Una vez, el Rabino Shneur Zalman de Liadi envió uno de su jasidim en misión para recaudar una suma grande de dinero para una causa importante. El Rebe lo bendijo con un viaje seguro pero misteriosamente le advirtió de no entrar a ninguna casa que tenga su puerta mirando al este...

El viaje fue bueno y pronto reunió la mayoría del dinero. Pero un día el jasid se encontró en medio de una tormenta de nieve, en un desolado camino que atravesaba el bosque. El viento soplaba más fuerte y más frío. Él apuró su caballo, esperando que apareciera alguna clase de una posada antes de que se perdiera en la nieve; pero pasaron horas y no encontraba nada.

Tenía sueño y frío y la nieve caía tan densamente que realmente no podía ver donde iba. Rezó a Di-s para que ocurriera un milagro.

De repente a través del blanco mar de nieve vio lo que se parecía al contorno de una casa fuera del camino. Con sus últimas fuerzas forzó el caballo en esa dirección, y ¡efectivamente era una casa! Tenía incluso una mezuzá en la puerta. ¡Nada menos que una casa judía! Agradeció a Di-s su buena suerte, saltó de su carreta hacia el porche de entrada y golpeó a la puerta.

Una mujer mayor abrió la puerta y lo hizo entrar a la cálida casa. "Entre, debe estar helado," dijo. "Tenga una taza de té, siéntese aquí, cerca de la estufa. Mis hijos volverán en pocos minutos y llevarán su caballo al granero, por favor siéntese". Mientras se sentaba y comenzaba a recobrar temperatura, recordó que era casi de noche y todavía no había hecho Minjá (el rezo de la tarde). Entonces le preguntó a la mujer en qué dirección estaba el este (para mirar a Jerusalén, como se acostumbra durante la plegaria) y rezó, agradeciendo Di-s su buena fortuna.

Cuando terminó, notó que algo estaba mal: ¡la pared oriental era la entrada principal de la casa!

Sin vacilar se puso su abrigo y caminó a la puerta: "volveré en seguida" pero la puerta estaba cerrada con llave. Fue a la ventana pero también estaba cerrada. "Me olvidé de algo en el carro," llamó a la vieja mujer, que se había ido del cuarto. "Podría, por favor, abrir la puerta?" De repente una llave giraba la cerradura de la puerta del exterior y entraron cuatro hombres jóvenes y musculosos. En cuanto vieran el visitante lo agarraron inmediatamente, vaciaron sus bolsillos, lo ataron, lo tiraron en una esquina y se sentaron a comer mientras su madre examinaba el botín.

"Ohhhh!" exclamó. "¡Miren lo que tenemos aquí!" mientras sostenía el fajo de dinero que encontró en su billetera. "Parece que esta vez pescamos un pez gordo". Uno de los hijos examinó el dinero, fue al armario, sacó una gran botella de vodka y la puso en la mesa con un golpe. "¡Hermanos, celebremos! ¡Di-s ha sido bueno con nosotros! ¡Tenemos dinero suficiente para estar contentos durante un largo, largo tiempo! Pero primero, encarguémosnos de nuestro invitado". Sacó un gran cuchillo de alguna parte de debajo su chaqueta mientras uno de sus hermanos le servía un trago. Tomó un vaso de vodka, lo levantó en alto y dijo, "Por una larga vida, excepto la suya!", mirando al jasid atado.

Uno de los hermanos, sorprendido por el chiste, se rió tanto que escupió el vodka, rociando a todos; se rieron y entonces alguien empezó una canción y otro brindis y luego otro. Entonces la puerta se abrió de nuevo y era su padre. ¡"Ajá!" gritó mirando el dinero en la mesa y la víctima atada en el suelo.

"¡Buen trabajo, muchachos! ¡Excelente! Tendremos que matarlo aunque… me alegro de que me lo hayan dejado a mí. ¿Saben qué? Me haré cargo de él por la mañana. Ahora bebamos a nuestra buena fortuna!" Y al poco tiempo estaban todos borrachos (como lo estuvo Lot) y se olvidaron completamente de nuestro desafortunado héroe.

Más tarde esa noche, mientras todos "dormían sonoramente", el padre se despertó, echó una mirada alrededor para asegurarse de que nadie más estaba despierto, se dirigió de puntitas de pie al jasid, le hizo señas de callarse, cortó sus sogas y silenciosamente le pidió que lo siguiera. De puntillas abrió la puerta y le dio su chaqueta. "Aquí tiene su dinero," le susurró a la oreja, mientras le guardaba la billetera en el bolsillo de la chaqueta. Luego le dio una moneda de un oro. "Esto es para la caridad de un viejo pecador. Dígale, por favor, a su Rebe que rece por mí. ¡Ahora váyase! Salga de aquí tan rápido como pueda… corra por su vida". El alba comenzaba a encender el horizonte, la tormenta había cesado, y nuestro héroe agradecido regresaba a casa.

Cuando él entró en el cuarto del Rebe, éste lo miró y dijo: "Sé lo que pasó, no tienes que contarme. Estuve toda la noche intercediendo por ti."

El jasid sacó la moneda de oro y le contó el pedido del viejo ladrón. El Rebe tomó la moneda y la acuñó en un hoyo de la pared al lado de su escritorio. No dijo nada más.

Pasaron quince años y el Jasid que estaba ahora casado y con familia se convirtió en uno de los gabaim del Rebe (secretarios). Un día le abrió la puerta a un mendigo viejo y le dijo que esperara. Cuando entró en el cuarto del Rebe y le informó del mendigo, el Rebe sacó la moneda de oro del hoyo donde había estado durante los últimos quince años y le dijo al Jasid que éste era el viejo hombre que lo había liberado hace años.

Al parecer, cuando su esposa e hijos se despertaron y comprendieron lo que él había hecho, le pegaron y lo echaron sólo algunas horas antes de que la policía hiciera una sorpresiva incursión en la casa y se llevaran a la madre y a los hijos a prisión. El viejo hombre empezó una vida de vagabundeo y expiación, esperando una señal de que su arrepentimiento había sido aceptado en el Cielo.