En Mezhibush, la ciudad natal de Rabí Israel Baal Shem Tov (el fundador del movimiento Jasídico, 1698 - 1760), dos residentes locales estaban envueltos en una amarga disputa. Un día, estaban gritando enojadamente en la sinagoga cuando uno de ellos exclamó: “¡Lo rasgaré a pedazos con mis propias manos!”

El Baal Shem Tov que estaba en la sinagoga en ese momento, dijo a sus discípulos que formaran un círculo, que cada uno tomara la mano de su vecino, y cerraran los ojos. El propio Rabí Israel cerró el círculo poniendo sus manos en los hombros de los dos discípulos que estaban de pie a su derecha y a su izquierda. De repente, los discípulos soltaron un grito de espanto: ¡detrás de sus párpados cerrados vieron que el hombre enfadado rasgaba a su compañero realmente, así como había amenazado!

Las palabras son como flechas, dice el Salmista, y como carbones que arden lentamente. Como flechas, explica el Midrash, pues el hombre está de pie en un lugar y sus palabras pueden arruinar y causar estragos a otra vida, a muchos kilómetros de distancia. Y como un carbón cuya superficie exterior se ha extinguido pero cuyos restos interiores están aun en llamas, así también las palabras malévolas continúan trabajando y causando daño mucho después de que su efecto externo se ha evaporado.

Las palabras matan de muchas maneras. A veces ponen en movimiento una cadena de eventos que las convierten en una auto profecía; otras, se desvían del objetivo de su veneno para golpear a algún espectador inocente; y a veces vuelven como un boomerang para perseguir a quien les dio origen. Por cualquiera sea la ruta que viajen, las palabras odiosas llevan inevitablemente a acciones odiosas, posiblemente años o incluso generaciones después de que se profirieron. La naturaleza humana es tal que los pensamientos se esfuerzan por encontrar expresión en palabras habladas, y las palabras pronunciadas buscan realización en los hechos, a menudo por caminos tortuosos que el divulgador original de esas palabras no deseó ni anticipó.

Pero el poder de la palabra corre más profundamente que su potencial traducido en acción. Aun cuando este potencial nunca se comprende, aun cuando las palabras habladas nunca materialicen en el “Mundo de la Acción,“ todavía existen en lo más alto, en el más espiritual “Mundo del Discurso“. Pues el hombre no es sólo un cuerpo -también es un alma; no sólo es un ser físico- también es una criatura espiritual.

Esto es lo que el Baal Shem deseó mostrar a sus discípulos concediéndoles un vislumbre en el mundo de las palabras habitado por las almas de los dos combatientes verbales. Él quería que entendieran que cada palabra que proferimos es real, entre o no en la fruición del “Mundo de la Acción” en que nuestro ego físico reside. En un plano más alto, una realidad más espiritual -una realidad tan real a nuestra alma como la realidad física lo es a nuestro ego físico- cada palabra nuestra es tan buena (y tan mala) como el hecho.

El mismo es así, claro, en el sentido positivo: una palabra de alabanza, una palabra de estímulo es tan buena como si fuese un hecho en la realidad espiritual del alma. Incluso antes de que una palabra buena haya derivado en un hecho bueno, ya ha tenido un efecto profundo y duradero en nuestro estado interno y nuestro mundo.

Basado en las Enseñanzas del Rebe de Lubavitch.