En el Gran Libro de Alcohólicos Anónimos, las personas alcohólicas o drogadictas en recuperación tienen la posibilidad de compartir sus historias personales. Entre los relatos que ahí aparecen está el de un médico exitoso con una vida hogareña disfuncional cuyo mundo se desmorona a medida que la cantidad de dogas que se auto-prescribe se va de control. Eventualmente, su situación se torna tan desesperada que debe ser internado en el hospital en el que trabajaba. Casi al final de su historia, comparte algunas de las enseñanzas que aprendió en sus años de recuperación. Uno de los fragmentos más impactantes es aquel en el que hace referencia a sus expectativas:
“Mi nivel de serenidad es inversamente proporcional a mis expectativas. Cuanto más altas son mis expectativas… más bajo es mi nivel de serenidad. Puedo percibir como mi nivel de serenidad aumenta a medida que desecho mis expectativas”.
La primera vez que leí este fragmento me frené en seco. ¿A qué se refería con “desechar las expectativas”? Toda situación tiene algún tipo de desenlace, ya sea positivo o negativo. Siempre debemos tener presente que algo acontecerá. Además, todos sabemos que las expectativas juegan un rol fundamental en la vida – si esperamos cosas buenas, estas ocurrirán; si esperamos cosas malas, sin duda también nos ocurrirán. ¿Cómo puede una persona afrontar la vida sin expectativas? Y más importante aún, ¿qué relación existe entre las expectativas y el grado de serenidad?
En lo personal decidí no optar por la arrogancia que me llevaría sin dudas a desestimar esta idea por completo. Teniendo en cuenta que en el momento en que me crucé con esa cita pesaba 113 kilos y no podía dejar de comer ni de consumir drogas, se me ocurrió que quizás este médico sabía algo que yo no.
Incluso en la Torá, las expectativas han causado problemas. Caín esperaba que Di-s viera con buenos ojos su ofrenda, tal como lo había hecho con Abel. Cuando obtuvo una respuesta no tan favorable, la furia de Caín lo impulsó a matar a su hermano, el primer asesinato de la historia de la humanidad. Mucho tiempo después, el pueblo judío esperaba que Moshé regresara del Monte Sinaí en una fecha específica – y, desafortunadamente, mal calculada. Cuando Moshé no descendió en el momento esperado, los hombres perdieron las esperanzas y construyeron un Becerro de Oro para adorarlo. Al ver esto, Moshé rompió las tablas de piedra a causa de su disgusto, destruyendo el regalo sagrado que había traído para el pueblo, proveniente de Di-s mismo.
Nuestros antepasados, sin embargo, parecían entender el peligro potencial que podían causar las expectativas, en especial Abraham. Al leer la porción de Lej Lejá de la Torá, vemos que Di-s le dice a Abraham “ve… hacia la tierra que yo he de mostrarte”. Eso es todo, sin vueltas. Di-s no le especifica a Abraham hacia dónde se dirige, porqué es que debe irse o siquiera qué es lo que le ocurrirá al llegar a dicho lugar que aún no sabe dónde queda. Ni siquiera le dijo que debía llevar consigo. Simplemente le dice que vaya.
Y Abraham va, sin preguntar. No pide más información, no necesita de un itinerario ni de un mapa. Para ese momento, Abraham ya estaba establecido en su hogar, casado, con un buen pasar y entrado en años. No era nada sencilla la tarea de desarraigarse de su vida, en especial si consideramos que no tenía garantías de que fuera a gozar de las mismas condiciones de vida y confort en el lugar de destino. Y a pesar de todo, se va simplemente porque Di-s así se lo pidió.
Más adelante en su viaje Di-s le dice a Abraham que su descendencia será “numerosa como el polvo de la tierra” y que “establecerá un pacto” con las generaciones que lo sucederán, una promesa que se ve avivada por el nacimiento de Isaac. Durante treinta y siete años Abraham cría a Isaac con la promesa de Di-s en mente, hasta que éste le habla nuevamente. Esta vez, la indicación que recibe Abraham es la de entregar a su hijo en sacrificio.
Sin duda Abraham debió sentirse molesto por esto. Después de todo lo que tuvo que atravesar, la cantidad de almas a las que alentó para que siguieran una vida espiritual, los muchos años que tuvo que esperar para tener un hijo, y el hecho de que Di-s le prometiera ser el padre de un pueblo numeroso descendiente de su hijo Isaac, no se entendía cómo Di-s podía pedirle que sacrificara lo que más amaba. Abraham ya había atravesado nueve pruebas de fe antes de que se le presentara esta; sin dudas podía pretender un pequeño descanso, o como mínimo una explicación.
Pero no fue así. En cambio, Abraham tomó a su amado Isaac y lo condujo a la cima del monte Moriá, preparado para ofrecerlo como sacrificio a Di-s. Como es sabido, una intervención de último momento salvó a Isaac del filo de la navaja, ya que la voluntad de Abraham de cumplir con las indicaciones de Di-s fue igual de poderoso en términos espirituales que si hubiera concretado el acto en sí mismo. De hecho, nuestros sabios dicen que el nivel profundo de sacrificio tanto de Abraham como de Isaac actuó como kapará (expiación) por todos los pecados que la nación de Israel había cometido o iba a cometer a futuro.
Entonces, ¿qué sentido podemos encontrarle a todo esto?
En esencia, las expectativas son un sentimiento de que merecemos el resultado deseado. También constituye una presunción arrogante el hecho de creer que el único resultado posible es aquel que podemos imaginar. Al tener expectativas, tanto positivas como negativas, olvidamos que Di-s tiene un plan mucho mayor que el nuestro propio, y que ve más allá, las consecuencias interconectadas de todo lo que acontece. Podemos esperar, por ejemplo, que nuestros hijos crezcan y se conviertan en violinistas. El plan de Di-s, sin embargo, puede ser bastante diferente. Quizás prefiera el chelo o la flauta. Quizás no tenga interesa alguno por la música, y en vez de eso se avoque a la medicina. Cualquiera sea el resultado, si difiere de nuestras expectativas, nos estamos condenado a la desilusión, al resentimiento y a la amargura – lo que representa un veneno para cualquier persona, y más aún para un adicto. Más aún, representa la pérdida de la capacidad de reconocer que todo aquello que se encuentra en el mundo creado por Di-s está diseñado para moldearnos a ser la persona que Él desea que seamos y para lo que fuimos creados.
Esto es lo que tanto Abraham como el médico pudieron entender: Di-s es más sabio que nosotros. No necesitamos tener expectativas ya que nada ocurre en el mundo de Di-s por accidente. Todo en nuestra vida esta guiado por la divina sabiduría y, al fin de cuentas, resultará de la mejor manera que tenga que acontecer.
Actualmente no como de forma compulsiva o uso drogas y tengo un cuerpo saludable y proporcionado. Pero lo que es más importante aún, he disminuido mis expectativas. Sueño, anhelo y lucho, pero al igual que Abraham dejo que los resultados corran por cuenta del Único que está verdaderamente a cargo.
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