"Esta es la casa", dijo Rafaela mientras sostenía tres o cuatro fuentes de comida recién sacadas del horno. Entramos, y luego de poner la comida en la cocina, nos unimos a otros visitantes que habían ido a acompañar a Ludmila durante la semana de duelo. Yo no conocía bien a Ludmila, y nunca había visto a su padre, que acababa de fallecer.
"Las últimas semanas fueron difíciles", dijo. "Mi padre ya no era el mismo". Se la veía cansada, como si hubiese estado llevando una carga muy pesada durante un largo tiempo, y recién ahora podría descansar. Rafaela me dio a entender que Ludmila se había dedicado al cuidado de su padre durante su enfermedad. Incluso, luego de que lo trasladaron a un centro de cuidados, ella continuó visitándolo regularmente y se involucró mucho en su cuidado.
"Mi padre era un hombre muy talentoso. Es una lástima que mi hijo menor se lleve el recuerdo de su abuelo en su peor momento y no haya podido hacerlo de la época de su apogeo", suspiró y giró la cabeza hacia su hijo de trece años quien estaba en la habitación contigua junto al hijo de Rafaela.
"Era un alma sensible, un artista, orgulloso de las virtudes de ser un artesano. Vengan, miren lo que nos hizo como regalo de bodas".
Seguimos a Ludmila a la habitación contigua. Se detuvo frente a una obra de arte exquisita que colgaba en la pared. Estaba realizada exclusivamente con finas tiras de madera pulida de diferentes tonalidades, cuidadosamente recortadas y luego unidas como un piso de parquet. Representaba a una pareja de novios que iban en un carro tirado por caballos seguido detrás por un flautista klezmer.
"¡Qué hermoso!", comenté. "Obviamente, debe haber puesto mucho esfuerzo en realizar esta obra".
Ludmila asintió. "Cientos de horas. Mi padre se encargó de todo el proceso él mismo. Al vivir en la Rusia comunista, debía ser muy ingenioso para conseguir los materiales". Después, nos mostró dos obras más del mismo estilo, ambas también sorprendentes.
Regresamos a la habitación donde se encontraba la silla donde debía sentarse el deudo, y Ludmila tomó asiento. "Mi padre no mantenía las tradiciones religiosas. Como creció bajo el régimen de Stalin, le fue casi imposible. ¿Saben lo que me contó? Cuando mi marido y yo comenzamos a respetar la kashrut, me contó algo que me ayudó a responder una incógnita que tenía desde chica. Siempre me había preguntado por qué Babushka nunca tenía mucha variedad de comida en su casa. Cada vez que la visitábamos, no tenía nada para ofrecerles a sus nietos". Ludmila se sonrió por el recuerdo de su infancia.
"Cuando mi padre vio nuestra cocina kasher, nos dijo que le recordaba la de su madre. Y nos contó que debido a las dificultades para conseguir comida kasher luego de la revolución, la familia había abandonado en gran parte esta mitzvá. Los tres hijos, quienes crecieron bajo el régimen de Stalin, eran el centro de la vida de mi abuela. Luego, vino la Segunda Guerra Mundial, y cuando Alemania atacó a Rusia, todos los hombres que estaban disponibles fueron reclutados para el ejército, y fueron pocos los que regresaron. Cuando los tres hijos fueron llamados a enlistarse, mi abuela hizo una promesa. Le suplicó a Di-s que sus tres hijos regresaran sanos y salvos de la guerra, y por su parte, ella se comprometía a comer, por el resto de su vida, solo comida kasher. Por eso, su dieta era muy limitada, debido a la economía comunista, pero ella mantuvo su promesa, y sus tres hijos regresaron a su casa a salvo".
Desde la otra habitación, llegaba el sonido de las risas de los hijos de Ludmila y Rafaela. Mi mente regresó a la obra de arte que colgaba en la pared. Pensé en las cuatro generaciones de esa familia y en lo que habían atravesado.
Cuán complejas son las almas de las personas de nuestro pueblo juntas forman parte de una gran obra de arte, y a su vez, cada una es una parte única de un parquet con varias tonalidades y capas cuidadosamente ensambladas, con amor, por las manos del divino Creador.
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