Con el fallecimiento del señor Shmuel (“Sami”) Rohr hace un año, el pueblo judío perdió a uno de sus hijos más extraordinarios. Y yo perdí a un socio, a un mentor y, por sobre todas las cosas, a un queridísimo amigo.

En los anales de la historia, quedará registrado que Don Sami ‒tal como se lo llamó después de sus años de residencia en Bogotá, Colombia‒ fue un hombre que expresó su amor al judaísmo a través de una amplia gama de actividades filantrópicas. A lo ancho y a lo largo del mundo, desde las escabrosas montañas de Montana hasta el desolado desierto de Siberia, en ciudades tan alejadas como Santiago de Chile y Dresden, en Alemania, es difícil decir que hay una comunidad judía que no se haya beneficiado con la capacidad visionaria y la generosidad de este gran hombre. De hecho, muchas de estas comunidades… ¡fueron prácticamente creadas por él!

Con frecuencia, yo llegaba a mi oficina a la mañana y descubría que me había dejado una serie de mensajes a lo largo de la noche

No obstante, el hombre detrás de estas grandes contribuciones era una persona humilde y modesta. Don Sami jamás se dejó llevar por la vanidad o por el estatus. Él hizo lo que hizo porque amaba a Di-s, a Su Torá y a Su pueblo. Y así nació el amor que sentía Don Sami por los shlujim del Rebe de Lubavitch, los legendarios hombres y mujeres que sacrifican la vida para servir al pueblo judío por más difíciles que sean las circunstancias. Su amor era un amor que no tenía límites. Para él, el compromiso de estos jóvenes constituía nada más y nada menos que el futuro del pueblo judío.

Gracias al apoyo de la familia de Don Sami, cada año había más y más shlujim, pero él jamás quiso ser el centro de la atención. Pasadas muchas décadas, en las que se dedicó con total entrega al crecimiento de Jabad-Lubavitch en todo el mundo, por fin, aceptó dar una charla en la Conferencia Internacional de shlujim y lo hizo por la única razón de que había llegado su cumpleaños número 80; así, después de muchos años en los que desestimó mis ruegos para que accediera a que lo honráramos, pudimos hacerlo. Como era un hombre de palabra, Sami “se vio forzado” a asistir. Y fue entonces que dio uno de los discursos más impresionantes que alguna vez yo haya escuchado. Recordemos que así como era un hombre de ilimitada bondad, también lo era de una profunda erudición.

Con el paso de los años, Don Sami y yo solíamos reunirnos en forma asidua para almorzar y hablar de “negocios”. Durante una comida en la que hubo pescado y licor de grosella, analizamos una larga lista de proyectos presentes y futuros. Aún puedo oír su dulce voz respondiendo con tono decidido a mis pedidos: “Guemajt” (hecho), pasemos a lo siguiente. Y otra vez: “Guemajt”. Y otra vez. Y una vez más.

Una vez que alcanzó una cierta edad, Don Sami fácilmente podría haberse detenido y podría haber dicho: “Ya hice suficiente, ahora, dejen que me apacigüe un poco, déjenme descansar y pasarles el trabajo a los demás”. Pero en lugar de eso, asumió la responsabilidad de estudiar nuevos presupuestos y proyectos, y las comunidades judías del mundo entero se enriquecieron enormemente gracias a su decisión.

Jamás olvidaré aquella vez que lo visité en el hospital pocos días antes de que falleciera. Las primeras palabras que me dijo fueron: “¿Nu, Rabino Kotlarsky? ¿Hoy me trajo nuevos ‘negocios’?”. Yo tuve que juntar todas mis fuerzas para contener el aluvión de lágrimas que amenazaba con salir ante semejante muestra de absoluta abnegación por parte de Don Sami.

Cómo dar: El noble ejemplo de Don Sami

Trabajando tan cerca de Don Sami, aprendí de él varias lecciones inolvidables. Para marcar su primer yahrzeit, he tratado de extraer parte de dichas lecciones, que ofrezco aquí con la esperanza de que sirvan de inspiración a las futuras generaciones de filántropos judíos.

No te quedes parado ahí… ¡Haz algo!

Cuando los judíos de Bogotá, Colombia, necesitaban un representante de Jabad, Don Sami les llevó uno. Cuando los judíos de la ex URSS, por fin, disfrutaron el sabor de la libertad, Don Sami se anticipó a la necesidad que iban a tener de una comunidad y puso las ruedas en movimiento. Cuando percibió el potencial renacimiento de la vida comunitaria judía en la Alemania de su infancia, tomó la iniciativa y estableció Casas de Jabad en decenas de ciudades alemanas. El no era hombre de comités de viabilidad, comunicados de prensa y todos los otros agregados de la filantropía moderna. Don Sami, simplemente, se arremangaba la camisa y hacía que las cosas ocurrieran participando en forma activa en cada etapa.

Invierte en forma sabia

Don Sami, el empresario de siempre, tenía una intuición especial para aquellas causas con las que se obtendrían los mejores resultados. Él no creía que la caridad fuera un agujero negro, siempre invertía con un plan. Si estaba por financiar un nuevo centro de Jabad, quería garantizar su viabilidad a largo plazo, por eso, se aseguraba de que el proyecto contara con cierto apoyo local para el momento en que él se alejara. Al dar inicio y mantenimiento al crecimiento judío en la Unión Soviética, él se tomó a pecho el axioma de “comprar bajo, vender alto”. Había hecho su parte y sabía cuánto se podía lograr.

