La Janukia (candelabro) de Janucá estaba encendida y esparcía su débil luz en la sala brillantemente iluminada.

Una ocasión feliz que brindaba a un padre ocupado la posibilidad de pasar media hora en compañía de sus hijos, jugando al "Sevivón", la perinola de Janucá. En la casa reinaba un ambiente festivo, digno de Janucá, pero tan absortos se encontraban todos en el juego, que la pobre lucecita de Janucá, encendida en el marco de la puerta opuesto a la Mezuzá, se encontraba poco menos que olvidada.

El entusiasmo crecía a medida que la perinola giraba y caía con la letra shin hacia arriba, indicando "poner", sumar el pozo central, o con la letra guimel hacia arriba, brindándole un "llevar todo" al feliz ganador.

El pequeño Iaacov se cansó de jugar y decidió dedicarse a observar la fascinante luz de Janucá. Acercó una silla y se sentó junto al candelabro con sus vivos ojos clavados en la pequeña flama.

La minúscula lucecilla titiló y le hizo una reverencia:

— ¡Feliz Janucá! —le dijo la pequeña luz.

El pequeño Iaacov quedó tan asombrado que solo atinó a inclinar la cabeza en respuesta. —No sabía que las lucecitas de Janucá hablaran —dijo cuando se hubo repuesto de la sorpresa.

—Oh, si. Las luces de Janucá saben hablar y les encanta relatar historias maravillosas —replicó la lucecita—. Pero lamento decir que son pocos los que lo saben. Me alegro de que hayas venido a visitarme. Empezaba a sentirme tan abandonada. Después de todo, vengo solamente una vez por año, junto con mis siete hermanas. Seguramente merecemos que se nos preste algo más de atención y se nos brinde cierta hospitalidad.

—Pero no tenemos permitido, de acuerdo a la Ley Judía, hacer uso alguno de tu luz —replicó Iaacov en su defensa— Estás aquí únicamente para que te observemos y reflexionemos junto a ti!

—Me reconforta que lo sepas. Justamente, por esta razón, deberías sentarte a mi lado y acompañarme: escucharías así mi relato. Tengo una historia maravillosa para contarte. ¿Quieres oírla?

— ¡Claro que sí! —dijo el pequeño Iaacov con entusiasmo, acuciado por la curiosidad.