Hay una parábola contada por el Máguid de Dubna en el cual cuenta de un joven pobre que iba de casa en casa pidiendo ropa usada para revender y ganarse unos pesos.
En cierta casa le indicaron que subiera al altillo y que se llevara toda la ropa ahí guardada que le servía.
El joven subió y juntó un respetable paquete de ropa con la ilusión de poder venderlo y ganarse una linda suma.
Buscó una cuerda para poder atar la ropa y finalmente vio una cuerda colgada del techo que le parecía adecuada. Sin pensar mucho, la cortó y de repente escuchó un gran ruido. El dueño de casa no tardó en subir corriendo al altillo. “¡¿Qué hiciste, joven?!” gritó.
“Estoy juntando ropa usada tal como me indicó su señora,” respondió el joven.
“Y, ¿¿esa cuerda que tenés en la mano??” insistió el dueño de casa con la cara roja de enojo.
“Corté un pedazo para poder atar la ropa en un paquete,” explicó el joven. “No pensé que tenía tanto valor...”
“Mirá, mi hijo, ¡¡esa cuerda sostenía a la araña de cristal central que tenía en el salón principal de mi casa!! ¡¡Ahora, está todo arruinado!!”
Esta historia me vino a la mente en un intercambio que tuve hace poco con una joven que se dirigió a mí para que la ayude a entender ciertos temas relacionados con su identidad judía. En algún momento me comentó: Ya he abandonado casi todas las prácticas religiosas del judaísmo. Hay solo dos cosas que sigo haciendo sin saber bien por qué. Probablemente sea para complacer a mis padres que son religiosos. Son las dos cosas que me siguen coartando mi libertad personal. Si las dejo estaré libre por completo y feliz. Dígame, Rabino, ¿por qué no debería hacerlo?
Se me partió el corazón ante el dilema que la atormentaba y mi corazón empezó a latir más rápido. ¿Cómo podía yo ayudarla a entender, no a sus padres sino a sí misma? ¿Cómo podía ayudarla a entender que no se trataba de un conflicto entre ella y sus padres —y al cortar las últimas cuerdas estaría libre— sino que se trataba de un conflicto entre ella y ella misma y que la iba a perseguir aunque cortara con las últimas dos cuerdas que la “ataban”?
Y ahí me acordé de la historia de la araña de cristal.
“¿Son cuerdas que te atan o son raíces que te conectan?” pregunté.
Seguimos hablando y al final llegamos a la conclusión de que puede ser que son las dos cosas: limita una parte de ella si bien sirve para conectar y nutrir otra.
De acuerdo a lo explicado en el texto fundacional de la filosofía de Jabad, el Tania, tenemos dos instintos —dos “almas”— el uno “animal” que busca satisfacerse y el otro “divino” que busca satisfacer la voluntad de Di-s. Hay un conflicto constante entre ellos. A veces gana uno y a veces gana el otro. La consigna de la vida no es eliminar al adversario “animal” interno, sino no cansarse y seguir dando pelea, sin tregua. Se hace más fácil si el hombre entiende que está lidiando con un “animal” y es natural que el animal no entienda...
Cuando uno está motivado, la pelea se le hace más fácil; cuando uno está desmotivado es más difícil y uno debe recurrir a la fuerza de voluntad y la “terquedad” para seguir dándole, aún sin inspiración.
La lectura de esta semana, Éikev1 , abre con la continuación de la despedida de Moshé antes de fallecer: Vehaiá éikev Tishmeún, “Será, como consecuencia de que obedezcan estas leyes”, y continúa delineando los resultados de cumplir con las leyes de la Torá.
Nuestros sabios señalan que la expresión inusual de Eikev (“como consecuencia de”) también se puede entender como “talón de” y ven en esto una cantidad de enseñanzas implícitas.
Vehaia Eikeve Tishmeun se puede entender literalmente como “será que el talón escuchará”. ¿Qué quiere decir que el talón escucha?
El talón es la parte más insensible del cuerpo humano. Uno puede llegar hasta pisar con él piedras y espinas sin dañarse ni molestarse. Es también la parte más baja del cuerpo parado. Estas dos características están vinculadas entre sí y representan, según las enseñanzas jasídicas, la etapa de la historia que será tanto el final como la más insensible, desde el punto de vista espiritual. Está denominada Ikvetá demeshijá o sea los “talones de Mashíaj”.
La implicancia de esto es que al final de nuestra historia milenaria, en el momento más insensible —el talón— , “escucharemos”, llegaremos a “escuchar” y entender las cosas que nos eludían durante la historia.
Podemos aplicar esto también a la vida del individuo. A todos nos gusta entender. ¿Por qué esto? ¿Para qué aquello? Todo lo que podemos llegar a entender en cuanto al significado de la Torá y el propósito de las Mitzvot será siempre limitado e incompleto; es lo máximo que nuestra mente y nuestro corazón con capacidades limitadas pueden lograr.
Es cuando optamos por seguir conectados no porque entendemos y sentimos el por qué sí, sino a pesar de no entender y sentir —talón—, que llegamos a “escuchar”, a captar la esencia misma de la conexión con Di-s que se nutre por medio de la Torá y que se expresa por medio de las mitzvot.
Las “cuerdas” limitantes se transforman de repente en “raíces” vitales.
En las enseñanzas del jasidismo Jabad se habla mucho de que Di-s se manifiesta de tres maneras: Or Pnimi, Or Makif, Atzmus, o sea lo que podemos entender y sentir conscientemente, lo que trasciende nuestro alcance intelectual y emocional, y la esencia de Di-s que está por encima de entender y no entenderla. Nosotros también tenemos esas tres dimensiones: está lo que podemos comprender con el intelecto, lo que trasciende el alcance del intelecto y lo captamos con fe, y aquello que no podemos comprender ni con la fe; irrumpe en momentos de amenaza o de gran regocijo.
Así que la herramienta para esta semana es: cuando estás frente a tu última cuerda, no te desesperes; bien puede ser la primera raíz de una nueva etapa llena de vida y comprensión.
También: cuando te encuentres con una “cuerda” que no parece tener gran función, pensalo bien antes de “cortarla” puede ser mucho más importante de lo que parece. No subestimes las cosas que parecen poco importantes cuando se trata de la conexión con tu alma, con Di-s y con el pueblo judío. Si parece tener poco valor, bien puede por el límite de nuestro alcance intelectual y emocional.
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