La llegada de la primavera y el verano significa también el comienzo de la desdicha para millones personas. No me refiero a la tristeza ó la soledad de las vacaciones; eso merece una discusión aparte. Me refiero en realidad, al sufrimiento producido por las estaciones de la alergia.

Las hermosas y alegres mañanas de primavera o verano, con una temperatura ideal y una brisa perfecta, también pueden estar marcando el peor día para una persona que sufre alergia. Nada más amenazante, que ese primer cosquilleo en la garganta, esa picazón en los ojos que nos advierte nuevamente un tormentoso día. Comenzando con un cosquilleo y una picazón, que rápidamente se deteriora transformándose en una nariz que larga agua constantemente, una garganta que pincha, orejas coloradas, y violentos estornudos que hacen que todo tu sistema respiratorio comience a gotear y a chorrear como si fueran cañerías oxidadas de una casa vieja.

Mi particular intolerancia a la planta ambrosia comenzó en el campamento de verano en Detroit cuando tenía 16 años. Nunca llegué al final de la cuestión pero aparentemente Fenton posee una superabundancia de ambrosias estimuladas hormonalmente, que liberaron mis reacciones alérgicas latentes. Como muchos de mis compatriotas a quienes suelo encontrar en los baños estoqueándose de papel tissue, comencé a buscar soluciones ridículas a esta fastidiosa molestia.

Tal vez me mudaría desde mediados de agosto hasta fines de septiembre (la temporada alta de la floración de ambrosia) hacia algún área de New Hampshire, que posea alguna zona limpia de este género botánico. O, mucho mejor: ¿Por qué no escapar a Alaska?... Desarrolle un nuevo odio hacia esta planta invisible. ¿Qué es exactamente la ambrosia? ¿Dónde se encuentra? La gente la llama “fiebre del heno”, (cosa que todavía no comprendo).

Uno de aquellos días de verano la pasé realmente mal. Estuve al borde de un ataque de asma y necesite medicación para lograr mantener abierto mi constreñido canal de aire. Así fue, que luego de ese verano, fui a visitar a un famoso alergista en Nueva York. El Dr. Redner debía haber tenido en ese entonces 85 años aproximadamente (o al menos eso parecía para una arrogante muchachito de 23 años como yo).

El testeó mi sensibilidad realizando unos pinchazos en mi brazo. Te pinchan con diferentes dosajes de comidas, mohos y plantas para testar la reacción del cuerpo. Más tarde recetan una serie de inyecciones que colaboran a elevar la inmunidad contra los factores que producen la alergia a cada persona (no sé si actualmente realizan lo mismo, pero así se hacía en aquellos días, esas buenas épocas, “antes de la guerra”...) La dosis de moho y ambrosia desencadenaron una violenta reacción en mi cuerpo. Mi brazo se inflamó completamente y comencé a jadear para ya que no podía respirar. El Dr. Redner reaccionó inmediatamente inyectándome algo que instantáneamente calmó todos mis síntomas. ¡Un milagro!

Aquí estaba yo, en medio de una bellísima tarde de agosto, con una cuota de polen quien sabe cuan alta (la cual normalmente hubiese desencadenado serios síntomas) con todos mis pasajes de aire limpios y libres. ¡Me sentía libre!¡Impresionante! (Si usted nunca sufrió de ataques de alergia tal vez no sienta vinculación alguna a este sentimiento. Pero si ha padecido alguno de estos ataques sabrá exactamente a lo que me refiero. Aún así, aquellos que tienen la suerte de no ser alérgicos, continúen de todas formas leyendo ya que aprenderán una maravillosa lección de vida).

Inundado por la curiosidad- y bastante desesperado también- le pregunté al doctor: “¿Qué es lo que me inyectó, que hizo que se desaparecieran completamente todos lo síntomas?” “Adrenalina”- respondió. “¡¿Adrenalina, usted quiere decir la misma adrenalina que produce el cuerpo humano cuando está bajo alguna situación de pánico o excitación?!. “Si, señor”, respondió el doctor. En ese instante un pensamiento golpeó mi mente.

