En una oportunidad, antes de los Iamim Noraim, el Rabí Israel Baal Shem Tov le dijo al Rabí Ze'ev Kitzes, uno de sus estudiantes destacados: "Para este Rosh Hashaná tú vas a tocar el shofar. Quiero que estudies todas las kavanot (meditaciones cabalísticas) que corresponden al shofar, para que medites sobre ellas cuando lo hagas sonar."

Con alegría y temor el Rabí Ze'ev se dedicó empeñosamente a la tarea encomendada: sentía alegría por el enorme privilegio que le había sido concedido y temor por la inmensidad del deber. Estudió los escritos cabalísticos que tratan la multifacética importancia del shofar y lo que sus sonidos logran obtener en los diferentes niveles de la realidad y las diversas recámaras del alma. También anotó en una hoja los principales puntos de cada kavaná, para así poder referirse a ellos cuando hacía sonar el shofar.

Finalmente, llegó el gran momento. Era la mañana de Rosh Hashaná y el Rabí Ze'ev se ubicó en la plataforma de lectura en el centro de la Sinagoga del Baal Shem Tov entre los rollos de la Torá, rodeado por un mar de cuerpos, cada uno envuelto en su talit. Frente a su mesa, en el rincón sudoeste de la habitación, con el rostro encendido estaba su maestro, el Baal Shem Tov. Un silencio reverente llenaba la habitación anticipando la llegada del momento culminante del día, los desgarradores sonidos y sollozos del shofar.

El Rabí Ze'ev buscó en su bolsillo el papel con las anotaciones y se le paralizó el corazón: la hoja había desaparecido. Recordaba haberla guardado esa mañana en el bolsillo. Hizo un esfuerzo por recordar lo que había estudiado, pero su angustia por las anotaciones perdidas parecía haber paralizado su cerebro: su mente era una enorme laguna mental. Lágrimas de frustración llenaron sus ojos. Su maestro le había encomendado esta tarea más sagrada y él lo había decepcionado. Ahora tenía que tocar el shofar como si fuera un cuerno cualquiera, sin ninguna kavaná. Con el corazón abatido, el Rabí Ze'ev tocó la letanía de sonidos obligatorios por ley y, evitando la mirada de su maestro, volvió a su sitio.

Al finalizar las oraciones del día, el Baal Shem Tov se dirigió al rincón en el que, sollozando bajo su talit, se encontraba el Rabí Ze'ev. "¡Gut Iom Tov, Reb Ze'ev!", le dijo. "¡Hoy pudimos escuchar un toque del shofar absolutamente extraordinario!"

"Pero, Rebe, yo..."

"En el palacio del rey," aclaró el Baal Shem Tov, "hay muchos portales y puertas que conducen a muchas salas y recámaras. Los guardias del palacio tienen enormes llaveros con muchas llaves, cada una de las cuales abre una puerta diferente. Pero hay una llave que sirve para todas las cerraduras, una llave maestra que abre todas las puertas.

"Las kavanot son las llaves, cada una permite abrir otra puerta de nuestras almas, cada una da paso a otra recámara de los mundos espirituales. Pero hay una llave que abre todas las puertas, que nos abre las recámaras más profundas del palacio divino. Esa llave 'maestra' es un corazón humilde."