En unos pocos días, los judíos alrededor del mundo ayunarán, harán duelo y rezarán, recordando el día (10 de Tevet del calendario judío) en que comenzó el sitio a Jerusalén por los ejércitos del emperador babilónico Nabucodonosor, que llevó a la conquista de la ciudad, la destrucción del Templo Sagrado, y la expulsión del pueblo de Israel de su tierra.

Hoy, 2425 años después, Jerusalén está nuevamente en estado de sitio. Ah si, puedes subirte al auto y manejar al oeste a Tel Aviv (aunque aventurarse al norte, este o sur es un asunto distinto), y los supermercados están surtidos de cereales instantáneos y yogures dietéticos. Pero es un sitio tan terrible y mortal como cualquier otro que haya conocido la ciudad.

Mientras estoy sentado escribiendo estas palabras a corta distancia del centro de Jerusalén, puedo escuchar tiros a las casas de apartamentos de Guilo, dos barrios más allá, de la aldea árabe vecina de Beit Jalla. Dentro y alrededor de la ciudad y a través del país, el enemigo arroja piedras, balas y bombas a soldados judíos y autobuses de escuela. Mientras los seis niños Dovidovitch contemplan la pérdida de su madre y Tehillah Cohen de 8 años contempla la pérdida de sus dos piernas, los diplomáticos corren a toda prisa impulsando “declaraciones oficiales” y los comentaristas de televisión y los columnistas de diarios insultan a los judíos por rehusarse a bajar las armas y subirse a los vagones de ganado como buenos niños y niñas. Los asesinos están motivados por el odio, los expertos y políticos por la vanidad y la ingenuidad; juntos, podrían arrancar el corazón de Israel de su cuerpo.

Pero aun más aterrador es la forma en que la historia se repite. El Talmud describe como, en vez de unirse contra un enemigo en común, las facciones judías lucharon unas contra otras en la Jerusalén sitiada. “A causa del odio gratuito entre judíos,” concluye el Talmud, “Jerusalén fue destruida.”

¿Por qué, pregunta el Rebe de Lubavitch, el Talmud insiste en que el odio era “gratuito”? ¿No había razones, tanto ideológicas como pragmáticas, para la división entre los judíos? Pero ninguna razón, explica el Rebe, es razón suficiente para el odio. Nuestro destino en común corre mucho más profundo que cualquier causa posible de animosidad. Todo el odio, entonces, es odio gratuito.

Así que, si el “odio gratuito” fue la causa de la destrucción, continúa el Rebe, su remedio es el “amor gratuito”, nuestro redescubrimiento de la unidad intrínseca que está por encima de todas las razones para la discordia y el antagonismo.

Reza por Jerusalén, alienta y ayuda a sus defensores, y muestra amor a tu prójimo, no importa cuanto el o ella difieran de ti. Porque si hay una virtud redentora de estar bajo sitio, es la oportunidad de darnos cuenta que, en esto, estamos todos juntos.