Un amigo visitó un Hogar de Ancianos para animar a los pacientes. Cuando uno de ellos, oyó que era de Jabad se animó y le contó una historia. El anciano enfatizó que era un sionista firme, no era religioso - pero algo que le sucedió en Jabad lo hizo cambiar su mentalidad. Hacía unos cincuenta años había sido una importante figura en el Mapai, partido sionista de extrema izquierda que era poderoso en los años más tempranos del Estado de Israel. Él dirigía la Biblioteca del Mapai en Tel Aviv y por esa razón viajaba frecuentemente alrededor del mundo, sobre todo a U.S.A en busca de libros, fondos y partidarios.

De vez en cuando sus viajes lo llevaron al distrito de Crown Heights de Brooklyn, a la oficina principal del Lubavitcher Rebe, dónde era invitado de uno de los secretarios personales del Rebe, Rabi Biniamin Klein (quién también organizaba la estadía de los invitados israelíes prominentes).

Un año esta visita coincidió con el Día de Expiación, Iom Kipur y, siendo un intelectual y un poco aventurero, se puso un Talit (Manto para la Oración) y alegremente tomó un Majzor (Libro de Plegarias de las Altas Fiestas) y se unió a los centenares de judíos en la Sinagoga. Estaba bastante familiarizado (y lleno de crítica) con el Sidur (Libro de Plegarias regular) pero nunca había estudiado el Majzor.

Así que mientras los otros estaban orando y llorando al Amo del Universo, él estaba examinando y analizando cada idea en su nuevo libro. Era todo muy similar a las mismas viejas ideas del Sidur. De hecho encontró un poco divertido que gente en el siglo XX todavía apelaba al Di-s Invisible por ayuda, pero de repente, cuando llegó a la sección sobre los Diez Mártires se detuvo. "¡¿Qué es esto..?!" exclamó en voz alta, "¡¡¡Esto es absolutamente demente!!!"

El Majzor relata allí cómo fueron torturados y públicamente asesinados por los romanos, Rabi Akiva y otros nueve santos Rabinos, cada uno de una manera diferente, por absolutamente ninguna razón. Pero la parte que agitó a nuestro invitado fue cuándo leyó cómo los ángeles celestiales se quejaron amargamente, "¿Es este el premio por estudiar la Torá?" y Di-s contestó: "Si escucho una palabra más tornaré al mundo; transformaré el cielo y la tierra en caos y desolación". "¡Qué!" exclamó "¡¿Está prohibido hacer preguntas?! ¡¿Di-s es semejante a un tirano cruel que destruiría el mundo entero sólo porque alguien se queja?! ¡¿Qué clase de supresión religiosa medieval es esto?!"

Esperó hasta que la Tefilá acabó y empezó a preguntar - pero nadie tenía una contestación. Se dirigió a su anfitrión, el Rabino Klein- secretario del Rebe, que tampoco podía calmarlo. Pero Rabi Klein señaló a un jasid anciano que estaba sentado cerca de ellos y lo escoltó allí. El jasid le dijo que se sentara y oyó la pregunta. "Ahhh! ¡¡Qué buena pregunta!! ¡Excelente!"- Dijo. "Pero para cada buena pregunta hay una buena respuesta. Le contaré una parábola":

"Había un gran rey que tenía un sastre judío. Él amaba a este sastre y le dio una casa en las tierras del castillo. El judío cosía todos los vestidos reales y el Rey hablaba a menudo con él y tomaba su consejo sobre otros temas. Pero el prelado local no podía soportarlo. Odiaba vehementemente a este judío y anhelaba el momento en que podría eliminarlo sin encolerizar al Rey. El prelado era muy astuto. Esperó su momento e incluso pretendió ser un admirador del sastre hasta que finalmente un día su paciencia se acabó. Tuvo una idea; un esquema seguro para librarse para siempre del judío maldito.

