Toda persona que oye el Kadish tiene la obligación de responder. De hecho, por más grande que sea el hecho de recitar el Kadish, incluso, es más grande el hecho de responder diciendo “Amén”. La única excepción es alguien que está en medio de una plegaria en la que no puede hacer interrupciones (los detalles hay que averiguarlos en otra parte).
En lo referente a “Amén, iehé shmé rabá”, nuestros Sabios nos enseñaron que tenemos que responder en voz bien alta y con toda nuestra atención. Eso no significa que tengamos que gritar, sino que tenemos que concentrarnos en lo que estamos haciendo. El Talmud nos enseña que “Aunque un decreto Divino haya sido firmado y sellado setenta años atrás, si la persona responde “Amén, iehé shmé rabá” con todas sus fuerzas y toda su atención, entonces, el decreto le es anulado”.
Existe también la enseñanza –atribuida al profeta Elías– de añadir la primera palabra del versículo siguiente a la respuesta, de este modo:
Amén, iehé shmé rabá mevoraj le-olam uleolmei almaiá… itbaraj
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