Invierte en ti mismo

Don Sami rezaba para que “sus” centros de Jabad tuvieran éxito y pensaba en ellos cuando no se podía dormir a la noche. Tenía el don de captar los “pequeños detalles” que hacen que la comunidad circule, como por ejemplo, la idea de que un rico plato de cholent podía hacer maravillas para hacer que creciera la asistencia a la sinagoga. Él llamaba directamente a los shlujim y jamás fue tímido para compartir sus ideas. Con frecuencia, yo llegaba a mi oficina a la mañana y descubría que me había dejado una serie de mensajes a lo largo de la noche en los que había ordenado con esmero sus puntos de vista sobre la manera en que podíamos lograr éxitos aún mayores. Junto con sus recursos tan arduamente ganados, Don Sami invertía con algo todavía más importante: con su corazón, su mente y su alma.

No hay nada más dulce que la modestia

Comunidades enteras dependían de Don Sami, pero todo el que trataba de expresar en público su gratitud hacia él se exponía a un riesgo. Él le daba un empujoncito a esa persona y le decía: “Loz op di narishkeiten (corta con las tonterías)”. Esto lo descubrí una y otra vez: tratar de hacer que Don Sami y su familia aceptaran parte del crédito por su magnificencia era más difícil que extraerles un diente. Mi única carta de triunfo, con la que obtuve un mínimo de éxito, también tenía que ver con ayudar a los demás: “Si no, ¿cómo van a invertir los demás igual que tú?”, le preguntaba. O: “Cuando crezcan, ¡tus nietos van a tener que saber!”.

Sami Rohr recibe el más grande honor, el de sandak, en la circuncisión de su bisnieto Abraham Tzvi Sragowicz en The Shul de Bal Harbour en Surfside, Florida, en el año 2009.
Sami Rohr recibe el más grande honor, el de sandak, en la circuncisión de su bisnieto Abraham Tzvi Sragowicz en The Shul de Bal Harbour en Surfside, Florida, en el año 2009.

El que quiere celeste, que le cueste

Durante un período especialmente difícil desde el punto de vista financiero, recibí una llamada telefónica de Don Sami. “¿Está enojado conmigo?”, me preguntó. “No supe nada de usted durante mucho tiempo”. Yo le conté que no había querido molestarlo con asuntos de caridad cuando él estaba tan ocupado con problemas de negocios. “Esa es mi preocupación”, me tranquilizó. A las personas más cercanas, solía decirles: “No es gran cosa dar cuando las cosas van bien. La prueba real es dar cuando las cosas van mal”. A lo largo de toda su vida, se aseguró de contribuir para caridad por lo menos con el diez por ciento de sus ingresos. Pero durante la última década, cuando para muchos las cosas se volvieron difíciles, el hecho de cumplir con sus compromisos a largo plazo implicó que contribuyera con muchísimo más que eso. Y Don Sami lo hizo con alegría, agradecido por esta oportunidad de dar de sí mismo para servir a Di-s y a Su pueblo.

Siente gratitud de poder dar

Uno de los rasgos más admirables de Don Sami era su bondad con la gente, a pesar de la incesante corriente de peticiones que recibía. Él jamás me hizo sentir mal por pedirle una vez y otra vez, y otra vez más. Al contrario, siempre me daba las gracias por traerle más oportunidades de “negocios”. Y aun si se veía imposibilitado de hacer materializar algún anhelo, siempre encontraba algo lindo para decirme y hacerme sentir mejor.

Jamás te des por satisfecho

Don Sami tenía un deseo insaciable de hacer más y más. Lo que habíamos hecho en el pasado estaba bien y lo que estábamos haciendo en ese momento también estaba bien, pero él siempre quería más. Y se aseguraba de que sus hijos y sus nietos adquirieran ese mismo espíritu de compromiso para que, una vez que él ya no estuviera con nosotros, pudieran continuar con sus esfuerzos.

Una vida de devoción

Los ochenta y seis años de vida de Don Sami en este mundo encapsularon las dichas y las tragedias del pueblo judío. Él sabía muy bien lo cerca que había estado de morir durante la persecución nazi, esto lo impregnó de un amor por el idishkeit y por sus hermanos en todo el mundo, un amor que jamás flaqueó.

Solía contarme cuánto placer le daba enterarse de todas esas pequeñas comunidades que habían surgido prácticamente de la nada gracias a la perseverancia y la devoción de los shlujim que él había patrocinado. Estos shlujim, muchas veces lejos de él en términos físicos, estaban siempre muy cerca de su corazón. Ellos necesitaban ayuda, y él estaba allí listo para asistirlos.

Ahora que él ya no está con nosotros, no pasa un día en que no lo recuerde. Extraño su bondad, su sabiduría de Torá, su energía, su humor y su modestia. Lo extraño con todo mi corazón. Y Le doy las gracias a Di-s por haberme dado un amigo como Don Sami.

Me gustaría finalizar estas palabras diciendo que Don Sami fue una de las personas más increíbles que he conocido en toda mi vida y que su nombre quedará por siempre grabado en los anales de la historia como uno de los más grandes hombres de nuestro siglo.

Me gustaría decir todo esto, sin embargo, sé perfectamente cuál sería la respuesta de Don Sami: “Loz op di narishkeiten”.

Que su memoria sea para bendición y para inspiración por siempre.