El teléfono sonó en la habitación de un hotel de Nueva York, donde estaba alojado. Era 1995 y todavía recitaba Kadish, rezo en honor de los difuntos, por mi padre -de bendita memoria- Joseph Jacobovici.

Vivo en Toronto, soy productor de cine, por lo tanto viajo constantemente. Durante los once meses que recité Kadish, conocí diferentes minianim, necesarios para realizar la plegaria, desde San Francisco hasta Halifax. Una vez, hice una parada en Detroit y llegué presuroso al subsuelo de una vieja sinagoga, donde fui alegremente saludado por un grupo de octogenarios que creyeron ver al Mesías en persona.

Pero el llamado de Nueva York era el comienzo de lo que más tarde sería, tal vez, uno de los Kadish más interesantes.

En ese entonces, había terminado recientemente una película llamada La venta de inocentes. La película ganó el premio Emmy y atrajo la atención de Oprah Winfrey, ícono americano y aclamada anfitriona de TV. La productora del otro lado del teléfono me preguntaba si podía viajar a Chicago y aparecer con mis compañeros de producción en el Oprah Show al día siguiente.

Me quedé pensando. Esto no era nada más ni nada menos que el Oprah Show. Un gran momento. La posibilidad de publicitar el film y de promocionarme a mí y a mi empresa. “Me encantaría hacerlo”, le dije, “pero no creo que pueda”. “¿Por qué no?”, me preguntó la productora, disimulando su sorpresa. “Nadie dice estar muy ocupado para venir al Oprah Show”. “Tengo un problema”, le respondí.

La voz de la productora, Lisa era su nombre, se puso firme. “Todo es conversable. ¿Cuál es el problema?”, me preguntó. “Es complicado”. “Probemos”, respondió.

Comencé entonces el proceso de explicarle a una productora de televisión de Chicago, no judía, el ritual judío de Kadish. Siempre que tengo que explicarlo, rara vez la gente lo comprende. Les manifiesto que necesito un minian, y me llevan hasta una sinagoga que está completamente vacía… casi nunca funciona. Pero esto era el Oprah Show… así que decidí probar.

“Soy judío. Mi padre ha fallecido. Nuestra religión nos indica que cuando una persona fallece debemos decir una plegaria tres veces al día, es una glorificación del nombre de Di-s. Se conoce como Kadish de duelo.

Para poder realizar esto, necesito un quórum de diez personas, llamado “minian”. Es por esto que no puedo perder este ritual. Si voy a Chicago, tendré que atender a mis plegarias antes de ir al show.

“No hay problema”, me dijo. “Usted necesita un minian para decir Kadish. Diez hombres judíos para la plegaria matutina. Lo arreglaré”. “No es tan sencillo”, le dije. “Tal vez encuentre una sinagoga, pero sin el minian matutino. O tal vez la comunidad judía la enviará a un templo que no sigue las tradiciones, lo cual no cumplirá con mi necesidad”. Lisa trataba de ser paciente. “Le enviaré a su hotel un fax con la información del vuelo. Se encontrará en Chicago con una limusina. El conductor tendrá la información sobre el minian. Usted dirá Kadish por su padre”.

El resto se desarrolló como una operación militar. El ticket llegó al día siguiente. Luego, apareció la limusina. El conductor me llevó hasta un hotel y me dijo: “Estaré aquí a las 6.30 de la mañana. Su minian comenzará a las 7. Lo recogeré a las 8. Estará en el Oprah Show a las 8.30”.

El cuarto del hotel era hermoso. Dormí como un bebé. A las 6.30 de la mañana, subía a la limusina. Había un diario en el asiento. “¿Podría acostumbrarme a esto?”, pensé para mis adentros.

El conductor estacionó en el centro de la ciudad frente a un edificio de oficinas y me dijo que en uno de los pisos superiores estaba el minian de Jabad Lubavitch.

Cuando llegué allí, el Rabino me miró y me dijo: “Así que tú eres quien debe decir Kadish. Desde el Oprah Show, me advirtieron que mejor que tuviera un minian”.

Lo dos nos sonreímos. Estaba realmente impresionado de Lisa y de Oprah. Y estaba seguro de que mi padre también estaba encantado. Luego del minian, el conductor me llevó hasta el Oprah Show.

Fui recibido por Lisa, una mujer de color, de 30 años aproximadamente. Ella fue directa en sus preguntas: “¿Tuviste minian?”. “Sí, gracias”, le respondí. “¿Estuvo todo bien? ¿Pudiste recitar Kadish?”. “Absolutamente. No pudo haber estado mejor”, asentí. Me miró con esa mirada característica que poseen los cirujanos famosos cuando salen de la sala de operación. O tal vez, es la mirada que poseen los comandantes militares cuando regresan de una operación militar. Es una mirada que dice: “Nada es tan complicado”. Estuve finalmente en el Oprah Show, tuve mis 5 minutos de fama. Pero aun así, todo lo que puedo recordar de ese día fue el momento en el que recité el Kadish por mi padre.