Cuando Rabí Tzvi Elimelej Spira -1777-1841-(conocido como el Bnei Isajar) tenía 10 años, su padre trabajaba de maestro en un pueblo distante. Éste pasó allí todo el invierno, alojándose en la hostería de un judío. Era normal en esa época que un maestro no viera a su familia desde octubre hasta abril.
Ese invierno fue particularmente crudo. Las tormentas de nieve duraban semanas. Durante una de ellas, se escuchó un fuerte golpe en la puerta. Tres aldeanos polacos semi congelados pedían refugio. Sus fondos no alcanzaban para pagar siquiera una noche de estadía. El hotelero cerró la puerta. El maestro quedó pasmado. Al quejarse al dueño de casa, éste le preguntó si él acaso se haría cargo de la estadía de estos hombres. Para su sorpresa, el maestro aceptó.
Los campesinos se alegraron y estuvieron allí a expensas del maestro durante las dos semanas que duró la tormenta. Luego, agradecieron a su benefactor y abandonaron el lugar.
Pesaj se acercaba y el padre del Bnei Isajar arregló las cuentas con el judío del hospedaje. Éste le debía 40 rublos por la educación de sus hijos, más el maestro le adeudaba 43 por la estadía de los paisanos. El hotelero le deseó un Feliz Pesaj y le aseguró que podía devolverle los 3 rublos a su regreso.
El maestro retornó a su pueblo pero no pudo ir a su casa, con las manos vacías. Se detuvo en la Sinagoga local y comenzó a estudiar Talmud.
Su hijo, Tzvi Elimelej lo encontró allí y con gran emoción le pidió que lo acompañara a su hogar para mostrarle la ropa nueva que su mamá había comprado (a crédito) para Pesaj. Esto lo hizo sentir peor. Mientras caminaban por la calle, una carreta pasó a toda velocidad. Cuando el cochero estuvo a su lado, las ruedas pisaron una piedra e hicieron caer un sobre. El maestro lo levantó y corrió al coche, pero éste ya había dado vuelta la esquina y desaparecido.
El sobre no tenía ninguna señal ó identificación (y de acuerdo a la ley judía, en tales circunstancias, pertenece a quien lo haya encontrado). ¡Al abrir el sobre encontró 43 rublos!.
La noche del Seder, cuando el Bnei Isajar abrió la puerta para recibir al Profeta Eliahu, llamó a su padre diciendo: "¡Tate, el cochero ha venido!" Pero cuando el maestro llegó, ya nadie estaba allí. El maestro ordenó a su hijo no contar esta historia hasta el final de sus días. Y así lo hizo: Rabí Tzvi Elimelej sólo la relató a un alumno, muchos años después, en su lecho de muerte.
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