“Vivir en el futuro”. Para aquellos de nosotros a los que nos gusta los oxímoron, este es un espécimen particularmente exquisito. No es un ejemplo de los comunes y corrientes, como el “silencio ensordecedor”, sino más bien una clase de oxímoron que va tomando forma solamente bajo una cuidadosa sofistería. Si todavía no te diste cuenta, permíteme el placer: si uno verdaderamente vive en el futuro, entonces este deja de ser futuro, ¿no? Y si la persona de la que estamos hablando solamente piensa que está viviendo en el futuro, entonces no es que en verdad esté viviendo allí, ¿no?
Sin embargo, esta semana los judíos de todo el mundo celebrarán la vida de un hombre que literalmente vivió en el futuro. Lag BaOmer, el 33.º día de la cuenta del Omer, es el día del fallecimiento de Rabí Shimon Bar Iojai, quien vivió en la segunda generación tras la destrucción del Templo, cerca de 1900 años atrás. Rabí Shimon es el autor del Zohar (la obra básica de Kabalá), de la Mejilta (obra midráshica central) y de cientos de leyes y enseñanzas que aparecen citadas en el Talmud. Rabí Shimon jugó un papel fundamental en la historia de la transmisión de Torá a través de los siglos, tanto en su aspecto “revelado” (vale decir, talmúdico-halájico) como en su alma esotérica (mística-kabalística).
Si hay algo que caracteriza la vida de Rabí Shimon, es que vivió una realidad que, para la mayoría de nosotros, aún yace en el futuro: la realidad del Mashíaj, el mundo mesiánico de la redención, la armonía y la perfección. Se cuenta que para Rabí Shimon, el Sagrado Templo nunca fue destruido, que el pueblo de Israel nunca entró en el estado de galut (exilio físico y alienación espiritual) y que el mundo había alcanzado la perfección divina de la era del Mashíaj.
El Midrash cuenta una historia
Había una vez un discípulo de Rabí Shimon que se fue de la Tierra Santa y cuando regresó, estaba convertido en un hombre muy acaudalado. Los demás discípulos vieron esto y sintieron envidia y también quisieron irse. Rabí Shimon sabía lo que estaba ocurriendo, así que los llevó a un valle frente a Merón y dijo: “¡Valle! ¡Valle! ¡Llénate de monedas de oro!”. En el valle, empezaron a fluir, frente a ellos, monedas de oro.
Rabi Shimon les dijo a sus discípulos: “Si es oro lo que desean, he aquí el oro, tómenlo, pero sepan que todo el que ahora toma oro está tomando parte de su porción del Mundo Venidero, porque la recompensa de la Torá se recibe recién en el Mundo Venidero” (Midrash Rabá, Shemot 52: 3).
El Rebe de Lubavitch explica el significado más profundo de esta historia:
La Torá es el plano de Di-s para la creación y el canal a través del cual fluye desde Arriba toda la vitalidad y el sustento de la creación. Por eso, todo lo que hay en el mundo, desde las bendiciones espirituales más elevadas hasta la riqueza mundanal que viene en la forma de monedas de oro, es algo que llega gracias a la Torá, pero nuestro mundo es un alma deshikra, un lugar de ocultamiento y engaño. Las cosas nos llegan, pero su origen permanece oculto; vemos el resultado, pero solamente tenemos, como mucho, una percepción distorsionada de su causa. En nuestra realidad, es posible que, si bien la Torá es la fuente de todo el oro del universo, aquel cuya vida está dedicada a ella aparentemente sufre, mientras que el que abandona la Torá aparentemente acumula riquezas.
Ese es nuestro mundo, pero el mundo del Mashíaj es un mundo de verdad, un mundo en el cual la mano es visible dentro del guante, la causa es evidente en el efecto y la fuente de todo es revelada sin distorsiones. En el Mundo Venidero, todos pueden ver que incluso el oro físico fluye de las nacientes de la Torá.
Rabí Shimon Bar Iojai vivió en esa realidad futura, pero sus discípulos aún vivían en el mundo presente. A ellos les molestaba que la realidad que experimentaban estuviera en desacuerdo con la verdad tal como la percibían, les molestaba que un colega que había abandonado la Torá se hubiera vuelto una persona rica, mientras que ellos que la estudiaban día y noche sufrían pobreza, a pesar del hecho de que ellos sabían que la Torá es el conducto de todas las bendiciones materiales.
Por eso, Rabí Shimon les concedió una fugaz visión del Mundo Venidero. Les mostró el mundo en el que él mismo vivía cada momento de su vida. Y ya que ellos no podían vivir en él y tener acceso a él por sí mismos, entonces por lo menos él quería que lo contemplaran.
Cada año, en Lag BaOmer, nos sentimos atraídos a la órbita del mundo del futuro de Rabí Shimon.
He aquí otro relato más que el Rebe solía repetir para ilustrar este punto. El gran kabalista Rabí Isaac Luria (“El Santo Arí”, 1534-1572) tenía un discípulo llamado Abraham Halevi. Este discípulo tenía la costumbre de recitar todos los días la plegaria Najem. Najem es una plegaria que habla de la destrucción del Templo Sagrado y del galut resultante y, además, le implora a Di-s que reconforte a Su nación doliente, construya el Templo y restaure Su presencia revelada entre nosotros. Najem se recita una sola vez al año como parte de los rezos de la tarde de Tishá BeAv, el 9 de Av, que es el día en que fue destruido el Templo. Sin embargo, Rabí Abraham sentía con tanta fuerza el dolor de la destrucción y el exilio que lo recitaba todos los días.
Dado que Rabí Abraham recitaba Najem a diario, también lo recitaba en Lag BaOmer. Y esto le causó problemas. Un día, Rabí Isaac convocó a su discípulo y le dijo: “Rabí Shimon Bar Iojai se me apareció y me ordenó: ‘Dile a este hombre: ¿Por qué recitas Najem en el día de mi dicha?’”.
Los maestros jasídicos explican que el día del fallecimiento de una persona, “todos sus actos, sus enseñanzas y sus logros” alcanzan su estado ulterior de realización y cumplimiento. Y explica el Rebe que por eso Rabí Abraham fue amonestado por llorar el galut en Lag BaOmer. En este día, el día culminante de la vida de Rabí Shimon Bar Iojai, el día en que predomina la influencia de Rabí Shimon, tenemos el poder de compartir la realidad de Rabí Shimon de un mundo redimido y perfeccionado.
¿Y, qué me dicen de mi precioso oxímoron?
El Talmud insiste en que “allí donde reside la mente de la persona, allí se encuentra ella”. Por eso, al fin y al cabo, “vivir en el futuro” no tiene por qué ser una contradicción en sí misma siempre y cuando te encuentres allí.
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