Señor…

Ithaca, Nueva York

Saludo y Bendición:

He recibido su carta, en la que describe el impacto que tuvo en usted el Séder de Pésaj.

Es seguramente innecesario recalcar el hecho de que la liberación de Egipto (Ietziat Mitzraim) marcó el nacimiento de nuestro pueblo judío como pueblo. Ese fue también el momento en que el verdadero carácter y destino de nuestro pueblo se formó y fue determinado. Esto se afirma claramente en la Torá, en las palabras de D-os a Moshé Rabeinu durante Su primera revelación en el Monte Jorev (Sinaí): "Cuando saques al pueblo de Mitzraim, servirán a D-os en esta montaña (Sinaí)"1. La referencia es, por supuesto, a la entrega de la Torá, que ocurrió siete semanas después del Éxodo de Egipto.

A la luz de lo antedicho, es algo sorprendente que no haya en su carta ningún indicio de que haya aprovechado el impacto que el Séder tuvo sobre usted, para usarlo como un umbral hacia una adherencia más estrecha a la Torá. Confío en que la omisión sucede sólo en la carta, pero no en realidad.

Dado que vivimos en un mundo confuso, es necesario expresar todo en forma clara, así que seré más explícito. Veo de su carta que usted es un pensador, y a juzgar por su hijo, creo que también tiene la capacidad y resolución necesarias para hacer lo correcto. Por consiguiente, confío en que apartará todo y se dedicará de aquí en más a enriquecer su conocimiento de la Torá tal como ésta fue entregada a nuestro pueblo. Es bien sabido que la naturaleza de nuestra Torá es tal que el conocimiento sobre ella debe ir acompañado de una vivencia concreta en la propia vida diaria, pues es sólo entonces que el judío adquiere la facultad de obtener un profundo discernimiento en su hondo contenido, así como también la de apreciar su relevancia inmediata en la vida cotidiana del aquí y el ahora. Esa misma fue la condición de nuestra primera aceptación de la Torá, basado en el principio de Naasé veNishmá ("Haremos y Entenderemos"). Aún en aquel tiempo, cuando la Torá fue entregada a nuestro pueblo por primera vez, y la tendencia normal hubiera sido estudiarla primero y luego comprometernos a su cumplimiento, los judíos entendieron que el estudio de la Torá sería estéril a menos que fuera acompañado por la práctica de las mitzvot en la vida cotidiana.

El mismo principio, por supuesto, es tan válido en nuestros días como en el pasado. Podemos encontrar una simple analogía al respecto en el aspecto físico de la vida. Si una persona desea conocer y entender el proceso de la digestión, el metabolismo y la manera en la cual el cuerpo convierte en energía al alimento, etc., no puede confinarse al mero estudio, sino que debe comenzar por proveer a su cuerpo de la nutrición necesaria, pues sólo entonces podrán su cuerpo y su mente funcionar satisfactoriamente. Lo mismo es cierto para el judío con respecto a la nutrición del alma.

No sé cuál es su grado de conocimiento del hebreo, y hasta qué punto tiene acceso a las fuentes originales de nuestra Torá, Mishná y literatura rabínica. Sin embargo, muchas de estas fuentes están ahora disponibles en inglés, incluyendo el (Kitzur) Shulján Aruj, Ein Iaacov, Deberes del Corazón y el Cuzari. Los últimos dos tratan acerca de los principios y creencias básicos de nuestra religión.

Que D-os le conceda hatzlajá (éxito) en estos estudios, unidos a la práctica real de las mitzvot, comenzando con tefilín, kashrut, la observancia del Shabat y las Festividades, y así sucesivamente; todo esto le ayudará a ganar un discernimiento y entendimiento progresivamente más profundo de la Torá y las mitzvot, y del hecho de que un judío puede hallar realización y lograr su destino sólo por su intermedio.

Con Bendición,

M. Schneerson

1 Éxodo 3:12