Un famoso Jasid (piadoso) llamado Reb Mendel Fuerfas una vez se acercó a un hombre para preguntarle si le gustaría colocarse los tefilim (filacterias). “Oh no”, dijo el hombre, “Yo no creo en D-os”, “Yo tampoco creo”, contestó instantáneamente Reb Mendel. El hombre le contempló sorprendido. Reb Mendel prosiguió, “En el D-os que tu no crees, tampoco creo yo”
Algunas personas tienen una imagen mental de D-os como un anciano de larga barba blanca sentado en las nubes, sosteniendo caramelos en una mano y un látigo en la otra. Algunos creen que es algún tipo de energía invisible que impregna toda la creación. Otros creen que es una fuerza controladora que está por encima de todo lo existente y lejos de nuestra percepción sensorial limitada.
Para ser honesta, difícilmente jamás tuve pensamiento alguno acerca de la posibilidad de que haya un D-os. Las veces que cruzó por mi mente, yo me decía, vaya, las posibilidades de ello son ciertamente escasas. Ciertamente nunca observé nada que me diese indicación alguna acerca de un Ser Superior existente a lo lejos controlando el universo entero como una marioneta, porque es a esto a lo que se refieren las personas cuando dicen D-os ¿cierto? ¡Eso me causaba mucha gracia! Deje esto para los libros de cuentos de hadas, vivía en un mundo real, muchas gracias.
Cuando crecí un poco más, en efecto comencé a meditar sobre la posibilidad de la unidad cósmica del mundo, pero no lo llamaba “D-os”. En cualquier caso, de existir, constituía una fuerza distante y abstracta que no tenía relación alguna conmigo, así que mejor era dejar ese debate a los filósofos y ocuparme de mi tarea de biología.
Para ese entonces, la idea de religión estaba muy alejada de mi mente. Ahora, se constituye casi la totalidad de mis pensamientos, pero no en la manera que se pudiese suponer.
La palabra “r”
Actualmente, cuando escucho la palabra “religión” me encojo, se me revuelve el estómago, las manos me sudan, la garganta se me seca y en más de una ocasión pudiese hasta gemir.
Este tipo de actitudes pueden confundir a personas que me conocen como una mujer observante de la Torá. Usualmente, durante alguna conversación, alguien pronuncia la palabra “R” (religión), disparando mi reacción instantáneamente. La conversación se interrumpe súbitamente, una mirada confusa es acompañada de una larga pausa. ¿Qué cosa dije?, pregunta mi interlocutor con estupefacción.
“Yo no soy religiosa”, suelo contestar estremeciéndome, mientras trato de recobrar el control y tratar de continuar la conversación normalmente.
Hay algo que aprendí durante mis estudios en la yeshiva (escuela judía) aprendiendo lo que significa ser Judía, es que nunca debo ser religiosa. La gente religiosa son aburridamente convencionalistas, apegados a la regla, conduciéndose casi como robots tratando de cumplir con una lista de deberes la mayor parte de su vida, y el resto de ella con sentimientos de culpa.
Debo reconocer que me conduje de esa manera. De vez en cuando, me dejaba “convencer” de que D-os de hecho existía y que la Torá es de origen divino, y mi deber era someterme a ella. No quiero ser mal interpretada, aceptar esa idea no era tan intimidante y espantoso como pudiese parecer. Un modo de vida de acuerdo a la Torá parecía brillante y llamativamente atractivo. Tenía todos esos grandes beneficios. Proveía nuestra vida de significado, estructura y satisfacciones. Brindaba sentimientos de pertenencia agradables como la comunidad, la oportunidad de sentirse miembro de algo más grande que nosotros mismos. Tal vez más importante aún, siempre había una próxima festividad donde degustar deliciosos platillos caseros, y siendo honestos ¿a quién no le agrada eso?
Pero mientras más me empeñaba en asumir este estilo de vida e iba sumando elementos propios de ella, lentamente fui sintiendo una inexplicable pesadez y mil formas de la misma pregunta vinieron a mi mente ¿Por qué estoy haciendo esto?, entones comencé a dudar, a divagar al respecto. Traté de consolarme con repetirme que esta era “la verdad” y así darme la oportunidad de sentir una paz solariega, pero como una soga que sostiene un gran peso, comenzó a ceder ante mis ojos.
