Estimados lectores:

Al comienzo de nuestra Parashá vemos que Iehudá se enfrenta al virrey de Egipto, dispuesto a todo.

Biniamin, el más joven de los doce, había sido secuestrado por el virrey. Iehudá era el garante de que retorne sano y salvo. Si era necesario luchar contra el imperio más grande de la tierra, lo iban a hacer con tal de salvar y recuperar a un hermano.

Parece raro que estos mismos hermanos que no tuvieron problema en vender a uno de ellos por unas sandalias, estuvieran dispuestos a dar la vida para salvar a un hermano.

¿Qué cambió?

En el momento que vendieron a Iosef estaban cegados por los celos, la envidia y la mezquindad, tanto los absorbió que no reconocían al joven Iosef como a un hermano, era un enemigo que debía ser exterminado o al menos sacarlo del camino.

Pero cuando ellos venían en una misión del padre, se reconocían como un bloque como una sola entidad, si un hermano quedaba atrás todos iban a pelear por él, incluso si el costo fuera altísimo.

Cuando Iosef vio esta entrega por salvar al hermano, entendió que habían hecho teshuvá, que se habían librado se esas cortezas toxicas y venenosas que les recubrían el alma y no los dejaban ver la realidad, no les permitían reconocer que nuestra esencia es indistinguible, que todos somos hijos del mismo padre, ahí Iosef reveló su verdadera identidad y se sacó su propio disfraz.

Algo similar vivimos en los últimos meses en Israel. Durante muchos meses los judíos en Israel se veían con recelo y resentimiento, la más mínima diferencia política o religiosa era un buen motivo para el agravio y la pelea. El veneno no nos dejaba ver que somos hermanos. Pero cuando el enemigo se llevó a los nuestros nos unimos como un bloque, se nos cayó el velo y reconocemos que somos la misma esencia en distintos cuerpos.

¡Shabat Shalom!

Rabino Eli Levy