En 5646, el Rebbe Rashab se encontraba en Yalta y rezaba en una pequeña sinagoga de los Jasidim polacos. En la noche de Rosh Hashaná, el Rebbe se quedó en la sinagoga a rezar después de que la congregación ya había terminado. El sacristán le ordenó al gentil que limpiaba la sinagoga que no extinguiese la luz ni cerrase la puerta, y luego se fue a su casa.
Cuando el sacristán había terminado su cena festiva, tuvo remordimiento de conciencia: ¿cómo había podido dejar a un judío y erudito de la Torá solo en la sinagoga? Volvió para ver qué había sucedido, y cuando llegó vio al gentil parado en el vestíbulo llorando amargamente. El sacristán le preguntó, “¿Por qué estás llorando?”
El hombre respondió: “Estoy acostumbrado a oír plegarias gozosas con cánticos; sin embargo, aquí se encontraba un hombre que está abriendo su alma, y ¿cómo puedo evitar llorar? Recordé todos mis problemas: mi tío murió, mi vaca expiró, mi anciana madre está enferma, y yo quería llorar.”
Cuando el sacristán entró al santuario y vio al Rebbe rezando, dos fuentes de lágrimas se abrieron en él.
(Sefer Hama’amarim 5711, p. 90)
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