Estoy de pie en el shil, llevando mi peso de un pie al otro mientras trato de ignorar los gemidos de mi insatisfecho estómago. Hojeo el majzor para ver cuántas páginas faltan hasta llegar al final del servicio religioso. Mentalmente empiezo a vagar; me dejo llevar a otro Iom Kipur, celebrado muchos años atrás.
En mi ensueño vuelvo a ser una niña y mis abuelos han venido para pasar las Fiestas con mi familia. Mi abuelo tiene unos setenta años, aunque con su larga barba blanca y sus espesas cejas negras, a mí me parece que tiene por lo menos cien años. Ese Iom Kipur hice lo posible por quedarme en el shil en lugar de salir, para jugar con mis amigas. Me quedo en mi asiento escuchando con atención y tratando de seguir el servicio. De pronto me llama la atención el sonido de una voz que me resulta familiar – es una voz vieja, que suena enérgica y firme. Es mi ‘Zeidy’; está recitando el Kadish de duelo por su padre, cuyo ‘Iortzeit’ es el día de Iom Kipur.
Mis pensamientos se dirigen a otro Iom Kipur, celebrado en la Rusia comunista. El Rabino Aryeh Leib Kaplan acaba de organizar un minian en una casa privada en Chiali luego de haber sido exiliado de Kiev, su ciudad natal, a ese lugar por sus actividades ‘ilegales’ en la difusión de las enseñanzas y observancias judías. La siempre vigilante KGB, indignada por la persistencia de Aryeh Leib en seguir cometiendo sus “crímenes” incluso en su exilio, envió un grupo de pistoleros a sueldo para darle una paliza a Leib cuando éste estuviera volviendo a su casa, desde el clandestino encuentro de oración de Iom Kipur.
El amigo de Aryeh Leib recibe tantos golpes que queda inconsciente y Aryeh Leib apenas consigue arrastrarse hasta la casa de la familia judía más cercana para avisarles, antes de caer muerto, que su amigo está muy herido. Deja una joven viuda y cuatro huérfanos. Uno de ellos es ‘Zeidy’.
Y me viene a la mente la imagen de otro Iom Kipur. Hay un retrato de ‘Zeidy’, joven y fuerte. Está en una mísera celda de prisión, rodeado de criminales de aspecto cruel. Al igual que su padre, ha sido condenado por el horrible crimen de practicar judaísmo en la Rusia comunista. En la prisión, cada preso recibe un pedazo de pan al día. ‘Zeidy’ sabe que tiene que conservar ese pan para poder comerlo al finalizar el ayuno, o morirá de inanición. Sin embargo, si no se mete el pan en la boca en el preciso momento en que se lo dan, éste le será arrebatado por una de las muchas voraces manos que tiene cerca. ‘Zeidy’ habla con “El Jefe” de la celda – un endurecido criminal a quien todos los demás presos temen y respetan. Le plantea su dilema y, milagrosamente, “El Jefe” decide ayudarle. Pone el pedazo de pan en una saliente de la pared, ubicada a gran altura y advierte a los demás presos que matará a quien lo toque. Muchos ojos hambrientos están clavados en el pan, pero nadie lo toca.
Avanzado el día ‘Zeidy’ necesita saber cuándo terminará el ayuno. La celda tiene solamente una pequeña ventana, ubicada bien alto en la pared, y por eso no tiene referencia alguna para poder ubicarse en el tiempo. Es así que ‘Zeidy’ consulta con “El Jefe”, explicándole su dilema: para poder terminar el ayuno necesita saber cuándo está totalmente oscuro. “El Jefe” da órdenes y se levanta una pirámide humana – un criminal sobre los hombros de otro, hasta que pueden alcanzar la ventana. Cada pocos minutos los presos vuelven a armar esta pirámide humana y van informando lo que ven, hasta que ‘Zeidy’ confirma que puede finalizar su ayuno.
La voz del jazán surge en medio de mi ensoñación y me trae de vuelta a las páginas abiertas de mi majzor. Mientras retomo mis oraciones vuelvo a pensar en ‘Zeidy’ y en mi bisabuelo. Siento que están a mi lado, sonriéndome.
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