Entonces, comencé a estudiar Jasidut. No la etérea concepción que tenía de ello, como una píldora de bienestar o como especie de Cábala, no, esto era Jasidut real. Jasidut de los grandes maestros, proveniente de letras hebreas escritas sobre pergaminos de libros con cubiertas de cuero, iluminadas y traídas a la vida por los más brillantes, humildes y amables instructores y mentores que jamás conocí.
Puedo decir con propiedad que rompí paradigmas, o mejor aún, fue un verdadero terremoto de paradigmas. Como desprender papel tapiz, el Jasidut fue desprendiendo todas mis preconcepciones acerca de D-os, de la Torá, del judaísmo. Me hizo caer en cuenta que el mundo donde habitaba era más profundo de lo que imaginaba. Mientras más aprendía, más me desprendía de mis etiquetas de identidad “religiosa” la cual solo me hacía cumplir reglas impuestas desde una perspectiva de perenne duda acerca de D-os, lo cual ahora está completamente ausente y distante de mi realidad actual.
Me liberé de tan pesada carga, dejé de lamentarme y dudar, me transformé en una mujer judía en ansiando lo más profundo de su ser en búsqueda de la realidad. Dejé de tener visión estrecha, comencé solo a ser yo misma, en el sentido más real y profundo.
Escogiendo la vida
Intentaré explicar estos conceptos, y me valdré para ello de la explicación jasìdica de un versículo de la Torá. En Deuteronomio 30:19 D-os dice: “En este día pongo a cielos y tierra como testigos. Pongo ante ti vida y muerte, bendición y maldición. Escogerás la vida.”
Una persona religiosa puede interpretar de este versículo “vida” y “bendición” referidas a la Torá y las mitzvot (preceptos) y “muerte” y “maldición” referidas a transgresiones y desconectarse de la Torá y las mitzvot. Pero el jasidut enseña que vida y muerte, bendición y maldición no son conceptos separados entre los que debemos escoger. No es así, lo que la Torá nos viene a enseñar es algo más profundo: todo lo existente contiene en sí mismo vida y muerte. El aspecto exterior de las cosas es su muerte, el interior constituye la vida.
La paradoja interior-exterior está presente en todas las cosas que existen en el mundo. Por ejemplo, la parte exterior de la comida es su aspecto y su sabor, su parte interior es la energía y nutrientes que provee. Lo externo del dinero son los ceros que aparecen en tus estados de cuenta, lo interno es la capacidad de darnos sustento y de mejorar nuestra calidad de vida y la de otras personas. Lo externo de una persona es su cuerpo, lo interno es su alma.
Pero, ¿Qué significa que lo externo es muerte y lo interior es vida? Todo lo exterior implica deterioro constante, mientras que lo interior implica crecimiento permanente. Utilicemos un ejemplo sencillo, mientras la belleza exterior se deteriora, la sabiduría interior aumenta.
¿Cómo explicar entonces que una persona necesitando un auto, prefiere comprar uno nuevo a uno usado (siendo que el usado tiene más kilometraje recorrido y más “experiencia” de las rutas), y siendo que, la misma persona, necesitando una cirugía especializada de la cual depende su vida, escogerá al cirujano más experimentado? La respuesta es que siendo el auto una cosa material, ella se deteriora con el uso y el transcurso del tiempo, devaluándose. Al contrario, al tratarse de personas, la experiencia forma parte del aspecto interior, o bien espiritual, por ello está en constante estado de crecimiento y mejoramiento.
Así, cuando D-os nos dice “escogerás la vida”, nos expresa su deseo de que nos esforcemos por conectarnos con el aspecto interior de las cosas, con su esencia. Nos está diciendo, en simples palabras, que “desea seamos personas profundas”.
