Muy pocos líderes religiosos judíos contemporáneos, han estimulado tanto la curiosidad y la ambivalencia como el Rebe de Lubavitch.

Tanto la prensa religiosa como la secular se han sentido fascinados por la devoción de sus adherentes y su desproporcionada in- fluencia política en su país y en Israel. ¿Cuándo fue la última vez que el fallecimiento de un Rabino fue la noticia central de los dos canales de la CNN?

Fue un hombre incomparable: discreto, tratando siempre de pasar inadvertido, heredero de una impecable dinastía jasídica. Ingeniero marítimo, educado en la Sorbona. Dominaba a la perfección una docena de idiomas. Hombre sin hijos, que fue padre de medio millón de discípulos.

Mi propia relación con el Rebe ha tenido la forma de una órbita elíptica: a veces más cercana, otras lejana, pero como fuera, siempre magnéticamente estrangulada en un punto específico. Siempre permaneceré con cargo de conciencia por mi prejuicio con respecto al Rebe, no tanto por su influencia global, sino por mí encuentro personal con él, menos de tres años antes de su desaparición.

Estaba relacionado con el círculo privado del Rebe debido a mi amistad con el emisario de Lubavitch en North Carolina, hijo del secretario del Rebe.

Mi encuentro con el Rebe sucedió justo unos meses después de la conclusión de mi segundo matrimonio y de la deshonra y ruina de mi carrera rabínica, que me habían hundido en un pozo de depresión y abatimiento.

Acompañado por los Rabinos Groner, mi encuentro con el Rebe duró escasamente medio minuto.

“A veces”, me consoló el Rebe en Idish, “una persona devota sin ser rabino, puede hacer el bien, más que un Rabino.

Deberías enseñar algo, quizás Talmud, aunque sea a una o dos personas en el living de tu casa”

“Me dijeron” continuó, “que has sido alumno de Rabi Aarón Soloveichik” invocando el nombre de mi maestro de la Ieshivá con quién tuve una agria discusión dos décadas atrás. Cómo lo supo el Rebe, no lo sé.

“Hago entrega de esta caridad con la esperanza de que hagas las paces con él”

Por muy inspirado que me haya sentido en ese momento, pasó un año y aún no había actuado de acuerdo al consejo del Rebe. Fue, para ser honesto, un nefasto y oscuro año, colmado de enfermedad, dolor y auto-recriminación. Cuando viajé a Nueva York, fui invitado nuevamente a la mesa de Shabat de los Groner.

“¿Has estado enseñando?” aguijoneó Rabi Groner.

“No ha sido factible. La situación...” me excusé.

“¡El Rebe dijo!”

“Pero...”

“¡No hay peros! ¡El Rebe así lo dijo!”

¿Cómo podía hacerlo? ¿Dónde? ¿Cuándo? No tenía idea. Confundido y desconcertado, al terminar el Shabat, escuché los mensajes que estaban en mi contestadora automática. Di-s es mi testigo que allí estaba la voz de un colega hace mucho tiempo olvidado, un Rabino de los suburbios de Atlanta: “Marc, estuve pensando algo durante todo el Shabat. Es una pena que estando de regreso en la ciudad, no dictes clase. ¿Considerarías enseñar, podría ser Talmud, a un grupo de estudiantes de mi congregación?”

Reconozco que ese maravilloso Shabat en Crown Heights fue el primer momento de mi recuperación gradual de la cordura y respeto a mí mismo. Y siempre atribuiré el primer paso en mi recuperación, al hombre que con una insondable intuición y fe en la humanidad, realizó una desinteresada y precisa intervención terapéutica en mi espíritu, sin demandar ni mi alma ni mi chequera como recompensa, sino: Haz las paces contigo mismo. Deja de lado tu enojo. Reconcíliate con tu prójimo.

¿Fue un “salvador”?

Los críticos que calculan el impacto del Rebe en términos de grandes temas sociales, espirituales o políticos están equivocando el enfoque. La medida real de la magnitud de un hombre está en las miles de precisas intervenciones quirúrgicas que realizó en las almas de sus fieles, a través de las cuales los redimió de la desesperación y los ayudó a recuperar sus vidas.

Dejemos que los teólogos discutan nimiedades acerca de si el efecto acumulativo de semejantes intervenciones a lo largo de 40 años, lo convierte a uno en “salvador”. Aunque no sea así, debemos saber, sin lugar a dudas, que nuestra generación ha sido bendecida con alguien cuya vida actuó como catalizador para incontables actos de salvación.

¿Qué sucedió en cuanto a la reconciliación con mi maestro del pasado? Confieso que no actué tan rápidamente para cumplir la orden que había recibido. Hasta que escuché en las noticias acerca de la desaparición física del Rebe, y en ese momento, fue lo primero que hice.

Después de todo, “el Rebe dijo...”