al universo le da vida su Creador a través de la unión de opuestos. Y también un matrimonio se sostiene por la dinámica de esos mismos opuestos.
Es por eso que el matrimonio no se trata de encontrar a alguien que sea igual a ti, ni siquiera a alguien que sea indicado para ti. Incluso si por algún milagro esta persona fuera la indicada para ti al principio, en algún punto las placas tectónicas se desplazarán, aunque sea lentamente, y las partes dejarán de encajar.
¿Y quién querría tal unión de semejanzas, una que requiere que permanezcas como eres, siempre inmóvil, para no perturbar el encastre perfecto de este otro? Tú estás vivo. La vida es cambio. La vida es ser para siempre algo distinto: trascender siempre, escapar a aquello que eras hace un momento.
Por el contrario, el matrimonio es una unión con alguien que no eres tú. Es en el matrimonio donde aprendes a ir más allá de las estrechas barreras del ser definido, a descubrir tu propia naturaleza, que no puede ser enunciada ni sabida, sino sólo tocada, en lo profundo, por aquel otro al que te unes.
El matrimonio es la unión que reside en el centro de toda vida: la unión de energía y materia, tiempo y espacio, cuerpo y alma, cielo y tierra, lo eterno y lo temporal, el Creador y lo creado. Es el generador de la vida, del ser, de la existencia.
En el matrimonio, hombre y mujer juegan a ser Di-s. De hecho, cuando fuimos creados, lo fuimos, como se dice, a imagen de Di-s: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya”. ¿Y cuál es esa imagen? “Varón y hembra los creó”.9
Esa es la imagen de Di-s sobre esta tierra: un hombre y una mujer, dos seres, dos otros, en un permanente devenir uno. Nada hay más trascendente.
Contrae matrimonio. Mantén tu matrimonio. Participa de la eternidad.
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