Cierto año, Rosh Hashaná, comenzó el miércoles de noche y finalizó el viernes al anochecer. Decidí visitar a los correligionarios que se encontraban en la Cárcel Central de Montevideo para tocarles el Shofar.
El jueves estuve temprano por la mañana, antes de que se iniciaran los rezos matutinos en Jabad y el viernes fui nuevamente, media hora antes del atardecer.
Después de tocar el Shofar me acerqué a la garita y le dejé al guardia el Shofar y le dije que por ser ya Shabat no podía llevar mi documento de identidad y que venía el domingo a buscarlo. ¡¿Cómo?! preguntó el guardia, incrédulo, ¿usted se va a ir sin su documento de identificación? ¿Y si en el camino algún policía le solicita que se identifique, qué va a hacer?
Muy sencillo, dije, en ese caso, me traerán aquí, a la jefatura. Y es justamente aquí donde encontrarán mi documentación.
Váyase en paz, rabino, dijo el hombre con una carcajada que le resonaba al oído del rabino todo el camino a casa…
Para Reflexionar
Estas dos historias nos revelan un mismo mensaje.
Se trata del amor profundo e incondicional hacia cada judío, sin importar en qué situación se encuentre. Puede ser un judío en la cárcel, o incluso un judío que ya no se encuentra en este mundo. Semejante nivel de amor y devoción, es posible únicamente cuando comprendemos que todos somos hijos de un mismo Padre, el Santo, Bendito Sea.
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