En una ocasión, el Ba’al Shem Tov se sentó con sus discípulos para la cena festiva de Rosh Jodesh, y tenía una expresión seria. Los discípulos sabían por experiencias anteriores de cosas que pondrían a su Rebe de mejor humor, y trataron de hacerlo sin éxito.

Luego entró cierto judío pueblerino, llamado Reb Dovid. Apenas entró, el Ba’al Shem Tov estaba lleno de alegría-lo trató afectuosamente, le ofreció un lugar para que se sentase y asimismo le dio una parte de su “hamotzi.”

Esta situación hizo que los discípulos se empezasen a preguntar: ¿Toda la Santa Sociedad es incapaz de alegrarle y solamente lo pudo hacer un judío pueblerino?!

El Ba’al Shem Tov sintió sus interrogantes. Envió a Reb Dovid a hacer algo y apenas salió les dijo:

Este Reb Dovid trabaja duro, con el sudor de su frente, por cada centavo que se gana. Durante el año, ahorra centavo a centavo para comprarse un etrog para Sucot, hasta que reúne la suma y viaja a la ciudad a comprar uno sumamente fino, y eso le da gran alegría. Como es pobre y su esposa es amargada, le enoja considerablemente que a él no le preocupe la condición de su hogar, pero gaste dinero en un etrog y se regocije por ello. En su amargura, le quebró el pitom al etrog.

Además del dinero gastado en el etrog, había muchos obstáculos para traerlo, aguas que cruzar, malos caminos, por lo que todo significaba un gran esfuerzo. Sin embargo, cuando vio lo que había hecho su esposa, no se enojó, sino que dijo: “Parece que no merezco tal etrog. Ciertamente, ¿merece un simple judío como yo un etrog tan fino?!”

“Desde el tiempo de la akeidah,” concluyó el Ba’al Shem Tov, “no se había dado tal prueba de carácter, y por lo tanto, lo trato tan afectuosamente.”

(Sefer Hasijot 5696, p. 148)