El primer recuerdo concreto que tengo sobre mí educación judía, sobre mí contacto inicial con el judaísmo fuera de casa, fue acompañando a mí amigo Diego, al Beit Jabad de Villa del Parque, teniendo 4 años.

Recuerdo la gracia que me causaba la ropa del Rabino Stoler, lo raro que me parecía que las mujeres estuvieran en otro lado pero principalmente la presencia de un señor de barba por todos lados.

El Rabino me explicaba que era el líder del movimiento, que trabajaba por todos los judíos del mundo. Después, el recuerdo sigue un poco difuso.

En marzo de 2020 tuve la posibilidad de conocer el 770. Un alumno uruguayo me llevó a conocer todo el lugar, fuimos al museo, hablamos de dinastías, de los líderes de Lubavitch, volvimos a aquel enorme salón, nos sentamos y estudiamos un rato.

Terminando la visita, que se extendió por unas 6 horas, se me ocurrió preguntarle al chico este si el Rebe no había tenido hijos por decisión o por imposibilidad y si no haber tenido había generado problemas en la sucesión del liderazgo. No sé por qué. Pero me salió esa pregunta.

El uruguayo me dijo que no sabía sobre los hijos pero que no hubo problemas de liderazgo ya que "todos nosotros éramos y seremos seguidores del mensaje del Rebe". Me pareció lógico y le dije que para eso estaban ahí formándose a lo que me respondió que lo había malentendido.

El "todos nosotros" del uruguayo no era respecto a los shluijim o futuros shluijim sino a TODOS, todo Am Israel. Y ahí entendí, realmente, la revolución de El Rebe. Una persona logró agarrar un pueblo saliendo de entre las cenizas para conducirlo a una nueva era.

Cada uno de nosotros fuimos y somos motivados a trabajar por nuestro judaísmo y por el bienestar de nuestro pueblo. Cada uno de nosotros somos un motor que moviliza esto. Es como una avalancha del bien, que ya no se puede frenar.

Ese es mi humilde homenaje a uno de los principales líderes del pueblo judío de los últimos siglos. Que su memoria sea fuente de bendición, amor y principalmente, ACCIÓN.