En 1951, en el día de Iom Kipur, mi padre, el Rabino Moshe Greenberg, recitó fielmente todas las oraciones de la festividad. Todas, pero en realidad omitió la oración que es generalmente considerada la más solemne de las plegarias del día, el Kol Nidrei.

En ese momento mi padre tenía veinte años y estaba preso en un campo de trabajos forzados soviético, en Siberia. Su crimen había sido tratar de escapar de Rusia.

Soñaba con dejar el país y llegar a la tierra de Israel. Pero fue apresado y sentenciado a veinticinco años de trabajos forzados. Lo separaron de sus padres y sus dos hermanas. Su hermano ya estaba prisionero en otro campo, por haber cometido un “crimen” similar.

En el campo de mi padre había unos 1.000 hombres, todos trabajando en la construcción de una central de energía eléctrica. Aproximadamente veinte de los prisioneros eran judíos.

A medida que se iba acercando el fin del verano, los prisioneros judíos añoraban tener la oportunidad de observar los Días Austeros. Sabían que no iban a disponer de un shofar, ni de un rollo de la Torá ni de los talitot (mantos de oraciones), pero tenían la esperanza de poder encontrar un majzor, un libro de oraciones para los Días Austeros.

Mi padre ubicó a un hombre “de afuera”, un ingeniero que trabajaba en proyectos específicos para el campo de prisioneros. Tenía la impresión que el ingeniero podría ser judío.

De modo que esperó a que se diera la oportunidad para acercarse al ingeniero y le susurró en idish: “Kenstu mir efsher helfen?” (¿Podrías ayudarme?).

En esos tiempos la mayoría de los judíos entendían y hablaban el idish. En los ojos del ingeniero hubo un destello de comprensión.

“¿Podrás traer un majzor para mí, para los judíos que estamos acá?“, le preguntó mi padre. El ingeniero quedó dudando. Una transacción de este tipo pondría en peligro las vidas de ambos. Aún así, el ingeniero accedió a hacer el intento.

Pasaron algunos días. “¿Hay novedades?” preguntó mi padre.

“Tengo buenas y malas noticias,” le contestó el ingeniero. Con dificultad había logrado ubicar un majzor, pero era el único majzor que le pertenecía al padre de la novia del ingeniero y el hombre se había puesto furioso cuando la hija le pidió que se lo regalara. Quizás le dijo al padre por qué lo quería, o quizás no lo hizo…

Pero mi padre no iba a darse por vencido. Quizás, sugirió mi padre, el hombre le podría prestar el libro. Él lo copiaría y se lo devolvería a tiempo para Rosh Hashaná.

El ingeniero ingresó de contrabando el majzor al campo y se lo pasó a mi padre.

Para poder copiarlo mi padre construyó una gran caja de madera, donde se metía durante algunas horas cada día. Allí, a escondidas fue copiando en un cuaderno, renglón por renglón, todo el libro de oraciones en un cuaderno. Un mes después terminó de copiar todo el majzor. Pero faltaba una hoja, la que contenía el Kol Nidrei, la primera oración que se recita en Iom Kipur.

A la muerte de Stalin, y después de haber pasado casi siete años en la cárcel, mi padre, junto con todos los prisioneros políticos, fueron puestos en libertad. El único objeto que mi padre se llevó consigo fue su majzor.

Pudo volver a reunirse con su familia cerca de Moscú y, tiempo después, contrajo matrimonio. Yo era un niño pequeño cuando en 1967, quince años después de haber sido liberado de la prisión, mi familia fue autorizada a inmigrar a Israel. El majzor vino con nosotros.

Mi padre, que todavía vive en Bnei Brak, Israel, no quiere recordar aquellos años tan dolorosos que tuvo que pasar en Siberia. Pero, en las pocas oportunidades en que lo escucho relatar una historia de esos tiempos, siempre afirma emocionadamente que nunca participó de servicios religiosos tan significativos como los de la prisión.

En 1973 visitó al Rebe de Lubavitch en Nueva York y le llevó de regalo el majzor.

Hace unos meses estuve en la biblioteca del Rebe y encontré el majzor de mi padre. Miré el gastado libro, con sus frágiles páginas y caracteres hebreos escritos apuradamente y con tanto respeto y determinación. Lo copié en una fotocopiadora.

Este Iom Kipur, mientras dirijo el servicio religioso en el Beit Jabad de Solón, Ohio, la copia del majzor de mi padre estará conmigo, y seguirá faltando la oración de Kol Nidrei.

Durante los años que mi padre pasó en prisión no pudo recitar el Kol Nidrei. Este año le voy a pedir a mi congregación, y a todos nosotros, que lo pronunciemos en su nombre y por todo aquel que no tenga la posibilidad de hacerlo.