El desafío más grande de Abraham llegó 37 años después del nacimiento de su hijo Isaac. Di-s le ordenó que sacrifique a Isaac.
Pruebas
וַיֹּאמֶר קַח נָא אֶת בִּנְךָ אֶת יְחִידְךָ אֲשֶׁר אָהַבְתָּ אֶת יִצְחָק וְלֶךְ לְךָ אֶל אֶרֶץ הַמֹּרִיָּה וְהַעֲלֵהוּ שָׁם לְעֹלָה עַל אַחַד הֶהָרִים אֲשֶׁר אֹמַר אֵלֶיךָ: (בראשית כב:ב)
[Di-s] dijo [a Abraham], “Por favor, Toma a tu hijo, tu único, al que amas, Isaac, y ve a la tierra de Moriá. Una vez allí, asciéndelo para ser ofrendado sobre uno de los montes que Yo te diré” Genesis 22:2

El aspecto principal de esta prueba no era el autosacrificio que implicaba sino el desafío que ponía a la fe implícita de Abraham en Di-s: Di-s le había prometido a Abraham que Isaac sería el que perpetuaría su legado; ahora Di-s le estaba ordenando que sacrifique a Isaac, en aparente contradicción con Su misma palabra. Pero Abraham llevó a cabo el mandamiento de Di-s sin cuestionamientos.

Di-s nos prueba para que se revelen nuestros poderes ocultos del alma. De hecho, la vida en general es una prueba de este tipo. Antes que descendiera a este mundo, el alma se relacionaba con Di-s dentro de los límites de la razón; el alma nunca experimentó un amor por El que trascendiera la razón. Pero una vez que el alma está encajonada en un cuerpo físico, que por naturaleza se opone a la espiritualidad, debe reunir sus fuerzas más profundas para permanecer fiel a Di-s a pesar de los desafíos y tribulaciones de la vida. Con esta nueva fuerza encontrada, el alma llega a entender y apreciar a Di-s de una manera mucho más profunda e íntima a la que podría haber tenido antes de descender a este mundo.1