Más una persona profunda no solo busca conectarse con su propia vida y origen, busca conectarse con La Vida de las Vidas, el Alma de las Almas, es decir, D-os mismo. De hecho, en una frase de la plegaria del Shema antes de dormir dice “Alma de las almas”. La primera vez que escuche esto, me tomo tiempo asimilarlo ya que con dificultad puedo entender lo que es un alma, pero, ¿alma de las almas? Esto puso mi mente a rodar verdaderamente.
Pero esto es lo que realmente D-os es, El está dentro de nosotros, si somos capaces de indagar en nuestro interior. Entonces amamos a D-os por la misma razón que nos amamos a nosotros mismos, Él nos dice “Debes amarme porque soy tu vida” (Deuteronomio 30:20).
Deshaciéndonos de la lista de deberes
Por lo tanto, el judaísmo no es una religión, y la Torá y las mitzvot no son una lista de deberes pendientes. ¿Acaso una persona escribe en su agenda que debe tomar el desayuno, cepillarse los dientes o ir al baño? Por supuesto que no. Realizamos esas actividades porque somos seres humanos, y eso es lo que hacen los seres humanos.
Lo mismo ocurre con un judío. Porque el judaísmo no es algo que hacemos, es lo que somos. La Torá y las mitzvot nos conectan con la parte más interior que poseemos, y la parte más interior de un judío es su alma, y su origen es “el Alma de las Almas”.
En otras palabras, el judaísmo trata sobre una relación con D-os, pero no una relación patrón-empleado, es más como una relación entre marido y mujer. De hecho, la Cábala trata la relación de D-os con el pueblo judío como una relación entre el novio y la novia. El Zohar incluso llama a los 613 preceptos los detalles románticos.
¿Cómo puede ser un precepto un detalle romántico? Pudiésemos preguntarnos. Trataré de explicarlo mediante una analogía. Todos conocemos el cumplido que hace un esposo a su esposa al llevarle flores, y pudiésemos imaginarnos que ello constituye uno de los diez mandamientos del matrimonio. Bien, ahora imaginemos al esposo que acude a un consejero matrimonial y le pregunta cuántas veces por día tiene que darle flores a su esposa o bien cuántas veces al año debe comprarle flores. Así, también, cada vez que lo hace, toma una lista con los diez mandamientos y hace una marca en el renglón correspondiente a regalar flores. Probablemente pensaríamos que este caballero es mezquino o peor aún, está inestable emocionalmente.
Un esposo tiene detalles para con su esposa, incluso los que implican un sacrificio personal, porque la ama profundamente. El siente que ella es parte de sí, y siente un gran deseo de acercarse aún más a ella. Si las flores y los cumplidos dejan de ser una obligación, significa que la relación ha dado un giro favorable.
Lo mismo acontece en nuestra relación con D-os. Una mitzva no es un renglón dentro de una lista deberes, es un canal mediante el cual una persona accede a su esencia, una expresión que refiere al más intrínseco e inquebrantable nexo que posee un judío con D-os. Si realizamos una mitzva como producto de un ferviente sentido de cumplimiento del deber, miedo al castigo o peor aún, con culpa, hemos errado en nuestra concepción del asunto.
Muchos judíos tienen vidas apagadas por un modo meramente observante de la Torá, abstraído de sus personas, algo que está en conflicto con sus propias existencias. Pero la Torá no es una agenda impuesta que posee grandes retribuciones. Eso es religión. Torá es lo opuesto a religión, es la mera esencia del judío.
Accediendo a la esencia
Jasidut es frecuentemente comparado al aceite. Por una parte, el aceite no se mezcla y se distingue del líquido sobre el cual yace. Por otra parte, el aceite todo lo permea, penetra cualquier cosa. Lo mismo aplica para Jasidut. Debido a su naturaleza esencial, el Jasidut está más allá de cualquier, manifestación, particularidad o cualidad y aún así es el corazón mismo de todo. Como esencia, acompaña y transciende. No está atado a ninguna cosa en específico, aún así es lo más profundo, la quinta esencia de todas las cosas.
Y cuando llega a nuestras vidas, es por lo que la Torá nos pide esforzarnos: la Esencia, la profundidad, siendo personas espirituales, escogiendo la vida.
Todo lo demás tendrá su lugar adecuado.
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