En mis años de juventud, cuando aún no era un judío observante, leí una novela francesa muy reconocida llamada Les Miserables, una obra maestra cuya historia acerca del arrepentimiento resulta muy inspiradora.
Escrita por Victor Hugo en el siglo XIX y considerada por muchos como una de las grandes obras de la literatura occidental, Les Miserables recorre la vida de Jean Valjean, quien en su juventud es arrestado por robar un pedazo de pan para darle de comer a su familia que estaba muriendo de hambre y, como consecuencia, es encarcelado en una prisión brutalmente represiva por 19 años.
Durante sus años en prisión, Valjean se transforma de un individuo gentil y compasivo en un criminal malvado y resentido en cuyo interior alberga un profundo odio por la sociedad y por el sistema judicial que le ha causado tal destino. Valjean sale de la prisión como un individuo altamente peligroso, con una reputación manchada que le depara un futuro marginal. Sin embargo, por esas causas fortuitas, se encuentra con un alma iluminada quien, en un acto de gran sacrificio personal y amor, ayuda a Valjean a recuperar su esencia gentil y lo guía hacia una senda humanitaria para que pueda rectificar su miseria y sufrimiento en pos de ayudar a las víctimas desafortunadas de la sociedad provincial francesa.
Este libro me movilizo profundamente. Por algún motivo que yo desconocía hasta ese momento, me sentía fuertemente identificado con el personaje de Jean Valjean y su dramática transformación avivó cierta llama espiritual que esperaba ser encendida en mi interior. A medida que leía, mi espíritu se regocijaba con cada buena acción desintencionada, cada acto de sacrificio y cada gesto de bondad que Valjean tenía para con las personas de su mundo. Sin embargo, aquellos que conocen la historia recordarán que, fiel al título, el libro termina de la forma más miserable posible. Profundamente arrepentido de sus malas acciones, Valjean elige separarse de su hija adoptiva Cosette y de su esposo Marius, con tal de que ambos no se vean influenciados por los horrores de sus crímenes pasados. Colmado de remordimiento, transcurre sus últimos años en una profunda soledad y anonimato, y al hacerlo le niega la posibilidad a su hija de recibir su legado de profunda espiritualidad. Para Valjean la muerta es, sin duda, su destino final. Fría, vacía, el capítulo final de una vida por momentos gloriosa, que ya se ha convertido en olvido.
Este impactante final para Valjean, frío y miserable, me dejo con una pregunta pendiente: ¿El arrepentimiento (la teshuvá) es duradero? ¿Cómo puede una persona mantener su compromiso con el cumplimiento de un fin superior en medio de un contexto mundano? Y de ser posible, ¿puede uno transmitir su experiencia de transformación personal a otros?
Prontamente el pueblo judío celebrará la festividad de Purim. La historia de Esther, que narra el drama de Purim, es conocida por casi todos nosotros. El débil y maleable rey de Persia, influenciado por el malvado Amán, emite un edicto estableciendo que el día 13 del mes de Adar correspondiente al calendario Hebreo, todas las personas del reino tienen permitido matar a los judíos que habiten entre ellos, hombres, mujeres y niños. Por medio de este decreto, Amán esperaba que todo el pueblo judío fuese exterminado en un solo día. La elección de ese día fue azarosa. Sin embargo, Amán se regocijo al ver que caía en el mes de Adar ya que sabía que en dicho mes, el gran líder de los judíos, Moisés, había muerto. Según su pensamiento, esto constituía un buen augurio de que su plan tendría éxito. Lo que Amán no sabía era que Moisés había nacido el mismo día de su muerte, el 7 de Adar y, según nuestros sabios “su nacimiento anuló su muerte”.
¿Cómo podemos interpretar este aforismo de nuestros sabios?
Quizás la clave se encuentra en entender que la vida de Moisés es bidimensional. Primero existió el Moisés hombre, quien transito el plano material. El individuo, nacido en esclavitud, quien milagrosamente fue salvado por la hija del Faraón y criado en la misma casa de los tiranos que subyugaban a su pueblo. El hombre que escapo de Egipto se casó, tuvo hijos y finalmente regresó para liderar a su pueblo hacia la libertad. El individuo que luego tuvo que responder a las necesidades de los hijos de Israel por 40 largos años y a quien, en última instancia, le fue negada la entrada a la tierra de Israel, confinado a un entierro en un lugar desconocido al este del río Jordán. Este Moisés, el mundano, vivió 120 (gloriosos) años y luego falleció y desapareció, aparentemente para siempre.
Sin embargo, conjuntamente con ese Moisés de dimensión humana, existió el Moisés que fue siervo de Di-s. Cuando nos encontramos con esta faceta, ya no vemos a un individuo, sino la representación consumada de Di-s en la tierra. En esta dimensión, Moisés el individuo, se ve completamente anulado por su misión divina y, en esta faceta ejecuta aquello que parece ser imposible e impensado. Rompe los lazos aparentemente inquebrantables entre lo espiritual y lo divino dentro de los límites del tiempo y el espacio. Como siervo de Di-s, Moisés cuenta con el privilegio de conocer los planos que Éste ha diagramado para el mundo, la Torá, que representa la sabiduría que se encuentra revestida del lenguaje y las experiencias de este mundo físico finito y, a su vez, representa una verdad existencial que es atemporal y eterna.
Aquí yace la respuesta a la pregunta que me atormentaba y el motivo por el cual Les Miserables fue simplemente un puntapié hacia una verdad superior.
Valjean, el héroe mítico, vivió su vida como un hombre vulnerable quien se embarcó en una transformación personal sin nada más que una aspiración bienintencionada de experiencia personal. Su vida reflejo solamente su dimensión humana y, a pesar de que su arrepentimiento fue decisivo, su legado fue, en última instancia, intransferible. El remordimiento en sí mismo no es una brújula espiritual sustentable y su muerte, indefectiblemente, extingue su nacimiento.
Moisés, el verdadero héroe de las Escrituras, por medio de su distinción fue, en el análisis final, el vehículo para un estado de existencia que trascendió la muerte. Su misión sobrevivió a su vida, y por ende él logró vivir en ella. El intermediario simple y puro cuyo trabajo era unir en comunión a Di-s y a los Judíos, para siempre. Y el hecho de que, por más de tres mil años, sigamos dedicando nuestras vidas a los principios eternos que Moisés comunicó, acentúan la verdad última de la existencia de Moisés.
Su muerte se extinguió con su nacimiento.
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