“Reciclar, reducir y reusar” es algo muy arraigado en la tradición judía. Aún antes de que existiera Greenpeace, la Torá ya había estipulado una ética ambiental. Está en el siguiente verso de Deuteronomio 20: 19:

“Cuando sities una ciudad por muchos días, peleando contra ella para tomarla, no destruirás sus árboles”.

Los rabinos del Talmud explicaban: “Si durante la época de guerra, está prohibido cortar los árboles de nuestros enemigos, ciertamente, no podremos entonces destruir árboles productivos en tiempos de paz”. Y no se aplica únicamente a los árboles. Está prohibido destruir o arruinar comida, ropa, platos, plantas, fuentes de agua o cualquier otra cosa que pueda pertenecer a alguien o que pueda beneficiar a alguien, aún si no tuviera dueño.

Sin embargo, no es preservar por el solo hecho de hacerlo. Cuando no hay manera de arreglar o de construir, excepto mediante la destrucción de algo, es entonces que destruir se transforma en construir. Hay algunos casos en que se podrá cortar árboles. (Consulte a un Rab ortodoxo competente para recibir ayuda en cuanto a los casos específicos).

Sin embargo, existen límites en cuanto a lo que se considera destrucción productiva. Por ejemplo, romper un jarrón de cristal para demostrarle a un hijo lo enojado que está uno por su comportamiento, no se considera una acción productiva.

“¡Pero es mío!”, podrá decir algún destructor de jarrones. “¿Por qué no puedo hacer lo que quiera con lo que es mío?”.

La respuesta, de acuerdo con la Torá, es que no es algo verdaderamente de su propiedad. No lo ha creado. Todas sus pertenencias, le fueron dadas con un propósito divino. No es para que las malgaste, sino para que las use para el bien. Todo lo que Di‑s ha creado en su mundo ‒los sabios dicen‒ Él lo creó para su gloria.