Un Rey tenía un único hijo, que era su orgullo y quien estaba muy bien educado. El Rey deseaba que su hijo dominase diferentes campos del conocimiento y experimentara diferentes culturas, por lo que lo envió a un lejano país, provisto de una generosa cantidad de plata y oro. Lejos de su hogar, el hijo dilapidó todo el dinero hasta que quedó totalmente arruinado. En su preocupación, resolvió volver a la casa de su padre y luego de muchas dificultades, logró llegar a la puerta del patio de su palacio.

Con el paso del tiempo, había de hecho olvidado el idioma de su país de origen, y no pudo identificarse ante los guardas. En total desesperación, empezó a gritar en voz alta, y el Rey, quien reconoció la voz de su hijo, fue a él y lo llevó a la casa, besándolo y abrazándolo.

El significado de la parábola: El Rey es D-os. El hijo es el pueblo judío, al que se le llama los “Hijos de D-os.” El Rey envía un alma al mundo para que cumpla la Torá y las mitzvot. Sin embargo, el alma llega a estar muy distante y se le olvida todo a lo que estaba acostumbrada arriba, y en el largo exilio, olvida hasta su “idioma.” Por ello emite un simple grito a su Padre en los Cielos. Éste es el toque del shofar, un grito desde adentro, con arrepentimiento por el pasado y determinación para el futuro. Este grito atrae la clemencia de D-os. Él demuestra su afecto permanente por su único hijo y lo perdona por el pasado.

 

(Adiciones a Keter Shem Tov, sección 108)