Las murallas encierran, separan, aíslan. Las murallas te cortan del mundo.

Pero una muralla rota significa peligro. Si está conteniendo un río, va a comenzar a entrar agua. Si está asegurando una frontera, enemigos o extranjeros infiltrarán sus brechas. Una muralla rota significa vulnerabilidad, exposición, pérdida de identidad.

Entonces ¿qué es lo que necesitamos? Necesitamos murallas con puertas.

Necesitamos murallas fuertes, con puertas que se abran y cierren. Puertas que estén abiertas durante el día y cerradas en la noche. Puertas que se abran para permitir a la gente entrar y salir para intercambiar ideas y mercaderías; puertas que también se cierren, para salvaguardar la ciudad y repeler fuerzas dañinas y destructivas.

Cuan bueno es si tu ciudad, tu comunidad, tu familia, tu propio cuerpo y tu propia alma, tienen murallas fuertes con puertas que funcionen apropiadamente, de forma que estés seguro en tu propia identidad, protegiendo lo que es lo mejor y más preciado dentro de ti mismo, y abierto al mundo para dar y recibir, aprender y enseñar.

El 10 de Tevet del año judío 3336 (425 AEC), los ejércitos del Rey Nabucodonosor de Babilonia sitiaron las murallas de Jerusalén, brechando eventualmente los muros que protegían la ciudad santa, destruyendo el Templo Sagrado y enviando al pueblo judío al exilio.

Cada año, observamos el 10 de Tevet como un día de ayuno, arrepentimiento y retorno, un día dedicado a salvaguardar las murallas de nuestra identidad, reparando sus brechas, y asegurándonos que sus puertas funcionen apropiadamente...