Hace muchos años, en la vieja ciudad de Hebron, en el camino a la Caverna de Majpela, había un pequeño asentamiento judío. Tan pocos hombres adultos vivían allí, que no tenían ni siquiera una minian regular en Shabat.
Sólo ocasionalmente, si tenían la suerte de “atrapar" a un judío o judíos visitando la famosa e histórica Caverna de Majpela, podrían lograr recitar las plegarias con una minian. En tales momentos, los judíos del asentamiento estaban simplemente llenos de alegría, ya que estaban muy ansiosos de servir a Di-s de la mejor manera que pudieran.
Un año estaban particularmente preocupados porque Iom Kipur se aproximaba y no parecía haber posibilidad de poder lograr juntar una minian.
El día de erev Iom Kipur llegó y todavía les faltaba un judío para lograr el número de diez requerido para tener una congregación.
Los judíos del asentamiento empezaron a sentirse desesperados y a pesar de lo ocupados que estaban se dispersaron por los principales caminos, esperando a pesar de todo que, aunque era tan tarde, se produjese un milagro y pudiesen encontrar el décimo judío para completar la minian.
El sol descendía con rapidez, al tiempo que sus corazones también se hundían, y volvieron a casa, preparados para ir a su pequeño shul para daven, con o sin minian.
El hombre que estaba actuando como jazan estaba a punto de empezar la plegaria cuando, para la sorpresa de todos los presentes, entró un viejo judío, vestido en ropas viejas y simples, con su espalda encorvada y un saco colgando de su hombro.
Todos sintieron ganas de abrazarlo, pero la hora era demasiado seria como para tales cosas. Todos sus pensamientos se concentraron en el canto sagrado de las antiguas y cautivadoras melodías y en las conmovedoras plegarias.
Al shamash le hubiese gustado hablar con este misterioso visitante después del Servicio, pero el extraño parecía tan absorto en sus pensamientos y plegarias, que el shamash decidió dejarlo tranquilo.
El visitante pasó la noche en shul al igual que la mayoría de los fieles. Como ya se ha dicho, los judíos del asentamiento eran muy píos y con temor a D-os, y humildemente le agradecieron al Todopoderoso por haber respondido graciosamente a su plegaria de enviarles el décimo judío para que pudiesen recitar las plegarias con una minian en el más sagrado de los días -Iom Kipur.
Tan pronto como terminó Iom Kipur, hubo casi que una carrera para acercase al extraño anciano que había aparecido como un ángel del cielo. Todos querían tener el honor de llevarlo a su casa para terminar el ayuno. Casi se pusieron a pelear, hasta que el shamash muy sabiamente sugirió que la solución más justa sería "sacarlo a la suerte."
Todo el mundo estuvo de acuerdo. Para la enorme alegría del shamash, quien era un gran erudito de la Torá, fue el que ganó el honor de ser el anfitrión del visitante.
El shamash estaba ansioso de complacer a su invitado y no lo molestó con preguntas. Lo único que pudo sacarle el shamash al anciano fue que su nombre era Abraham. Salieron del shul juntos, y el shamash se sintió satisfecho de llevar el peso de la conversación.
De repente el shamash percibió un ominoso silencio y, tratando de escudriñar la oscuridad de la noche, ¡se dio cuenta que estaba solo! ¡Su invitado había desaparecido!
¡Horror de horrores! ¿Qué le había sucedido a Abraham?
"¡Abraham! ¿Abraham!" gritó el shamash, corriendo frenéticamente en todas direcciones. Pero no hubo respuesta ni señales de Abraham.
Tristemente, y con el corazón abrumado de temor, el shamash volvió sobre sus pasos y le contó a los judíos que iban de camino a sus hogares desde shul, sobre la terrible cosa que había sucedido.
El pobre shamash estaba desolado. Los buenos judíos del asentamiento estaban tan preocupados como el shamash por encontrar a su visitante, por lo que salieron todos con antorchas, temerosos de que pudiese haber caído en un pozo, o lo estaba pasando mal, D-os no lo quisiese.
Después de horas de una búsqueda sin resultados, todos volvieron tristemente a casa. El shamash, sin embargo, no pudo descansar y únicamente al amanecer pudo caer en un agitado sueño, producto de un agotamiento total.
Acababa de cerrar los ojos, le pareció a él, cuando se le apareció Abraham. Pero ahora andaba con bellas vestiduras y se veía radiante.
"No te preocupes, mi amigo," le dijo con gentileza al shamash. "Como ves, estoy perfectamente bien. Soy el Patriarca Abraham.
"Tus plegarias llegaron a mí en la Caverna de Majpela y viene a ustedes para que tuviesen la satisfacción espiritual de poder recitar las plegarias en Iom Kipur con una minian.
"Tan pronto como terminó mi misión volví aquí, a mi lugar de descanso. Vuelve donde tus amigos y diles que no se preocupen. No me ha pasado nada malo. Estoy en paz. Que la paz sea contigo."
Tan pronto como dijo esas palabras, la visión desapareció y el shamash se despertó. Difícilmente pudo apurarse más para llegar al shul e informarle a sus amigos judíos sobre el maravilloso sueño que acababa de tener. Al principio tuvieron dificultad para creerle, pero sabían que era un hombre pío y no tenían duda de que era de verdad el Patriarca Abraham quien había venido para ser el décimo hombre en su minian. Sus corazones estaban llenos de gran alegría. Humildemente le dieron gracias al Todopoderoso - el D-os de su padre Abraham.
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