Es el precepto con el cual se nos ordenó encender fuego sobre el Altar, cada día, siempre.
Es lo que El dijo: Fuego perpetuo arderá sobre el Altar, no será apagado — y ello no será posible salvo mediante lo que El ordenó: ser constante y colocar los maderos cada mañana y por la tarde, como fue explicado en el Capítulo Segundo (del Tratado Talmúdico) de Iomá y en el Tratado de Tamid.
En la explicación dijeron: "A pesar de que fuego descendía del Cielo, es precepto traer (fuego) del simple (hombre)".
Las leyes de este precepto —quiero decir: el precepto de la disposición del fuego que se hacía de a diario sobre el Altar— fueron explicadas ya en el Capítulo Cuarto (del Tratado Talmúdico) de Kipurím y en el Capítulo Segundo de Tamid.
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