Hace unos 15 años fui invitado para disertar en un Shabatón en una pequeña ciudad de los Estados Unidos. Durante la comida varios voluntarios ayudaban a servir. Entre ellos, noté a un hombre que estaba siendo particularmente útil. Con una sonrisa y sin pretensiones, estaba haciendo todo lo posible para que todos los invitados se sintieran cómodos.

Durante mis charlas, observé que este señor (lo llamaremos David) estaba sumamente atento, absorbiendo cada palabra. Y cuando se sucedieron discusiones después de las charlas, su comprometida curiosidad era extraordinaria. Cada vez que le era posible, David se me acercaba con preguntas más inquisitivas. Su sed insaciable por el conocimiento, su sinceridad e inocencia de corazón me tocó profundamente.

Pregunté discretamente al rabino anfitrión por David. Su historia era así: David era un veterano de Vietnam. Después de desconectarse de la Armada americana donde sirvió varios años, empezó una búsqueda de sus raíces judías. Visitó sinagogas diferentes, asistió a varias clases, y finalmente terminó en esta sinagoga. David creció en una casa completamente secular, sin ninguna educación judía. Ahora abrazó su herencia y empezó a observar la Torá y las Mitzvot. El Rabino me dijo que David tiene una sed inextinguible por el estudio, haciendo todo lo posible por compensar sus años de ninguna educación judaica. Serenamente, el rabino me susurró “Debe saber que David es un tzadik nistar” -persona virtuosa oculta- (tzadik nistar es una expresión que describe la existencia de tzadikim ocultos en el mundo).

El Rabino continuó: “Cuando David estaba en la armada tenía su cuerpo tatuado de la cabeza a los pies, como tantos marineros hacen. Al empezar a observar los preceptos, trató por medio de algunos procedimientos de quitar sus tatuajes. Además, había aprendido sobre la prohibición de la Torá de mutilar o marcar con cicatrices el cuerpo. Incluso los tatuajes no estaban en el espíritu de lo que él quería ser.

“Pero algunos tatuajes eran absolutamente imposibles de eliminar. Uno en particular fastidiaba a David. Estaba grabado en sus bíceps izquierdos, justo en el lugar donde se colocan los Tefilín. Este tatuaje particular era - ¿cómo lo diremos? - no exactamente la Estrella de David. Por consiguiente, lo perturbaba profundamente cuando lo miraba todas las mañanas cuando se ponía sus Tefilín.

“Él presentó su pregunta a varios rabinos. Además del problema de “jatzitzá“- obstrucción- entre el Tefilín y el brazo, el tatuaje también era una distracción contraria al espíritu entero e intención de este precepto que es ligar su mente y corazón con el servicio Divino. Una autoridad rabínica le dijo que ya que él no tenía conocimientos judaicos cuando se había tatuado y siendo que era irreversible, no debía preocuparse por ello y debía ponerse los Tefilín e ignorar el tatuaje.”

El rabino agregó entonces: “Después de comenzar a observar los preceptos desde hace cinco años, David se sumerge en una mikve (baño ritual) todas las mañanas [costumbre adoptada por varones como preparación para los rezos]. Debido a que no quiere que nadie vea sus tatuajes, David se despierta a las 5 a.m. y va a la mikve antes que alguien llegue...”

“¿Qué piensa usted que está sintiendo Di-s” me preguntó inocentemente el rabino “cuándo Él ve las sagradas aguas de la mikve cubriendo cada mañana el cuerpo tatuado de este veterano de Vietnam?” Me senté nuevamente, aturdido. Con sobrecogimiento. Miraba a David, que caminaba agradablemente para ayudar a todos los huéspedes, considerándose una persona simple, haciendo preguntas como si fueran inadecuadas debido a su falta de educación de Torá - sin tener idea del puro poder y belleza de su conexión profunda con Di-s, una conexión que transcendía sus tatuajes.

Estaba profundamente conmovido. No hay nada tan poderoso como dar testimonio del triunfo humano por encima de un impedimento. Y me dije: “Éste es el poder del Judaísmo que celebra la majestad suprema de la vida: No escapamos de nuestras cicatrices y tatuajes; pero podemos sumergirlas en las experiencias más profundas, y transcenderlas“.

Todos tenemos nuestros tatuajes - físicos o metafóricos - cicatrices, heridas que llevamos, algunos de abusos en la niñez, otros de errores de juicio, ignorancia o inexperiencia. Ciertos tatuajes pueden ser irreversibles. Una vez que hemos perdido nuestra inocencia, por imposición o por opción, y saboreado de “la fruta prohibida” no siempre podemos retroceder el reloj. Pero eso no significa que las cosas están perdidas. Significa que tenemos que excavar más profundamente. Aun cuando nuestros tatuajes se graban en nuestras pieles y seres, tenemos el poder de ahondar bajo ellos y descubrir reservas más profundas. La historia del veterano de Vietnam es la historia de un ejemplo ambulante de posibilidad - cómo cada uno puede acceder a lugares que incluso van más allá de las cicatrices más profundas. Posibilidad - ése es el supremo mensaje de fortalecimiento que la Torá ofrece a la raza humana.