Por alguna extraña razón nuca sentía los síntomas de alergia los días domingos. Siempre creí que esto sucedía debido a que este era el día mas ocupado de toda mi semana. En ese entonces (principios de 1979 y los posteriores trece años, hasta el primer ataque del Rebe en 1992) era el escritor principal de las discursos del Rebe. Mi responsabilidad era oír y fijar en mi mente horas de eruditas y profundas disertaciones, que debían ser memorizadas en Shabat y Festividades (ya que no era posible utilizar grabadores ni anotaciones), para más tarde ser reordenadas, documentadas, anotadas y publicadas para la posteridad. Poseíamos un pequeño pero poderoso staff, mi rol era el de escritor principal.

El domingo, el día siguiente a Shabat era mi día más intenso de trabajo. Estaba completamente inundado por el esfuerzo de recordar y reconstruir los términos y expresiones que había oído en Shabat. No hay palabras que describan el excesivo esfuerzo mental necesario para recordar y más tarde volcar al papel las complejas y variadas exposiciones del Rebe.

Siempre sentí que el motivo por el cual no tenía síntomas alérgicos los días domingo era porque me encontraba tan absorto dentro del trabajo que estaba completamente sublevado a el sin tiempo para otra cosa. Pero ahora que el doctor mencionaba la palabra adrenalina, un nuevo pensamiento entraba en mi mente. Le pregunté al doctor: “Es posible que la intensa concentración y la presión generen una corriente de adrenalina natural que doblegue los síntomas alérgicos, así como lo hizo la inyección de adrenalina que recién me realizó? “Seguro, ¿por qué?”, me respondió el Dr. Redner. “¿nunca se percató que los concertistas de piano, los actores de Broadway y los cantantes de opera nunca tosen ni estornudan en medio de su actuación, aún cuando estas se extienden por largas horas?.

La tos o un estornudo son reacciones naturales del cuerpo que no pueden ser suprimidas. ¿Cómo es entonces que pueden mantener este autocontrol por horas sobre el escenario?. Esto es debido a que la corriente de adrenalina producida por la intensa presión generada sobre el escenario, provoca en la persona un nuevo nivel de autocontrol que normalmente no le es posible dominar. “La adrenalina”, continuo el doctor, “de alguna misteriosa manera saca a relucir una energía sobrehumana y una habilidad que normalmente le son inaccesibles.

Se ha visto, por ejemplo, gente que en situación de peligro logra levantar objetos pesadísimos, entra en lugares pequeños, alcanza alturas impresionantes o logran cosas de las cuales no serían naturalmente capaces”. “¿Por qué, entonces?,” le pregunté al doctor, “¿no me da adrenalina para que me inyecte solo todas las mañanas cuando me aparecen los síntomas de la alergia?”. “Porque eventualmente tu organismo se volvería inmune a la adrenalina y necesitarías cada vez más dosaje para obtener los mismos resultados, esto haría que con el tiempo todo tu sistema inmunológico se vea dañado.”

Esto me enseñó- y es por este motivo por el cual escribo- una gran lección de vida: Estar comprometido con una misión en la vida no solamente es bueno para el alma sino también para el cuerpo. La salud incluyendo la salud física- no se compone solo por el mero hecho de aceitar la máquina, comer bien y ejercitarse; tiene que ver también con dejar que tu sistema respire. Se trata de levantarse a la mañana y saltar de la cama con excitación por el nuevo día que comienza. ¿Cuándo fue la última vez que sentiste esto?. Todos necesitamos la pasión, una misión en la vida, una llamada que debe ser respondida de manera urgente. Esta pasión no solo mantiene tu corazón y mente saludables sino que también produce sustancias químicas que refuerzan el sistema inmunológico.

El gran compromiso y la fuerte pasión abren renovadas posibilidades de acceso a nuevas fuerzas que, de otro modo se mantendrían dormidas en nuestro sistema interno. ¿Necesitamos acaso algún ejemplo mejor que este para unir el espíritu con la materia? Me pregunto cuantas adicciones podrían prevenirse si tuvieses una adrenalina natural flotando en nuestro sistema generada por un compromiso apasionado a nuestra misión en esta vida. ¿Acaso será, tal vez, este el motivo por el cual fui bendecido con la alergia?