Soy lo que se llama un judío sefaradí. Mi padre nació y fue criado en Marruecos, y la familia de mi madre se mudó de Tunisia a Francia cuando ella tenía seis años. Hasta los dieciséis años, mi papá fue criado en parte por su abuelo, un respetado y sabio rabino.

Mis padres se conocieron mientras estudiaban Medicina en París. En aquel tiempo, ninguno de los dos era particularmente religioso. Mi papá, como vivía solo en París, había perdido, en cierta forma, la mayoría de las costumbres correspondientes a la observancia y la tradición con las que había sido criado. La familia de mi mamá se vio obligada a deshacerse de su tradición judaica para poder encajar en la sociedad.

Durante la mayor parte de mi infancia y adolescencia, fui criado por mis abuelos tunecinos, mientras que mis padres, ambos médicos, estaban ocupados salvando vidas. Mis abuelos eran los así llamados “tradicionalistas.” Ellos guardaban cualquier tradición judía que encajaba fácilmente en sus vidas y descartaban las prácticas que no combinaban con la imagen de una familia parisina suburbana.

Comer comida kasher, por ejemplo, era algo flexible y más bien de una definición borrosa, así como también muchas otras observancias. Después de todo, sus hijos eran médicos e intelectuales, ¿para qué necesitaban un rabino loco diciéndoles qué hacer y cuándo hacerlo? También, recuerdo celebrar Pesaj y otras festividades judaicas un domingo de noche en lugar de hacerlo en la fecha correcta porque era un momento más conveniente para reunir a la familia.

Sin embargo, había una mitzva que mi abuelo apreciaba y mantenía desde que tengo memoria, hasta que quedó incapaz de ponerse de pie: el kidush. La bendición santificando el Shabat recitada sobre un vaso de vino todos los viernes de noche.

Existe una bebida alcohólica tunecina hecha de higos llamada buja. Mi abuelo (quien no había tenido la oportunidad de recibir una educación de la Torá apropiada) solía recitar la bendición tradicional, Bore pri haguefen (“... Quien crea el fruto de la vid,) sobre buja, lo que ciertamente suena gracioso cuando uno entiende el significado de la bendición, que se dice sobre jugo de uva o vino...

Pero para el jovenzuelo que yo era, todo tenía perfecto sentido.

Significaba viernes a la noche, significaba “granos de couscous” de cena, significaba el sosiego y la protección de la unión familiar, amor y ternura. Cuando recuerdo esas cenas de Shabat, me lleno de recuerdos cálidos y maravillosos.

Mi abuelo solía cantar el kidush utilizando los hermosos melódicos tonos de la liturgia tunecina, una mezcla sorprendente de sonidos árabes y judíos, que recordaban ambos alegría y envidia, el sexto día cuando se finalizó la creación y Di-s finalmente descansó.

Cada uno de los primos agregaba su toque personal a las reuniones de los viernes a la noche. Un primo cosió una kipá (la cobertura de cabeza tradicional para los hombres) con antenas para el abuelo, quien la vestía religiosamente, a veces bailábamos, a veces cantábamos junto con el abuelo, y a veces respondíamos la tradicional respuesta, “Amen.”

Luego crecimos, y cada uno de los primos hizo su propia trayectoria. Yo fui a la universidad para estudiar Medicina y, en algún punto del camino, empecé a recrear el vínculo con mi identidad judía.

A los veintiséis años, decidí que era hora de conseguir una mujer judía para casarme. La hermana de mi abuela me dijo, “si no estás dispuesto a ser ni siquiera un poquito religioso, nunca vas a encontrar una buena chica judía para casarte”. Sus palabras penetraron en mi sólido corazón, y poco a poco empecé a evitar ciertas comidas, empecé a leer el fragmento semanal de la Torá y… eso solo fue el principio.

Mientras preparaba mi tesis, fui invitado a pasar unas semanas a Praga, para trabajar con un equipo de investigadores cuyo objeto de estudio estaba estrechamente relacionado con el mío. Disfruté tener un grupo animado de compañeros con quien pasar mi tiempo libre, pero curiosamente, nadie estaba disponible el viernes de noche. Decidí comer en un restaurante cerca de mi hotel y, allí, en medio de esta comida solitaria, lejos de mi familia, de repente recordé que era viernes a la noche y que ¡me estaba perdiendo el kidush!le pedí al mozo que me trajera un vaso de vodka (lo más parecido al tradicional buja que mi abuelo usaba). Sosteniendo el vaso de vodka en mi mano derecha, murmuré lo que podía recordar del kidush (que era lamentablemente muy poco), con los tonos medio musicales que el abuelo usaba (de esto sí me acordaba muy bien).

En aquel momento, me sentí conectado. Allí, en un solitario restaurante de Praga, sentí la alegría del shabat brillando en mi interior. No lo sabía en aquel momento, pero yo estaba cambiando. Y fue el kidush lo que me llamó de regreso. Me recordó que yo era judío, que tenía algo especial para hacer este viernes de noche y que eso estaba relacionado con familia, alegría, canto, baile y buja. Esta experiencia se transformó en un momento crucial para mí. Comencé a ser más observante, iba a la sinagoga para los servicios de Shabat, me compré un par de tefilín, comía comida kasher. Y cuando recitaba el kidush, usaba los mismos tonos hermosos que aprendí de mi abuelo.

¿Cómo veo esta historia ahora que soy completamente observante?

Desde donde estoy parado ahora, veo que un desfigurado kidush, mal dicho, con poca comprensión del texto o su significado, mantuvo vivo el hilo del judaísmo en un niño que sólo sabía que era judío.

Este kidush desfigurado despertó el sentimiento latente de judaísmo que había en mí, y fue en un lugar remoto, en un momento remoto.

Lo llamo el poder del kidush, pero en términos más generales, es el poder de la mitzvá. El poder del kidush me enseñó que no importa que tan religiosa sea la familia de uno, no importa que tan lejos uno pueda estar del judaísmo, nunca es tarde para hacer una mitzvá. ¿Y quién sabe a dónde esto lo puede llevar?