Uno de los resultados de la ansiedad y de la angustia es la parálisis. Desde la perspectiva que uno tiene en uno de los dos estados de ánimo no ve la posibilidad de triunfar en el desafío que tiene delante de él. La consecuencia de esa perspectiva es que se hace realidad y no triunfa justamente porque no sale a dar pelea.

Es difícil para uno que está en esas condiciones contemplar la posibilidad de una realidad diferente. Es víctima de sus propias construcciones mentales. La “fortaleza” que se construyó para protegerse de la posibilidad del fracaso se termina transformando en su cárcel que no le permite triunfar.

¿Cómo hace uno para poder liberarse de esa trampa?

El primer versículo de la lectura de Ki Tetzé1 nos da una posible solución: “Cuando saldrás en guerra sobre tu enemigo y Di-s lo entregará en tus manos…”. Implícita aquí está la idea de que para que Di-s entregue tu enemigo, hace falta que salgas a dar pelea. Mientras te quedes cómodamente escondido y protegido dentro de tu fortaleza mental, ni Di-s te puede ayudar a conquistar.

Uno de los resultados de la ansiedad y de la angustia es la parálisis. Desde la perspectiva que uno tiene en uno de los dos estados de ánimo no ve la posibilidad de triunfar en el desafío que tiene delante de él. La consecuencia de esa perspectiva es que se hace realidad y no triunfa justamente porque no sale a dar pelea.

Es difícil para uno que está en esas condiciones contemplar la posibilidad de una realidad diferente. Es víctima de sus propias construcciones mentales. La “fortaleza” que se construyó para protegerse de la posibilidad del fracaso se termina transformando en su cárcel que no le permite triunfar.

¿Cómo hace uno para poder liberarse de esa trampa?

El primer versículo de la lectura de Ki Tetzé nos da una posible solución: “Cuando saldrás en guerra sobre tu enemigo y Di-s lo entregará en tus manos…”. Implícita aquí está la idea de que para que Di-s entregue tu enemigo, hace falta que salgas a dar pelea. Mientras te quedes cómodamente escondido y protegido dentro de tu fortaleza mental, ni Di-s te puede ayudar a conquistar.

Y el primer enemigo que hay que enfrentar es la inteligencia de uno mismo. Son las ideas propias las que más pueden inhibir. No es tanto la realidad como tu percepción de ella la que te pondrá frenos o entusiasmo para salir a enfrentar los desafíos que ves delante tuyo. Tenés, entonces, dos posibilidades: trabajar para cambiar tu percepción o actuar a pesar de tu percepción. Si piensas que tu éxito depende de tí, lo más prudente sería trabajar para cambiar tu percepción para suplantar el miedo por convicción. Pero, si uno entiende que el éxito no depende de uno sino de Di-s, puede salir adelante sin haber reprogramado su percepción de la “realidad”. Sale a hacer lo que tiene que hacer, confiado en que al hacer su máximo esfuerzo por hacer el bien sus esfuerzos se verán coronados de éxito.

A veces uno se paraliza ante la cantidad de tareas y responsabilidades que tiene que afrontar. Puede ser de ayuda si visualiza la sensación que tendrá luego de haberlas cumplido. La satisfacción de tacharlas de su lista y el beneficio obtenido luego de realizarlas servirán de motivación para perseverar en la etapa ardua. En otras palabras: uno puede mirar las tareas como batallas o como oportunidades para lograr eventuales triunfos.

Hay un detalle en el texto que agrega un elemento significativo. Dice: cuando salgas en guerra sobre tu enemigo. No dice contra (“négued”) tu enemigo sino sobre (“al”) tu enemigo.

Los maestros jasídicos explican que en esta expresión yace un gran secreto para triunfar en la guerra personal: salir confiado en tu capacidad de triunfar.

Si uno sale en guerra “contra” su enemigo, o sea considerando que las fuerzas son parejas, no necesariamente ganará, ya que constantemente duda si así será o no. Pero, cuando uno sale confiado en la superioridad de su “arma secreta”, es otro andar.

¿Cuál es el “arma secreta” que nos puede dar tanta confianza en ganar en nuestra batalla interna personal?

La convicción.

Cuando uno sale a dar pelea por una causa justa, no da tregua hasta lograr su objetivo. En cambio si uno pelea por algo por razones egoístas, abandonará el campo de batalla si considera que el esfuerzo no vale la pena.

Me hace recordar la pregunta que le hicieron a uno de los generales de la FDI, luego de la guerra de los Seis Días: ¿La victoria fue gracias a un milagro o fue el resultado natural de las circunstancias?

“En parte fue milagroso y en parte fue algo natural,” respondió. “El milagro fue que pudimos defendernos contra tantos ejércitos árabes, más numerosos que nosotros. Lo “natural” fue que Di-s nos ayudó a nosotros; ¿a quién iba a ayudar, a nuestros enemigos?”

El Talmud2 cita el dicho de Reish Lakish3 que expresa todo este tema en pocas palabras: “El que viene a impurificarse, lo dejan; el que viene a purificarse, lo ayudan.” En otras palabras: cuando uno opta por un camino egoista, Di-s lo deja seguir su camino. En cambio, si uno opta por hacer el esfuerzo por superarse y “purificarse”, no solo lo dejan, sino que goza de una ayuda especial que le da ventaja en la contienda. Si hace su máximo esfuerzo por hacer el bien, puede confiar en la victoria porque Di-s lo acompañará.

Así que la herramienta es: si desde tu perspectiva el desafío parece insuperable, salí de tu lugar y verás otra perspectiva.