El ministro compró una pieza grande del raso blanco más delicado y personalmente lo presentó al rey. "Su majestad", se arqueó sutilmente y dijo: "Esta tela santa es un regalo. Su santidad es incomprensible y es nuestro regalo a usted. Estoy seguro se confeccionará con ella el vestido perfecto para su majestad. Seguramente su majestad dará el trabajo de este vestido a su sastre personal, pues ningún otro es tan bueno en el reino, quizás en el mundo, como él. Pero debo agregar una advertencia". Los ojos del prelado se estrecharon cuando habló: "Si un hilo siquiera de esta tela santa se extravía, el culpable debe morir. ¡Así es la ley de la Escritura!" Dijo, levantando su mano ominosamente.

El Rey tomó la tela y la admiró. Era ciertamente el material más espléndido que había visto alguna vez. Y como era de esperar, se lo entregó al sastre judío sin siquiera molestarse en advertirlo. Era innecesario. Confiaba en él completamente y semejante advertencia podría ponerlo nervioso y perturbar su trabajo. Efectivamente, dos semanas después, el vestido estaba acabado y presentado al rey. Era más exquisito aun de lo que había imaginado. Calmo como el mar, brillante como el sol, cosido tan expertamente que ni siquiera una puntada podía verse y era lo máximo en comodidad y elegancia. El rey se lo probó y estaba tan alborozado que premió al judío regiamente.

Pero esa tarde se oyó un fuerte golpe en la puerta del monarca y entró el ministro, acompañado por diez sacerdotes de alta línea, con noticias solemnes y chocantes. Hicieron tomar un juramento santo al rey requiriendo que creyera lo que se le relataría y entonces, después que juró, le anunciaron solemnemente que había una prueba conclusiva- de hecho el ministro en persona lo había visto- que el sastre había destinado varios trozos pequeños del vestido para un uso ritual. "¡El sastre debe morir!! El Rey no tenía opción; estaba limitado por su juramento sagrado. Gimió y caminó de un lado a otro, pero estaba atrapado. Desafiar a la iglesia era inconcebible.

Con corazón pesado llamó al sastre y lo hizo atar con cadenas y a continuación le dio las tristes noticias; sería ejecutado por el robo de la tela sagrada. El sastre intentó protestar pero sin efecto, su destino estaba sellado. "En ese caso, si voy a morir" el sastre rogó, "¿puedo tener un último deseo, su majestad?". "Si, puedes" le contestó el rey. "Bueno. Quiero que se me devuelva el vestido que he hecho y se me entreguen un par de tijeras". "¡Te advierto!" El rey dijo: "Si destruyes el vestido, en lugar de una muerte rápida, sin dolor, pediré que el ejecutor de la justicia te torture. Por favor no me hagas hacer esto. Es bastante difícil para mí verte morir. Pero no tengo opción; Estoy limitado por la ley santa. ¿Estás seguro que es esto lo que quieres?" "Sí" El sastre contestó. "Estoy seguro su majestad".

El rey le dio el vestido y las tijeras y el sastre procedió a sentarse y delicadamente, muy despacio, comenzó a deshacer hilo por hilo del vestido entero. Puso los pedazos lado a lado y poco a poco, después de horas, la tela entera se había restaurado a su forma original. Era obvio que no faltaba un sólo trozo. "Su Majestad, ve usted" el sastre se arqueó solemnemente, "El Obispo supuso que era imposible que algo no se pierda en el corte, pero estaba equivocado. Di-s me ha ayudado y no desperdiciado nada de tela. ¡Véalo, no falta nada!"

Innecesario es decir que el Obispo fue depuesto y el judío fue premiado debidamente. El jasid dijo: "Es el final de la parábola y la respuesta a su pregunta. Di-s no estaba diciendo a los ángeles que no hagan preguntas. Él estaba diciéndoles que cuando Él creó el mundo, Lo hizo con un plan y NADA de ese plan se ha perdido. ¡Pero para entender todo lo que pasa después de eso, sería necesario "deshacer todo"… deshacer la creación entera! Y remontarse al 'caos' y 'desolación' del principio del mundo (Génesis 1:2) y para un ángel eso sería imposible... ¡¡Pero Rabi Akiva y sus compañeros no tuvieron ninguna pregunta!!